Días
de ira. En una comunidad rural de Dinamarca se lleva a cabo una
persecución y un linchamiento moral que semeja una cacería de brujas de
la época medieval. Todo a partir de una mentira proferida sin malicia
por Clara (Anita Wedderkopp), una niña de cinco años que da a entender
a las autoridades de su escuela que Lucas (Mads Mikkelsen), su maestro
preferido, le habría mostrado sus órganos genitales. Esta mentira,
originada en imágenes pornográficas apenas avizoradas, recuerdos
confusos y un malentendido entre ella y su maestro, se esparce por la
comunidad escolar y por todo el pueblo con la eficacia de una
repproducción viral. En pocos días el antes respetado maestro se vuelve
el blanco de una repulsa generalizada. De nada valen sus argumentos
frente a la noción imperturbable de que los niños son incapaces de
mentir. Sus compañeros de juergas lo evitan y condenan, su mejor amigo
y padre de la niña duda muy poco antes de unirse también al
linchamiento que crece incontenible. Lo que en un primer tiempo es
azoro y desconfianza pronto se vuelve un hostigamiento abierto que
derriba todo rastro de honorabilidad en Lucas y siembra el recelo y la
duda entre sus seres más cercanos, la esposa de quien se ha separado,
el hijo adolescente cuyos lazos afectivos intenta recuperar, y su nueva
joven amante, que vacila ya por qué partido habrá de inclinarse en el
asunto.
En La caza (Jagten), su séptimo largometraje, el danés Thomas Vinterberg (Festen: La celebración, 1998; Submarino,
2002) deja en claro con indicios muy precisos la inocencia de su
protagonista. Aunque es grande la tentación de atribuir al director y a
su guionista Thomas Lindholm la intención de sembrar ambigüedades en el
relato y en particular en la conducta de Lucas, lo que realmente
interesa a Vinterberg es mostrar hasta qué punto una comunidad
tranquila, en apariencia civilizada, puede exhibir conductas
irracionales. En los últimos años el delicado tema del abuso infantil
ha exacerbado temores colectivos, en ocasiones muy fundados, y también
paranoias colectivas que han generado una intolerancia extrema y en
ocasiones crímenes de odio.
La
película desarrolla el personaje de Lucas de modo complejo y
fascinante. Se trata de un ciudadano común que intenta rehacer su vida
sentimental y mantiene relaciones muy cordiales con su entorno, y cuya
vida entera súbitamente da un giro radical por el efecto de una palabra
mal proferida y peor interpretada. Lucas pierde toda su respetabilidad
y es señalado como un apestado social, un paria deleznable, y agredido
de mil formas, con un hostigamiento encarnizado que no conoce tregua y
que lo orilla a él, bestia acorralada, a responder vigorosamente y
defender su honor vulnerado y su verdad, esa evidencia que todo el
pueblo, con escasas excepciones, se empeña en desconocer o invalidar.
Hay dos secuencias capitales: una en un supermercado, la violenta
confrontación del hombre humillado con sus agresores; otra en el
interior de una iglesia, con el desafío moral que Lucas lanza a su
mejor amigo, un perseguidor acosado ya por una duda perturbadora.
La caza alude también, y no es el menor de sus asuntos, a la transmisión de una generación a otra de los valores del éxito y la competitividad, fincados a menudo en la violencia, y cuyo símbolo son aquí el rifle y la cacería. La posibilidad de un entendimiento civilizatorio, algo que sería el mejor resguardo contra la histeria colectiva y las conductas irracionales, se topa a menudo con ese obstáculo mayor que es el derecho del más fuerte. Una comunidad entera se arroga aquí el derecho de acosar y humillar a uno de sus miembros y destruirle la existencia, a partir de una mentira que sólo es una faceta más de prejuicios más generalizados y arraigados.
Además de la Cineteca Nacional, la Muestra prosigue este mes su recorrido en salas de Cinemex, Cinépolis, Lumière Reforma y sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario.
La caza alude también, y no es el menor de sus asuntos, a la transmisión de una generación a otra de los valores del éxito y la competitividad, fincados a menudo en la violencia, y cuyo símbolo son aquí el rifle y la cacería. La posibilidad de un entendimiento civilizatorio, algo que sería el mejor resguardo contra la histeria colectiva y las conductas irracionales, se topa a menudo con ese obstáculo mayor que es el derecho del más fuerte. Una comunidad entera se arroga aquí el derecho de acosar y humillar a uno de sus miembros y destruirle la existencia, a partir de una mentira que sólo es una faceta más de prejuicios más generalizados y arraigados.
Además de la Cineteca Nacional, la Muestra prosigue este mes su recorrido en salas de Cinemex, Cinépolis, Lumière Reforma y sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario.
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