Carlos Bonfil
Al inicio de El viento,
película del realizador húngaro Benedik Fliegauf, una nota explicativa
advierte que a pesar de que su relato está basado en hechos reales y
notas periodísticas, el trabajo no pretende tener carácter de
documental. El director ha elegido sólo una de las múltiples
experiencias dramáticas padecidas por la comunidad gitana de origen
rumano asentada en Hungría, en 2008 y 2009. Se trata de atentados
racistas perpetrados por extremistas armados con rifles y cocteles
molotov que atacaron 16 casas y causaron 55 víctimas, seis mortales. Lo
que no menciona la cinta en esa nota, pero sí la trama que desarrolla,
es la complicidad de las autoridades locales en dichos atentados.
La película se filma con cámara en mano, luz natural y actores no
profesionales. Pone en escena a una familia compuesta por un anciano
postrado en la invalidez, padre de Mari (Katalin Toldi), una madre,
único sostén de la familia, con dos hijos muy jóvenes, y un esposo que
trabaja en Canadá y promete reunirlos a todos algún día en ese país. El
esquema podría prestarse a un convencional relato sobre comunidades
marginadas en situación de penuria extrema, pero muy pronto el
realizador muestra su propósito verdadero: exhibir algunos argumentos
del prejuicio racista y parte de la dinámica social que termina
generando un crimen de odio.
En una escena clave, el niño Río (Lajos Sárkány), hijo de Mari y
conspicuo protagonista del drama, escucha escondido en un armario los
argumentos con que un policía local condena todo intento de persecución
contra inmigrantes responsables y trabajadores (en su opinión una
pequeña minoría), justificando luego el hostigamiento a una comunidad
considerada en su conjunto nociva, perezosa y plagada de criminales y
ladrones. Los agresores, cazadores de gitanos indeseables, se vuelven
así brazos armados de una política racista institucional que no se
atreve a decir su nombre, y sus crímenes permanecerán por largo tiempo
impunes.
Fotograma de la cinta de Fliegauf
El
viento registra, de modo notable, la atmósfera de desamparo que invade
a la comunidad asediada y el miedo que circula de casa en casa al
anuncio de un nuevo atentado. Ese miedo hace que Anna, la hija
adolescente de Mari, apenas reaccione cuando una compañera suya es
violada en su presencia en la escuela. Cualquier señalamiento a las
autoridades, cualquier gesto suyo de solidaridad o ayuda, puede
revertirse en su contra debido a su calidad de miembro de la minoría
racial indeseable. Algo similar sucede con su hermano menor, que busca
huir de esta realidad en los juegos o refugiándose en el bosque, atento
siempre a la amenaza circundante.
El viento muestra con acierto y una dosis de suspenso el
compás de espera de una acción brutal que se juzga ya inevitable.
Cuando el niño Rio escucha los pasos de quienes en la noche se
aproximan a la casa con propósitos incendiarios, la madre procura
tranquilizarlo (
Es sólo el viento), sin poder aplacar su propio miedo. Las explicaciones sociológicas para entender la dinámica del racismo resultan insuficientes: una economía en escombros, el desempleo incontenible que vuelve a las minorías chivos expiatorios, la persistencia del recelo y su cúmulo de prejuicios. El realizador y guionista Benedek Fliegeauf sugiere algo de todo esto, pero su logro mayor es transmitir de modo convincente el desamparo total de una familia y una comunidad ante la embestida irracional del odio.
Además de la Cineteca Nacional, la Muestra prosigue este mes su
recorrido en salas de Cinemex, Cinépolis, Lumière Reforma y sala Julio
Bracho del Centro Cultural Universitario.
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