José Antonio Crespo
Finalmente, Felipe Calderón entregará el poder al PRI, pese a que,
según dicen, juró ante la tumba de su padre evitar ese desenlace. El
retorno del PRI al poder se explica en muy buena parte por el enorme
fiasco representado por los dos gobiernos del PAN, y su monumental
fracaso para cumplir lo que durante 70 años ofreció; democratizar al
régimen político en relación al desempeño de gobierno y el ejercicio
del poder; rendición de cuentas, combate a la corrupción, fin de la
impunidad. Al parecer, en México eso de llamar a cuentas a gobernantes
y funcionarios corruptos y abusivos tiene que ver exclusivamente con
una vía para recuperar legitimidad política del nuevo gobernante, más
que con la existencia de un Estado democrático o la aplicación
sistemática de la ley. Eso se supone que cambiaría con Vicente Fox,
quien prometió como principal eje de su campaña justo la rendición
sistemática de cuentas y el fin de la impunidad (incluso ofrecía llevar
a la justicia al “Salinillas”, con quien finalmente estableció una
alianza política contra AMLO). Pero habiendo llegado al poder con la
mayor legitimidad democrática (en la primera alternancia pacífica), no
sintió necesidad de llamar a cuentas a nadie, sino de hacer las paces y
limar asperezas con las tepocatas priístas para lograr reformas
económicas estructurales (que no habían sido el núcleo de su campaña).
Eso pese a que desde ese partido hubo todas las advertencias posibles
de que no cooperarían en ello (para no dar crédito a Fox, como dijo
entonces Manuel Bartlett, o para que la ciudadanía reconociera en el
PRI el único capaz de gobernar, como lo señaló Fidel Herrera). El más
claro símbolo del fracaso del PAN es que el propio Fox, quien echó “a
patadas” al PRI de Los Pinos, se convirtió en el más entusiasta
promotor de su regreso, 12 años después. La frase célebre “¿Y yo por
qué?” refleja el desentendimiento del gobierno panista respecto de su
compromiso histórico.
Calderón no llegó, ni de lejos, con la legitimidad de Fox. Pudo haber
dado mayor certeza y credibilidad a su victoria oficial de haber
aceptado un recuento amplio de votos, como exigían las condiciones.
Prefirió no arriesgar su triunfo y retenerlo. El “haiga sido como haiga
sido” revela la verdadera importancia que el PAN concede a la
democracia electoral (se trata de ganar, no importa cómo). Pudo haber
compensado su escasa legitimidad de origen con una cruzada genuina
contra la corrupción política, administrativa y empresarial, que es el
terreno abonado para el narcotráfico y el crimen organizado. Pudo
Calderón haber llamado a cuentas a algunos de los muchos corruptos del
gobierno anterior (los hermanos Bibriesca, por ejemplo). Prefirió
legitimarse a través de las armas en lo que pretendía ser una decisión
valiente contra los cárteles de la droga (valiente sí, pero carente de
inteligencia). Que dicha decisión tuvo una motivación más política que
operativa lo sugiere la precipitación con que la aplicó, sin
consensuarla con otros actores políticos, poderes del Estado,
gobernadores o países involucrados (principalmente EU). Evidentemente,
lo que buscaba era llevarse todo el crédito de lo que suponía (porque
así se lo hicieron creer) una hazaña que sería coronada con lauros y
trompetas. Y por eso mismo, una vez evidenciado el fracaso, la
principal responsabilidad del desastre se le imputa a él (como lo
reflejaron las urnas en la elección presidencial).
No hubo tampoco un estudio detenido de las consecuencias de su
estrategia o de las condiciones mínimas que su eventual éxito exigía,
ni un diagnóstico adecuado (que el propio Calderón reconoció más tarde,
era errado). Los objetivos perseguidos por su cruzada no sólo no se
lograron, ni se avanzó en ellos, sino que arrojaron resultados
contrarios: así ocurrió en materia de reducción de tráfico y consumo de
droga, control territorial por parte del Estado o fortaleza
institucional. La violencia e inseguridad consecuente se vio
originalmente como un costo inevitable a pagar por los beneficios que
se alcanzarían, o incluso como un indicador de éxito y avance. Pero el
sangriento legado que queda es una carga para el país. La rivalidad y
descoordinación entre PGR y SSP no son sino la expresión más clara del
fracaso de la principal política pública de Calderón. En cambio, queda
la corrupción y la impunidad prácticamente igual que en los tiempos del
PRI. Y el PAN, tras haberse traicionado a sí mismo, quedó sin autoridad
moral.
cres5501@hotmail.com
Investigador del CIDE
........
No hay comentarios.:
Publicar un comentario