Detrás de la noticia
Me permito expresarle que en las semanas y días recientes he estado reflexionando mucho sobre el desafío gigantesco que enfrentará al asumir la presidencia de México a partir del próximo 1 de diciembre. Por ello, mi primer exhorto es que se quiera usted muchísimo a sí mismo. Tanto que desee pasar a la historia como un gran presidente. Que su amor propio o incluso su vanidad —no importa— lo lleven a ser recordado como un presidente extraordinario, de esos que en pocos años cambian el destino de sus pueblos.
Ese,
que pareciera un anhelo natural para todo el que llega, como usted, al
vértice de la pirámide, en realidad no siempre sobrevive. Como ha de
saber, el poder desgasta y el poder absoluto suele envilecer a quienes
lo ejercitan o al menos hacer que se olviden los buenos propósitos con
los que llegaron. Las tentaciones del abuso del poder mismo, el
enriquecimiento explicable y la distancia creciente con los gobernados
son siempre antitéticos de un ejercicio sensible, sensato y entregado a
las mejores causas. Por eso es que, desde Lázaro Cárdenas, los
mexicanos no tenemos un presidente a quien la mayoría de nosotros
recordemos con cariño, con gratitud y con reconocimiento por su obra.
Coincidirá en que es una pena, una vergüenza, más bien, ¿no cree?
Ahora,
puede estar seguro de que la gran mayoría de los mexicanos comprendemos
que no la tendrá nada fácil por más que su antecesor, Calderón, insista
con su propaganda asfixiante en que le ha heredado un mundo de
caramelo. Todo lo contrario: 60 millones de pobres, 30 millones de
hambrientos, 8 millones de ninis, 6 millones de desempleados y 100 mil
muertos, desaparecidos y torturados son un saldo brutal de 30 años de
neoliberalismo a ultranza de los que su partido, el PRI, antecediendo a
la docena trágica del PAN, es también responsable.
Así
pues, no podemos exigirle soluciones mágicas e inmediatas, pero sí que
las vaya habiendo en cuanto sea posible. Y deberá haberlas si usted
cumple sus promesas de campaña de una democracia con resultados: debe
darnos un gabinete de calidad y no como los pésimos grupúsculos
recientes; no instrumente un gobierno de cuates y de cuotas; es obvio
que ha llamado a sus cercanos y de confianza a cargos clave, pero
también debe convocar a quienes, aunque lejanos, sean expertos en su
materia. A propósito, sea un presidente convocante. ¿Sabe usted que
Calderón jamás invitó a un adversario a un café en Los Pinos? No caiga
en ese error. Escuche a los opuestos y hábleles a los diferentes.
Alguna
vez me dijo en una entrevista que si éramos congruentes con nuestro
régimen presidencialista requeríamos de un presidencialismo fuerte.
Coincido. Sobre todo para limpiar la casa que le han dejado: en muchos
ámbitos un verdadero desastre. Pero espero que coincidamos también en
que de ahí al autoritarismo o a la dictadura perfecta hay —como diría
José Alfredo— una enorme distancia. Lo que necesitamos en este país es
un liderazgo fuerte, firme, honesto. Queremos un presidente trabajador,
confiable y entregado a su tarea. Por eso yo me pregunto, como creo que
muchos: ¿de verdad es necesario que nuestro presidente sea ajonjolí de
todos los moles y se la pase de chile frito en cuanto acto lo invitan?
¿No será mejor verlo trabajando para todos nosotros en mangas de camisa
que andar de pachanguero?
Usted
nos ha propuesto lo que todos anhelamos: un cambio… con rumbo. Ojalá
que así sea, porque nadie tiene idea de hacia dónde va el país, salvo a
un futuro oscuro, porque no se ve ninguna señal luminosa en el
horizonte. De ese tamaño es su desafío.
Para
enfrentarlo, no se deje presionar por los que aseguran que se las debe.
No es cierto. Se debe únicamente al voto de los millones que optaron
por usted. Y si ya se ganó el voto, ahora depende de su desempeño
ganarse el respeto y hasta el reconocimiento y la admiración de la
mayoría al concluir el mandato que ahora empieza. Es posible que muchos
piensen que soy un ingenuo al plantearle todo esto. Pero prefiero serlo
por esta vez. Ya habremos de ejercer nuestra consustancial función
crítica. Por ahora, le reitero: decídase a pasar a la historia como un
gran presidente.
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