Gerardo Fernández Casanova
(especial para ARGENPRESS.info)
En la visita que le hiciera el Gobernador de California, Jerry Brown, el Presidente Peña Nieto aseveró que con las reformas estructurales recién aprobadas habrá mayor bienestar en México y en Norteamérica. Lo de México es más que dudoso, pero lo que absolutamente seguro es lo de Norteamérica, entendido el término conforme al hablar del mexicano común que con tal gentilicio se refiere a los Estados Unidos y a sus habitantes como norteamericanos.
En todo caso, la brutal asimetría entre ambas naciones ha hecho que lo que allá es pastel, aquí sólo sean migajas, si bien nos va. Así ha sido la historia de México y de toda Nuestra América. Una generación obnubilada, intencionalmente educada en las universidades gringas para borrar los resquicios nacionalistas y anti yanquis, oyó el canto de la sirena y le creyó el cuento de que eso cambiaría; que ahora sí tendríamos una relación fincada en el respeto mutuo y, por tanto, entraríamos al primer mundo. El nacionalismo revolucionario, nunca cabalmente aplicado, se guardó en el cajón del olvido; nuestra herencia común latinoamericana fue despreciada; quedamos uncidos a la yunta al servicio del patrón, ahora convertido en buen amigo. Se renunció a ser cabeza de ratón y se optó por ser cola de león, donde más apesta.
Tiene razón Peña Nieto; con sus malditas reformas seremos fieles contribuyentes al bienestar de su Norteamérica. Mucho más de lo que habitualmente hemos sido. América Latina se queda con sus venas abiertas; las nuestras ya se cerraron, incluso se secaron. Y no sólo es cosa de dignidad, que pesa y mucho, sino de simple salud física, vida pues. El caso ominosamente ejemplar es el del llamado gas de lutitas o de esquisto, cuya extracción requiere del método de fracturación o fracking, que ha significado una revolución tecnológica y productiva en los Estados Unidos, pero que cada día es más objetada y hasta vetada en algunos estados por sus efectos sobre la naturaleza y la salud, con una clara expectativa de prohibición. No es para menos; según los científicos que encabezan el rechazo a esta forma de explotación, el daño es irreversible: se ocupa una enorme cantidad de agua que se contamina con agentes químicos, la que no es recuperable y que contamina los mantos freáticos, en perjuicio de las poblaciones cercanas y de la agricultura productora de alimentos. Adicionalmente se afecta la estabilidad geológica al romper estructuras de roca y provocar efectos sísmicos.
Pero no hay problema, para eso están los mexicanos, para desarrollar aquí los procesos que se prohíben allá. Para eso la nueva legislación aprueba sin cortapisas el desempeño de tal tipo de explotación, no obstante la oportuna advertencia de los expertos en la materia.
De paso y para no perder la oportunidad, el régimen aprueba y legitima la depredación causada por la minería a cielo abierto practicada en la extracción de oro y plata, cuyos efectos asesinos han sido fuertemente denunciados, no sólo por los ambientalistas que algunos califican de trasnochados, sino por poblaciones enteras que los sufren.
De lo que se trata es de que en esta asociación, a la que nos metieron sin ser consultados, a nosotros nos toca hacer lo que enferma, lo nocivo, para que ellos disfruten su bienestar con cargo a nuestra salud. En términos reales les exportamos salud, la nuestra y la de nuestros hijos. Es un rubro que debiera ser objeto de medición; probablemente resultemos campeones mundiales.
Me vienen a la mente lecturas recientes relativas al comercio de esclavos africanos; los propios caciques le entraban al negocio de entregar a sus súbditos al negrero esclavista. Así, gobiernos actuales actúan en el mismo sentido: entregan la salud de sus pueblos a cambio de cuentas de vidrio y espejitos, el de México ocupando un lugar de campeonato.
Es una desgracia que no se registre una poderosa reacción en contra de tales crímenes de lesa humanidad. Por el contrario, la propaganda mediática y el control de las mentes hacen que la gente se muestre pasiva y hasta satisfecha por la promesa del desarrollo y el empleo que supuestamente se logrará.
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