3/14/2013

México: El tema educativo


Gerardo Fernández Casanova (especial para ARGENPRESS.info)

La Revolución Mexicana se confirmó como tal –es decir como revolución y como mexicana- por el enorme esfuerzo educativo de los años 20 a 40 del siglo XX; tales características se fueron diluyendo hasta que en 1988 Salinas decretó el punto final a la Revolución y el pase a segundo término de lo mexicano para insertarnos en la globalización.

El maestro en los años gloriosos, hijo del que empuñó el fusil o el machete, tomó la estafeta con el libro y la palabra por arma redentora, enfrentando a curas y caciques del viejo régimen usufructuarios de la ignorancia y la superstición: tremenda lucha. La Guerra Cristera no dejó de ser una respuesta al programa educativo del gobierno revolucionario y el maestro objeto del escarnio de las huestes del oscurantismo. Así el maestro devino en líder social y promotor del cambio, luchador social por el rompimiento de las ataduras morales y económicas que sometían a los pueblos y barrios, siempre en abierto conflicto con el cura y el cacique. Mientras regía el régimen de la Revolución el maestro fue la punta de lanza y, en alguna medida, la carne de cañón del proceso; se le adjudicó el papel de impulsar la transformación. Maestro y gobierno en plena alianza.

Perdido el ímpetu revolucionario a partir de 1940, la alianza comenzó a transformarse: gobierno patrón y maestro empleado; revolución institucionalizada y educación desmovilizadora. En 1943 se constituye el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) para conducir la lucha laboral pero, principalmente, para controlar la fuerza adquirida por el magisterio en tanto que liderazgo social y ponerla al servicio electoral del régimen. La educación no dejó de ser compromiso prioritario de los gobiernos, pero su esencia cambió: de liberadora a mediatizadora. El maestro convertido en ejecutor de acciones centralmente decididas, uniformes y, obviamente, desligadas de la realidad local y sus peculiaridades. El choque no se hizo esperar y surgieron los conflictos, las más de las veces centrados en la materia de la relación obrero-patronal, pero siempre subyacente la diferente concepción del quehacer educativo y de la función de la educación pública. Así llegaron, por un lado gente como Othón Salazar y, del otro, los Jongitud y la Gordillo, éstos aliados indudables del régimen y su partido, eficaces acarreadores de votos y de privilegios, poseedores de una enorme capacidad de manipulación política. Planes van y vienen, reformas de ida y de regreso, pero el conflicto de fondo continúa y se agrava.

Son innegables las serias deficiencias del sistema educativo; falla la concepción y falla la ejecución; se crea un círculo vicioso por el que se niega la capacidad creativa del docente y se le dictan metodologías a seguir, incluido el llenado de innumerables cuadros de informes, las más de las veces diseñados por burócratas centrales ignorantes de la realidad de la operación frente a grupo; luego vienen las evaluaciones con resultados desastrosos y se la achaca al mentor por las deficiencias, sólo por ser el hilo más delgado. La opinión pública, debidamente influida por los medios que privilegian a la educación privada, se hace eco de las críticas centradas en la persona del maestro. Me pregunto si tales críticos han sabido alguna vez lo que implica el trabajo del maestro al frente de un grupo de alumnos de primaria o secundaria, yo sí y juro no volverlo a hacer. El magisterio registra un pesado cúmulo de agravios, tanto en lo económico como en lo operacional; su única forma de protesta y lucha por sus legítimos intereses es el paro de labores y, entonces nuevamente la opinión pública se enfila contra ellos por afectar a los alumnos que no tienen por que pagar las consecuencias, en tanto que la autoridad responsable levanta los hombros y deja que los movimientos de protesta mueran por desgaste.

El nuevo gobierno emprende una nueva reforma que innecesariamente eleva hasta el nivel constitucional. En realidad sólo aborda el tema de la relación entre el estado y el magisterio, importante sin duda, pero insuficiente ante el conflicto real. Con gran despliegue de propaganda se aborda un discurso atractivo en el sentido de mantener el carácter laico y de procurar la calidad en el esfuerzo público de la educación. Ya dieron el paso emblemático de someter a proceso judicial a la Gordillo, no por sus triquiñuelas que la hicieron dueña del sindicato más numeroso de América Latina, sino por el delito de lavado de dinero. Bueno, algo es algo, pero la reforma tendrá que replantear el concepto fundamental de la educación pública.

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