Porfirio Muñoz Ledo
Surgió el 20 de noviembre Morena como organización nacional en vías de
constitución de un partido político. El proceso culminó tras cinco años
de recorrer todos los municipios del país y de celebrar en menos de
tres meses asambleas en las 32 entidades federativas y en los 300
distritos electorales del país. El esfuerzo fue enorme y el propósito
es claro: asentar sobre el esfuerzo social una nueva manera de hacer
política.
Ahora serán cuatro partidos los que se ubiquen ideológicamente del
centro a la izquierda, al lado de los cuatro que se colocan hacia la
derecha. Un aparente equilibrio entre las fuerzas políticas que se
proponen la profundización del neoliberalismo y las que intentan
implantar un modelo incluyente, democrático y soberano en la conducción
del desarrollo nacional.
A diferencia de 1988, cuando el fraude electoral cercenó las esperanzas
de cambio y se consolidó el régimen actual, esta vez las circunstancias
han determinado la diversidad en el espectro de las formaciones de
izquierda; lo que hubiera sucedido desde entonces si, además de los
cuatro partidos que integraban el Frente Democrático Nacional,
hubiésemos decidido convertir el gran caudal de la Corriente
Democrática en partido político
Es necesario contemplar la aparición de un nuevo partido —máxime en
este caso— como un enriquecimiento y no como una división. Casi todos
los comentarios van en ese sentido, pero se requiere un acuerdo
explícito entre las organizaciones y entre éstas y las representaciones
de la sociedad civil. Es importante plantear ya un mecanismo formal y
operativo que remplazaría a los extintos Frente Amplio Progresista
(FAP) y Diálogo por la Reconstrucción Nacional (DIA). Ese camino
debiera conducir a un partido-frente con un programa comúnmente
aceptado. Las cuestiones estratégicas son igualmente importantes y, en
el caso, de difícil abordaje. El dilema no es entre radicales y
moderados, que en toda organización amplia coinciden y debieran
complementarse. El problema reside en los límites éticos de la política
y en la definición de los objetivos que realmente se persiguen. Es
preciso establecer la diferencia entre el diálogo y la negociación que
por naturaleza debieran ser públicos y transparentes y la cooptación o
la compraventa, que necesariamente son turbias y profundamente lesivas
para la integridad política.
Es indispensable determinar los campos en que se efectúa la actividad
partidaria: sea en funciones de gobierno, en la oposición parlamentaria
o en la movilización social. Ha de existir el máximo posible de
congruencia entre ellas aunque tengan modalidades distintas de
ejercicio. Desde luego, todas debieran realizarse con pulcritud y
abonar a la misma causa.
El propósito último que nos anima no es la multiplicación de los
espacios de poder, cualquiera que sea su rango o significación social.
Ciertamente, la suma de territorios políticos conquistados pueden
coadyuvar a la victoria nacional sobre nuestros adversarios, siempre
que cumplamos nuestras encomiendas con apego a los principios que
sustentamos y no perdamos de vista que nuestro objetivo verdadero es el
cambio de rumbo del país.
No podríamos actuar bajo el falso supuesto de que en México se respetan
las reglas de la democracia y es asequible por la vía electoral la
alternancia genuina en el ejercicio del poder. Nuestro objetivo más
próximo debiera ser incrementar la presión social para que se
modifiquen las reglas de juego existentes y se depuren los órganos
responsables de conducir y dirimir los comicios. Reducir drásticamente
el uso y el abuso del dinero, así como la intromisión del gobierno en
los procesos electorales. No podríamos darnos el lujo de la ingenuidad
sino a costa de nuevas frustraciones.
Nuestras tareas más urgentes son sobre la conciencia pública. La
política debiera ser para nosotros pedagogía social y nuestro empeño
mayor la democratización de los medios de comunicación, como demanda
insoslayable de una auténtica reforma del Estado. Construir y promover
la agenda unitaria de las izquierdas y luchar efectivamente por la
creación de condiciones que permitan en verdad las transformaciones
políticas a que aspiramos.
Político
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