La mayoría de los trabajadores sindicalizados en México pertenece al
llamado sindicalismo charro, sometido a la voluntad del partido en el
gobierno; o al sindicalismo blanco, rendido a los empresarios. Muchos de
estos trabajadores ni siquiera saben que forman parte de una
organización sindical, pues los contratos colectivos de trabajo fueron
firmados a sus espaldas con líderes sindicales que ni siquiera trabajan
en esas empresas.
Una de las grandes ilusiones en el año 2000 era que con la
alternancia de partido en la Presidencia de la República este modelo
sindical se debilitaría y todo sería cuestión de tiempo para que
estuviera en vías de extinción. Sin embargo, el PAN no sólo decidió
cobijarlo, sino que se apropió de algunas de las más grandes centrales,
como fue el caso del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación
(SNTE) y del Sindicato Nacional de Trabajadores del Seguro Social
(SNTSS), además de contribuir a la sumisión de los llamados sindicatos
blancos al poder empresarial.
Al líder del SNTSS, Valdemar Gutiérrez, lo postuló como candidato
plurinominal a la Cámara de Diputados, y a la lideresa del SNTE, Elba
Esther Gordillo, le entregó múltiples posiciones de primer nivel en el
gobierno federal, entre las que se encontraban la Subsecretaría de
Educación Básica de la Secretaría de Educación Pública y la Dirección
General de la Lotería Nacional.
Como lo hizo durante 70 años el PRI, se otorgó dinero, poder y
privilegios a los líderes a cambio de su apoyo para sacar adelante
reformas legislativas y el sometimiento de los sindicalizados para
renegociar en favor de los empresarios y el gobierno (su partido) los
contratos colectivos de trabajo; en cuanto a los primeros, porque han
mantenido los costos de la mano de obra entre los más bajos de América
Latina, y en cuanto al segundo, porque les permitía alcanzar las metas
de inflación, vender la imagen de una paz laboral (como el extremo de
Nuevo León, que este año cumplirá 20 años sin el estallamiento de una
huelga) y hasta ganar las elecciones, como sucedió en 2006 en el caso de
Felipe Calderón. Únicamente Nicaragua tiene un salario mínimo nominal
(en dólares) menor que el de México, pero si se mide en relación con el
costo de la canasta básica el mexicano es menor, incluso en este 2018,
después del aumento superior a la inflación que se otorgó a partir del 1
de enero.
Pero no únicamente el salario mínimo ha caído en México; también el
ingreso medio por persona, que pasó de 2.41 salarios mínimos en 2012 a
2.22 en 2016; en el mismo periodo, el número de mexicanos que ganan
menos de un salario mínimo creció en 1.261 millones; de 1 a 2 salarios
mínimos, en 2.240 millones, mientras que los que ganan de tres a cinco,
lo hicieron en 943 mil, y los de más de cinco, en 916 mil.
Esta pauperización del empleo en México es en gran parte producto del
sometimiento de los líderes sindicales mexicanos a la voluntad del
gobierno y sus empleadores. En este contexto precisamente se da la
persecución penal de Napoleón Gómez Urrutia, uno de los más conspicuos
representantes de este modelo sindical, porque en esos momentos resultó
incómodo para Grupo México, corporativo minero propiedad de Germán
Larrea, uno de los mexicanos que aparece en las listas de los
multimillonarios de la revista Forbes.
La persecución que empezó el gobierno de Vicente Fox y continuaron
los de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto tuvo su origen en que Gómez
Urrutia sobornaba a los empresarios, según dijeron éstos; y según el
líder minero, en que las empresas se negaban a rescatar los cuerpos de
los mineros en Pasta de Conchos, en Coahuila, y a acceder a las demandas
de mejoras del contrato colectivo de trabajo. Lo cierto es que el Grupo
México ha obtenido pingües ganancias en estos años y el patrimonio de
su accionista mayoritario, según Forbes, tan sólo en 2016 pasó de 9 mil
millones de dólares a 13 mil 800 millones.
Es totalmente reprobable que el gobierno haya cedido a las demandas
del empresario minero y transformado un conflicto laboral en un asunto
penal por la vía de una denuncia en contra del líder incómodo que tras
ocho años de litigio fue exonerado por la Suprema Corte de Justicia de
la Nación en agosto de 2014.
En este contexto la inclusión de Gómez Urrutia en el sexto lugar de
la lista plurinominal de candidatos al Senado le asegura su llegada a
esa cámara legislativa, pero nada tiene que ver con la intención de
brindarle inmunidad (como les preocupa a muchos empresarios), pues ya no
la necesita; ni con la violación al estado de derecho, pues su caso ya
fue resuelto por las vías jurisdiccionales.
Sin embargo, sí es muy preocupante por la posibilidad de que, a pesar
de una tercera alternancia de partido en el gobierno, se mantenga el
apoyo y el manejo corporativo del sindicalismo mexicano, prolongando
nuevamente la vida de un modelo anacrónico, nefasto y perverso, que
agudiza la pobreza de muchas familias mexicanas, ensancha la desigualdad
socioeconómica en México e impide avanzar en la construcción de la
democracia mexicana.
La vigencia de este modelo sindical atenta contra tres de las
dimensiones indispensable de la democracia: elección democrática de las
autoridades, en la medida en que manipula el voto de los sindicalizados y
sus familias; la vigencia del estado de derecho, porque violenta el
principio fundamental de libertad de asociación, además de violar la
legislación laboral y preservar los privilegios de unos cuantos
poderosos, y la vigencia de los derechos sociales fundamentales, al
mantener los salarios de los trabajadores mexicanos por debajo de la
línea de pobreza.
Para iniciar la construcción de la democracia mexicana,
inevitablemente hay que promover la transformación del sindicalismo
mexicano, y aunque el cambio de líderes no es suficiente (como ya lo
demostraron Carlos Salinas de Gortari con Joaquín Hernández Galicia y
Carlos Jonguitud Barrios, y Enrique Peña Nieto con Elba Esther
Gordillo), sí es indispensable, y Napoleón Gómez Urrutia (aunque sea
inocente de los delitos que le imputan, como dice la Corte, y sea un
perseguido político por buscar mejorar las condiciones laborales de los
mineros, como él asegura) es un conspicuo representante de esos viejos
liderazgos sindicales.
Este análisis se publicó el 4 de marzo de 2018 en la edición 2157 de la revista Proceso.
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