Marta Lamas
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- En ocasiones leo un artículo del cual aprendo tanto
que me gustaría reproducirlo sin más para ustedes mis lectores. Eso me
acaba de pasar con Las mujeres, los hombres y el futbol, de Débora
Tajer, una psicoanalista, publicado en el periódico argentino Página
12. Aunque ella circunscribe su reflexión para Argentina, encuentro
muchas claves interpretativas para analizar lo que ocurre en nuestro
país.
Tajer ve al futbol como “un área social privilegiada de la
constitución de la subjetividad masculina”, y señala que gran parte de
la fascinación masculina por este deporte reside en lo que implica la
escena deportiva: “la impredictibilidad, la sorpresa, la ambigüedad
entre ganar y perder, la creencia en los espectadores de que su
entusiasmo puede cambiar las oportunidades de su equipo, la suposición
en los jugadores de que otra cosa acontece cuando son mirados por el
público”.
Hablar del futbol es muy importante en la vida cotidiana, y Tajer
observa que “es uno de los modos en los cuales se expresan el afecto,
la pasión y los vínculos”. Ella insiste en que aun cuando siempre ha
habido mujeres a las que les gusta y apasiona, dicho deporte está
marcado por la masculinidad: hay “una relación entre el futbol y el
hacerse hombre y ser hombre”. En Argentina se ha constituido como un
organizador de la identidad nacional, y forma parte de la genealogía
masculina que un padre transmite y lega a su hijo varón. Hoy en día,
“cuando se asiste al estallido y reordenamiento de varios de los
organizadores instituidos de la vida en la modernidad”, la afición por
un equipo permite un anclaje identificatorio de gran relevancia frente
a la pérdida de otros, como el trabajo o los partidos políticos. “Un
varón contemporáneo puede cambiar de mujer, de partido, de jefe y hasta
de país, pero nunca de equipo de futbol”. Para Tajer se trata del
“último refugio generador de pasión y dador de identidad fuerte” que
queda, y su afición transmite “una hoja de ruta de la masculinidad”.
Para Tajer no es posible hablar de una relación entre el futbol y los
hombres sin hacerlo también en relación con las mujeres, por lo que
habla de las argentinas y su actitud, tolerante o no, de acompañamiento
o no, con esa pasión masculina. Hay algunas a las que les gusta el
futbol y otras a las que no. A las primeras Tajer las divide a su vez
en dos subgrupos: “las que han ingresado o pugnan por ingresar como
actoras directas –jugadoras, árbitros, periodistas, dirigentes y
entrenadoras– y las que simplemente son gustadoras del espectáculo,
asisten a los partidos o los miran por televisión”. En cuanto a
aquellas a quienes no les agrada esta práctica, Tajer distingue cuatro
grandes subgrupos.
Uno es el de las que se sienten “molestas” por considerarse excluidas
de una actividad que –mientras dura el partido– causa todo el interés
de su amado. El futbol se vuelve una rival y ellas buscan una manera de
persuadir a su pareja de que, en prueba de su amor por ellas, desista
de ir a la cancha o de ver el partido por televisión. También están las
“indiferentes”, a quienes no les importa ni les molesta el futbol;
según Tajer, hay muy pocas que pertenezcan a este subgrupo. Luego están
“las que acompañan”, y que para Tajer son “mujeres que, con suficiente
experiencia en la vida, han aprendido la estrategia de que, al no poder
vencer a un poderoso enemigo, lo más inteligente es unírsele”. Y
finalmente están las “perplejas”, que “no se sienten molestas pero no
logran entender la fascinación masculina por ver a 22 adultos corriendo
detrás de una pelota”. Entre molestas, indiferentes, acompañantes y
perplejas, yo me ubico en ese último grupo.
En el relato de algunas de las mujeres que participan y gustan del
futbol se nota la relación con el padre: el gusto por el futbol parece
un don que han recibido de su padre, una especie de herencia paterna.
Tajer analiza el caso de una mujer que encontró sumo atractivo en un
hombre al que no le gustaba el futbol, para luego comprender,
desilusionada, que ese lugar puede ocuparlo cualquier otra pasión. Pero
también la psicoanalista advirtió la fascinación femenina de la que
habla Lacan, esa que experimentan las mujeres al ver a un hombre
concentrado y puesto todo en una acción, en un acto. Así, hay mujeres
que pueden llegar a enternecerse ante los sentimientos, incluso los
sacrificios, a los que un varón está dispuesto por la adhesión a un
determinado equipo. Aunque en la actualidad hay muchas mujeres que
elijen acompañar al amado mientras disfruta del partido, bastantes se
han percatado de que existen muchas otras alternativas para pasar un
domingo por la tarde, como visitar a sus amistades y familiares,
mientras su “rival” ocupa la atención de su pareja.
Tajer concluye que desconocer el futbol es desconocer una parte
importante de la vida nacional. Tiene razón. Pero lo que más me impactó
de su agudo análisis es que, según ella, lo que las mujeres suelen
compartir ante el futbol, muchas veces inconfesadamente, es “la envidia
que les provoca la pasión que ellos sienten y a la que no le encuentran
equivalente sustitutivo en el universo de la feminidad”. Como para
pensarlo, ¿no?
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