Carlos Bonfil
Transudamérica. Aunque es común encontrar en el cine de temática gay personajes transexuales memorables –piénsese en la australiana Head on (Anna Kokkinos, 1997), con un trans aguerrido desafiando a la policía homofóbica; o en la subversiva Strella (Panos
K. Koutras, 2009), con su protagonista trans procurando encontrar en su
padre una plenitud sexual y afectiva; o en el singular conflicto madre
transexual-hijo que plantea Transamérica (Duncan Tucker,
2005)–, el tema ha cobrado una importancia creciente en el cine en la
medida en que se avivan en la sociedad los debates en torno de la
legalización de la reasignación de género.
A la imagen tradicional, cargada de prejuicios, sorna y clichés culturales, que presenta a
una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre, se sobrepone ahora el recuento de persistentes discriminaciones sociales que paulatinamente han ido perdiendo mucho de la supuesta legitimidad moral que antes ostentaban. Desde Estados Unidos y Europa, y numerosos países asiáticos, el derecho a esa reasignación genérica, cuyo primer paso es el cambio de sexo mediante una cirugía consentida, es una realidad jurídica. América latina no es una excepción, y el caso de Cuba es al respecto paradigmático. En México dos documentales recientes plantean de modo directo, y sin asomos de culpa o de admonición moral, la experiencia transgénero: Morir de pie (2011), de Jacaranda Correa, y Quebranto (2013), de Roberto Fiesco.
La Cineteca Nacional presenta actualmente dos documentales sudamericanos que abordan el tema novedosamente. El primero, Naomi Campbel,
de los chilenos Camila José Donoso y Nicolás Videla, construye un
relato a medio camino entre la ficción y el documental a partir de la
experiencia de Paula Yermén Dinamarca, quien hace todo lo posible por
juntar el dinero necesario para una operación de cambio de sexo que,
por incosteable, podría no suceder jamás.
Yermén vive en una barriada miserable de Santiago, es aceptada y
menospreciada por sus vecinos con ambigüedad característica; las
murmuraciones abundan y le atribuyen, como a toda bruja que se respete,
poderes maléficos que mantienen a raya las posibles agresiones
homofóbicas. Por si ello fuera poco, lee el tarot en línea y vive un
amorío sin consecuencias con un joven bisexual deseoso de experimentar
con ella un sometimiento pasivo que ella rechaza de manera airada.
Transgredir el género es cosa únicamente suya; el amante debe
garantizar que los roles sexuales no se inviertan, pues de lo contrario
el cambio de sexo no tendría ningún sentido. A Yermén le horroriza la
perspectiva de usar como instrumento de placer el mismo órgano sexual
del que con tanto anhelo busca desprenderse.
El
título de la cinta alude a una compañera transexual que busca la misma
intervención quirúrgica para completar su muy hipotético parecido con
la actriz británica Naomi Campbell. La barriada popular, capturada por
la propia Yermén en un video casero, y los breves episodios
relacionados con el reality show que podría volver realidad
los sueños del paria sexual sin dinero, arrojan una imagen inusual y
desprovista de todo glamour de un combate por la reivindicación y la
dignidad sexuales emprendido desde una menesterosa trinchera urbana, en
definitiva menos hostil de lo que pudiera suponerse. Asistimos a una
trivialización de la disidencia sexual a partir de la enorme
marginación social por todo el barrio compartida.
El segundo documental, El casamiento, del uruguayo Aldo
Garay, sacude todavía más las certidumbres morales de muchos
espectadores. Relata el encuentro amoroso, diríase el flechazo más
curvo imaginable, entre un travesti, Julia Brian, y un obrero
heterosexual, Ignacio González, que conduce a una perdurable armonía
doméstica cuando Julia decide operarse y volverse no sólo un
transexual, sino toda una mujer virtualmente casada, de quien el
anciano Ignacio no imagina por un instante separarse.
La reasignación de género se vuelve aquí una reconfiguración
conyugal y doméstica. Los vecinos del barrio se acostumbran a la pareja
que disimula casi a la perfección la heterodoxia sexual de origen, y ya
solo queda una pareja amorosa de ancianos que se cuidan mutuamente de
manera admirable, que remplazan la progenie imposible o indeseada con
mascotas a las que adoran sin reservas. El director sigue paso a paso
las rutinas en este edén doméstico subvertido, acepta ser padrino de la
boda inminente, y señala con su cinta límpida, modesta y necesaria, los
avances sociales conquistados en el proceso civilizatorio de un Uruguay
respetuoso y solidario.
Se exhiben en la Cineteca Nacional. Naomi Campbel: sala 9: 14 y 18 horas; El casamiento: sala 7: 14 y 16 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1
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