3/14/2013

Cien días de espectáculo




Manuel Bartlett

Como era previsible, Peña Nieto es su imagen, parlamentos preparados, teleprompter, close up, “política espectáculo”, cien días de superproducciones, auditorio parte del escenario. No es apreciación personal maliciosa, es opinión generalizada, repetida en medios, y comentarios, profusamente en las redes sociales, incluso en sus aliados pactantes y también actores del reparto del guion mediático lo subrayan. Del PAN, Madero: “no ha habido consistencia de propuestas de fondo, más allá, de una preocupante restauración del autoritarismo, se le ha dado mucho impulso a la imagen” y Barbosa del PRD, encuentra en los cien días “signos de poder absoluto y acciones tendientes a ensalzar la imagen del Presidente Peña Nieto”.

Ahora bien, además de la saturación de esa imagen, la forma, ¿qué hay de contenido en esos textos igualmente preparados para la representación?

“Al cumplir el simbólico plazo de los primeros cien días de gobierno”, Peña Nieto rinde cuentas desde el Palacio Nacional: “me comprometí a ejercer un gobierno eficaz de resultados concretos, asumí el reto de transformar al país, mover a México”. Se autodefine Presidente democrático, constructor de acuerdos. Estos conceptos son centrales en todos sus discursos, de ellos se pueden sacar conclusiones sobre ideología y propósitos.

Reitera en su mensaje a los 100 días, que tiene cinco metas nacionales: lograr un México en paz, tener un México incluyente, con educación de calidad, próspero y con responsabilidad global. Para avanzar esas cinco metas, presentó al tomar posesión sus primeras trece “decisiones” que resumo: prevención social contra lo que propicia el delito; código penal nacional único; transformación de las áreas de seguridad y justicia; cruzada contra el hambre; seguridad social universal; fomentar la competencia económica, destacando el sector telecomunicaciones; política exterior global. Afirma que cada acción responde al gran objetivo: transformar a México. Concluyendo que construir un México próspero requiere impulsar un crecimiento económico elevado, sostenido, que asegure la estabilidad macroeconómica y el orden en las finanzas públicas, lo que afirmó se concretó en el paquete fiscal enviado al Congreso.

La palabra transformación define todo el plan de gobierno expuesto, la utiliza con los más disímbolos objetivos, reiterada en cada discurso: transformar instituciones de seguridad; transformar la educación; transformar para competir en el mundo; transformar en el goce para todos de sus derechos humanos; el Pacto por México es el gran paso para la transformación; con la voluntad transformadora todo es posible; transformar a México, significa mover todo lo que se tenga que mover, la gente, las instalaciones; seremos parte de la generación que logrará la transformación de México; y concluye Peña Nieto con su gran frase: “no venimos a administrar, sino a transformar”.

Entre ejes y “decisiones” de política, no hay nada que anuncie una verdadera transformación: programas sociales rebautizados, objetivos de gobernabilidad elementales y urgentes, la pobreza imposible de eludir. Evidentemente continuidad.

La estabilidad macroeconómica aparece sutil; el paquete fiscal igual al de Calderón; recomendaciones conservadoras de la OCDE, aceptadas; impulso de la reforma laboral antiobrera. Nada es transformación, todo conservación. La transformación que infringe al PRI borreguno, sí es real, por la necesidad de su política de desnacionalización petrolera y el IVA, le quita así, lo que le quedaba de progresista.

Si el contenido es hueco, impera la forma, la imagen, instrumento para impulsar compromisos que desliza: neoliberalismo antinacional.

La apreciación general de estos cien días, descubre una vertiente autoritaria expresada en el encarcelamiento de su antigua socia electoral, interpretada como amenaza para todo aquel que se oponga a su voluntad “transformadora”. Golpe, faltaba más, mediático, espectacular.

mbartlett_diaz@hotmail.com
Senador y ex secretario de Estado

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