Una gota de sangre extraída del cuerpo de Karol Wojtyla antes de fallecer en 2005, una figura de cera del pontífice católico más mediático de los últimos años y otros objetos y vestimentas personales arribaron el miércoles 17 de agosto a las 20:00 horas a suelo mexicano para iniciar un recorrido de 4 meses por las 92 diócesis católicas del país, mientras en España su sucesor Joseph Ratzinger inicia otra visita en medio de las locuras de un joven homófobo, de origen poblano, que intentó intimidar con mensajes propios del medievo.
Contrastes y paradojas de la este nuevo reality simultáneo que El Vaticano comienza en los dos países emblemáticos de la feligresía hispana. En México, Juan Pablo II inició su largo recorrido por 27 años de pontificado, en 1979, y después de sus cinco multitudinarias visitas a nuestro país el “papa viajero” retorna resignificado en reliquias peregrinas.
Televisa y TV Azteca ya iniciaron su propio telemaratón, con crónicas tan llenas de milagrería fozada y de patrocinios por parte de grupos como tiendas Coppel y la Casa de la Moneda de México, a modo que sólo da pena ajena ver que ni fallecido el cuerpo de Wojtyla encuentra paz. Ya en los últimos años de su pontificado la hipermediatización de su figura convirtió la agonía de sus padecimientos en un espectáculo lastimero, llenos de abuso y falta de mesura. Ahora, sus reliquias permitirán la movilización y comercialización de una jerarquía católica dominada por un conservadurismo preconciliar.
No sólo las cadenas televisivas privadas se suman a la euforia. La agencia informativa gubernamental Notimex informó del “arribo” de los restos de Juan Pablo II como si se tratara de una nueva visita de Estado. Manuel Correa Martín, secretario ejecutivo de la Conferencia Episcopal Mexicana le declaró a Notimex y a EFE que vivió “una experiencia bella en el avión”, custodiando la gota de sangre y los objetos de Wojtyla.
Cada obispo y cardenal ya comenzó a promover la visita de las reliquias que durante estos cuatro meses servirán, convenientemente, para evitar cualquier discusión doctrinal profunda y movilizar a una feligresía aterida a un espectáculo que bien podría ruborizar a Juan XXIII, un papa que soñó con modernizar la Iglesia católica sin necesidad de milagrerías sino de experiencias íntimas, humanas, profundas.
El Observatorio Eclesial criticó que la jerarquía católica intente reavivar la fe mediante la veneración de parte de la vestimenta de Juan Pablo II. “Es una práctica de adoración de la Edad Media”, afirmó Gabriela Juárez Palacios, secretaria ejecutiva de este organismo.
Por lo pronto, Genaro García Luna ya ordenó que elementos de la Secretaría de Seguridad Pública se conviertan en monaguillos de estas reliquias que recorrerán las “zonas calientes” del país, donde los grupos del crimen organizado atemorizan a la población. Fervor y miedo, dos elementos de evasión para acompañar el difícil tránsito de un México laico a un país obligadamente milagrero.
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