Hábil en el debate directo y en su manejo en redes, Clouthier tiene
razón y no sólo por los argumentos que ha expuesto ni únicamente por el
mencionado comparativo. En general, los comparativos para el discurso y
la propaganda son malos (otra cosa es la política comparada que nada
tiene que ver con esto) y sólo contribuyen a deteriorar más el ya de por
sí precario debate político. Me refiero a pendejadas como el “Macron
mexicano”, la Hillary o el Trudeau.
Desafortunadamente, las pendejadas más allá de comparar a López
Obrador con Chávez o Maduro, nos saturan a diario. Algunos ejemplos
merecedores del vocablo:
Dos semanas después de que dependencias y entidades federales
protagonizaran la publicidad a las aparentemente ilegales operaciones de
Ricardo Anaya, inclusive con la inusual –y quizás ilegal– difusión de
un video de seguridad de la PGR, el presidente Enrique Peña Nieto afirmó
que no intervendrá en el proceso electoral más que con su voto.
La realidad es que su intervención está más que acreditada desde
agosto del año pasado, cuando comparó precisamente a López Obrador con
Nicolás Maduro, en una entrevista con Ciro Gómez Leyva. Y a partir de
ahí, modificó su mensaje publicitario por “lo bueno cuenta y queremos
que siga contando”. Desde entonces, sin recato.
Una más. López Obrador ha dicho que reconocerá si Peña no interviene
en la elección y, a pregunta expresa sobre los escándalos de corrupción,
responde que no habrá persecuciones políticas.
Otra. La información que hasta ahora se conoce sobre Ricardo Anaya,
plantea dudas naturales sobre su enriquecimiento. Ocupó cargos de mando
medio en su breve trayectoria política y con eso, es capaz de crear
empresas, realizar transacciones millonarias, abrir cuentas en paraísos
fiscales, usando domicilios fiscales que son terrenos baldíos y vender
en 54 millones un predio al chofer y la secretaria de un amigo.
Ante las revelaciones, Anaya ha mentido de manera compulsiva y queda
expuesto. No ha dado explicaciones suficientes sobre ese asunto como
tampoco sobre la fundación, revelada en macizo reportaje de Álvaro
Delgado, a través de la que también realizó una irregular y millonaria
transacción inmobiliaria.
“Están desesperados”, “ya se van”, son frases suficientes para que
tanto Anaya como los corifeos del mundillo intelectual centren sus
argumentos en denunciar embestida del régimen. En tanto, el panismo
volcado a buscar filtradores y ocultar información.
El gobernador Francisco Domínguez declaró ayer que tanto él como
Anaya ya saben quién filtró la información sobre sus operaciones
inmobiliarias. No es raro, pues en el control de daños, han sido
exhaustivos. El periodista queretano, Eric Pacheco Beltrán, denunció en
sus redes sociales la forma en que se le ha impedido consultar
expedientes registrales sobre las razones sociales de Anaya que, siendo
públicos, se le niegan con pretextos absurdos.
Así, Peña embiste y debe afirmar que cumplirá la ley y no
intervendrá, cuando eso es el deber ser y no requeriría autoafirmación;
López Obrador confunde justicia con persecución política; y Anaya se
victimiza en lugar de transparentar. O sea, parafraseando a Tatiana
Clouthier, son pendejadas.
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