La costarricense Monserrat Sagot, precursora del activismo contra la violencia hacia la mujer. Crédito: Cortesía de la entrevistada |
Fabiana Frayssinet entrevista a MONSERRAT SAGOT, precursora de activismo contra la violencia machista.
En una entrevista con IPS, con motivo del Día Internacional de la Mujer, este 8 de marzo, la directora del Centro de Investigación en Estudios de la Mujer
de la Universidad de Costa Rica afirmó que el movimiento
centroamericano y latinoamericano contra la violencia machista “siempre
ha partido de un análisis político y estructural de la violencia”.
La académica y activista costarricense afirmó que “siempre es
importante que se levanten voces contra este serio y prevaleciente
problema”, en referencia a movimientos como #MeToo (yo también) que
nació en octubre de 2017 en Hollywood, la capital de la industria del
cine.
Pero la también coordinadora del grupo de trabajo “Feminismos, resistencias y procesos emancipatorios” del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
(Clacso) consideró que ese tipo de actividades surgidas en el Norte
industrial, “homogenizan a las mujeres y nos hacen aparecer a todas como
víctimas de las mismas formas de violencia”.
“Es decir, se omite un análisis de las diferentes formas de violencia
que afectan a las mujeres según su condición de clase, de raza, de
edad, de condición migratoria”, remarcó desde San José, y se soslayan
realidades que “tienen un impacto sobre quiénes serán más afectadas por
la violencia y están en mayor riesgo de morir”.
IPS: ¿Qué movimientos de liderazgo y activismo contra la
violencia hacia las mujeres han surgido en América Central, con
personalidad propia?
MONSERRAT SAGOT: El movimiento por la no violencia contra las mujeres
de Centroamérica es de los más viejos del continente y empieza sus
actividades desde inicios de los años 90, con la creación de la Red
Feminista Centroamericana contra la violencia. Este movimiento es
pionero también en exigir la aprobación de legislación y políticas
públicas contra la violencia.
De hecho, en Costa Rica se aprueba la ley contra la violencia
doméstica en 1997 y luego desde Centroamérica surge el movimiento para
llamar a incorporar el delito de femicidio como un tipo penal aparte del
homicidio en los diferentes códigos penales. Algunos de los países de
la región como Costa Rica, El Salvador, Guatemala y Nicaragua ya lo
incorporaron desde hace más de una década.
En ese sentido, los movimientos que existen son una continuidad de
estas primeras iniciativas y responden a las condiciones de violencia
extrema contra las mujeres que se viven en la región y convierten a
Centroamérica en una de las regiones más violentas del mundo fuera de
las zonas de guerra abierta.
De hecho, El Salvador, Guatemala y Honduras poseen algunas de las tasas de asesinatos de mujeres más altas del mundo.
IPS: ¿Cómo han incidido estos movimientos en la concreción de políticas públicas y los resultados sobre violencia machista?
MS: El movimiento ha sido muy exitoso en exigir la creación de
políticas públicas y leyes contra la violencia hacia las mujeres. En
casi todos los países se ha aprobado legislación y políticas sobre
violencia doméstica e intrafamiliar y se ha incorporado el delito de
femicidio o feminicidio en los códigos penales.
Lamentablemente, estas leyes y políticas no parecen haber tenido un
impacto en la reducción de la violencia. Si bien existen las leyes y las
políticas, esto no es suficiente para modificar una estructura social
profundamente desigual y autoritaria en las sociedades centroamericanas
que es lo que genera las condiciones de violencia exacerbada.
IPS: ¿En qué se diferencia este activismo feminista regional y
sus consignas como con los movimientos surgidos en 2017 en países del
Norte? ¿Percibe particularidades con los movimientos latinoamericanos,
como Ni una Menos o Ni una Más, nacidos en 2015?
MS: El movimiento por la no violencia contra las mujeres en
Centroamérica y América Latina en general siempre ha partido de un
análisis político y estructural de la violencia. Es decir, la violencia
contra las mujeres ha sido entendida como un componente estructural de
un sistema de opresión profundamente imbricado con las condiciones de
opresión económica y política.
Es decir, la violencia contra las mujeres ha sido un importante
instrumento de muchas feministas de la región para desarrollar un
análisis crítico de las interrelaciones entre el patriarcado, el
capitalismo y el carácter represivo del Estado.
Me parece que estos planteamientos nos han alejado de visiones más
culturalistas y a veces un poco ingenuas o individualistas que han sido
desarrolladas por algunos movimientos del Norte. Es decir, que parten de
que la violencia contra las mujeres es un problema de falta de
educación o sensibilización y que si se educara más a las mujeres y a
los hombres, la violencia disminuiría.
IPS: ¿Cuál es su opinión sobre la propalación mundial de
campañas como #MeToo estadounidense, que estalló en las redes tras las
denuncias de agresión sexual en la industria del cine de Hollywood?
MS: Como activista en contra de la violencia por décadas, siempre me
parece importante que se levanten voces contra este serio y prevalente
problema. También me parece muy bien que voces de mujeres importantes se
sumen a la lucha. Siempre es ganancia tener más personas involucradas.
Pero este tipo de movimientos, desde mi punto de vista, homogenizan a
las mujeres y nos hacen aparecer a todas como víctimas de las mismas
formas de violencia. Es decir, se omite un análisis de las diferentes
formas de violencia que afectan a las mujeres según su condición de
clase, de raza, de edad, de condición migratoria, etc.
Con eso quiero significar que si bien el problema de la violencia
contra las mujeres es universal e histórico, no todas estamos expuestas
al mismo nivel de riesgo y peligrosidad. En síntesis, ni la violencia
contra las mujeres ni el feminicidio son fenómenos monolíticos.
Hay personas y grupos que están desproporcionadamente expuestas a la
violencia y a la muerte al estar en relaciones íntimas más peligrosas,
así como en posiciones sociales más peligrosas o ambas.
En ese sentido, un movimiento como #MeToo homogeniza y no toma en
cuenta los análisis realizados en diversos países que demuestran que
factores como el desempleo, la pobreza, la edad, el grupo étnico, el
nivel educativo, el aislamiento, el estatus migratorio y la falta de
recursos de apoyo, tienen un impacto sobre quiénes serán más afectadas
por la violencia y están en mayor riesgo de morir.
Editado por Estrella Gutiérrez
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