Evidente. Fue una de las muchas contradicciones que su candidatura
entraña. Y sin duda reflejo de uno de los riesgos que el priismo
enfrenta: acudir a un acto de primera importancia y carga simbólica del
PRI, como su candidato, pero manteniendo la distancia, sin
identificación con sus miembros.
Que el PRI tiene un problema de credibilidad –así, en general–, ni
duda cabe. Acumula 89 años de desgaste, con sus más de siete décadas de
autoritarismo hegemónico y casi seis años de su regreso a la
Presidencia, que por denominador común tiene represiones, un estilo
viciado en lo político, malos manejos económicos, injusticias en todos
los ámbitos, despojos, latrocinios y trapacerías, mayoritariamente
dejados en la impunidad.
Quizás por ello, para algunos en las cúpulas priistas y en las del
gran capital resultó buena idea lanzar un candidato no militante. Un
hombre con formación académica y experiencia como ninguno en la alta
burocracia, que pudiera sacudirse las siglas bajo la noción de
ciudadanía.
La cuestión es que precisamente por esa currícula, Meade Kuribreña
arrastra la suma de descréditos: el de las elites formadas en las
universidades extranjeras, responsables de habernos traído el mal desde
los años ochenta; el de la sangrienta administración calderonista, y el
de la sangrienta y corrupta administración peñanietista.
Se trata, pues, de una candidatura representativa de la simulación
democrática que dimos en llamar transición, pero que en los hechos sólo
constituyó la prolongación de las formas de hacer política y de las
directrices económicas generadoras de profundas desigualdades;
representa un reacomodo, una ampliación en el reparto de poder entre
grupos con intereses convergentes. Es reedición del viejo sistema con
discursos nuevos y diversidad de siglas.
En síntesis, la intención de ser un candidato ciudadano, dicho como
sinónimo de independencia respecto de los políticos tradicionales, no
convence hasta ahora a la franja del electorado a la que se proponía
llegar.
Así, sin conseguir simpatía en el antipriismo, Meade Kuribreña va
perdiendo el piso mínimo que solía simpatizar con el PRI. Si en 2006,
cuando obtuvo su votación más baja, ese partido consiguió poco más de
22% de los sufragios, lo que hoy revelan las encuestas es que podría
estar inclusive por debajo de ese porcentaje en las preferencias.
Uno de sus grandes problemas es la ambigüedad. Dice que no es priista
en repudio a lo anquilosado, pero es producto del dedazo; ofrece
continuidad sin reivindicar su origen; propone combate a la corrupción,
pero sólo si es la del adversario; se presenta ciudadano, pero es
incapaz de romper con el régimen vigente.
El 4 de marzo, los festejos por los 89 años de la fundación del PRI
pudieron ser un buen marco para despejar dudas y deslindarse de lo que
le pesa: asumirse priista, romper con Enrique Peña Nieto y la elite
mexiquense, ejercer una autocrítica contundente y, quizás con ello,
conseguir algo de credibilidad entre priistas y en el electorado. Pero
no lo hizo. Optó por concentrar su crítica en sus adversarios… palabras
al viento.
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