Jóvenes en situación de calle sufren discriminación por ser mujer, consumir drogas y vivir en la calle, además de cargar con un estigma social muy fuerte por parte de sus familias, sus comunidades e incluso las instituciones que les dicen todo el tiempo que son malas mujeres y malas mamás, evalúa la asociación civil El Caracol.
Desde niña, Maribel abandonó su casa por problemas de violencia y convirtió las calles de Ciudad de México en su nuevo hogar.
“Toda mi vida fue de encierro en anexos y casas hogares, a veces en la
calle, hasta que me aburría y me iba a algún albergue, pero seguía
cotorreando; me gustaba drogarme”, cuenta.
Embarazada de su primer hijo a los 18 años, Maribel decidió abandonar
las calles. Cantando en el metro logró juntar dinero suficiente para
rentar habitaciones en hoteles de paso; ahora, cinco años después, edad
que tiene su hijo mayor, sus ingresos le alcanzan para pagar renta en
una casa de interés social.
Con un bebé de meses cargado en la espalda y otro de cinco años
sujetando su mano, Maribel recorre todos los días diferentes líneas del
metro entonando una canción que le recuerda la etapa más difícil de su
vida, cuando consumía drogas y vivía en las calles de la ciudad.
El universo para él no tiene enigmas, lo ha conocido al derecho y
al revés; sus viajes locos eran puras fantasías, su combustible era el
activo todo el mes…
Actualmente, unas 6,754 personas viven en las calles de Ciudad de México, de las cuales un 12.73 % son mujeres.
Las principales causas por las que estas personas han llegado a las
calles son: problemas familiares (39 %), problemas económicos (28 %) y
adicciones (14 %), según los resultados preliminares del Censo de
Poblaciones Callejeras 2017, elaborado por la Secretaría de Desarrollo
Social capitalina (SEDESO).
Entre los problemas familiares, que son la primera causa por la que
las personas llegan a vivir a las calles, destacan la expulsión del
núcleo familiar (34 %), violencia (33 %), abandono (24 %) y abuso sexual
(7 %).
Este grupo de población se encuentra en el lugar 17 de los 41 “en
situación de discriminación en la Ciudad de México”, según la Encuesta
sobre Discriminación en la Ciudad de México, del Consejo para Prevenir
la Discriminación (COPRED), aunque experimentan diferentes formas de
rechazo y violencia por cuestiones como su situación de pobreza, su
nivel educativo, su apariencia o su género.
En la calle, las mujeres la pasan peor
En los 24 años de trabajo que ha realizado la asociación civil El
Caracol, que apoya y orienta a personas de poblaciones callejeras,
“vimos que en las calles los hombres la pasan muy mal, pero ellas la
pasan mucho peor”.
Desde hace diez años la asociación comenzó a diseñar estrategias de
defensa legal de mujeres que pedían apoyo por situaciones de violencia.
“Nosotros ya hablábamos de que sufrían diferentes tipos de
discriminación: por ser mujer, por consumir drogas y por vivir en la
calle, pero además nos dimos cuenta de que ellas cargan con un estigma
social muy fuerte, y es que sus familias, sus comunidades e incluso las
instituciones les dicen todo el tiempo que son malas mujeres y malas
mamás”, explica Luis Enrique Hernández, director de El Caracol.
De acuerdo con una encuesta realizada a mujeres pertenecientes a
poblaciones callejeras en 2017 por El Caracol, ocho de cada 10 señalaron
haber vivido situaciones de menosprecio, gritos, humillaciones e
insultos por parte de sus parejas, su comunidad, compañeros de trabajo,
autoridades del gobierno y desconocidos.
A seis de cada 10 las han amenazado con quitarles a sus hijos, y a cinco de cada 10 se los han quitado,
lo que las lleva a emprender procesos legales para recuperarlos, en los
que las autoridades les exigen como requisito contar con condiciones
que para ellas son difíciles de cumplir, como contar con una casa y con
condiciones económicas estables.
Como respuesta a este tipo de problemáticas, expuestas por las
mujeres ante el jefe de gobierno capitalino durante una audiencia
pública celebrada en 2017, la SEDESO echó a andar el proyecto “Hogar
CDMX”, que ofrece un espacio para vivir a familias completas a bajo
costo, y da servicio de guardería para que los padres y madres puedan
trabajar sabiendo que sus hijos están en un lugar seguro.
Sin embargo, reconoce la titular del COPRED, Jacqueline L’Hoist, para
que las condiciones de esta población mejoren hace falta trabajar con
las personas en situación de calle, para que accedan a regularizar sus
documentos oficiales, y con la sociedad, en general, para que no los
criminalicen ni estigmaticen por su condición económica, sus adicciones o
su apariencia.
Somos seres humanos con diferentes oportunidades
Karla, de 31 años, tiene cuatro hijos; desde hace años trabaja en el
metro vendiendo dulces u otros productos, con lo que obtiene dinero para
pagar la renta de una casa.
“Estuve un tiempo en la calle, a veces me quedaba con una amiga y
todos los días tengo que estar trabajando con mi hija de menos de un año
colgada y con mi mercancía; ando de arriba para abajo en chinga”,
cuenta.
A Karla, las situaciones de violencia que vivía en su hogar la
llevaron a decidir salir a las calles y consumir drogas, hasta que
impulsada por el deseo de recuperar a una de sus hijas, quien está bajo
el cuidado de su abuela, decidió buscar otro lugar para vivir y dejar
las adicciones.
Karla explica que, en ocasiones, algunas personas se han acercado a
ella para cuestionarla por su trabajo y por su apariencia; sin embargo,
dice, “para buscar un trabajo formal necesito papeles y no los tengo”.
Para ella, vivir en la calle y ser mamá es algo “triste, porque luego
hay personas que te hacen sentir mal; te ven en la calle y te gritan
‘pinche mugrosa’, o le dicen ‘piojosos’ a nuestros hijos”, lo que a su
juicio se debe a que no son sensibles a que “también anhelamos y
pensamos; somos personas, nada más que con diferentes oportunidades y
diferentes vivencias”.
De acuerdo con El Caracol, la baja escolaridad es un rasgo común en
este tipo de población y se traduce como uno de los principales
obstáculos para que mejoren su condición de vida.
Los datos del Censo de Poblaciones Callejeras de la Ciudad de México
revelan que el 9 % de las personas que viven en la calle no saben leer
ni escribir, un 11 % no tiene estudios y el 29 % solo cursó algún grado
de la primaria.
Otro 23 % cursó hasta la secundaria, 10 % estudió el medio superior y
solo un 3 % de ellas ingresaron a alguna carrera universitaria.
Además, el 55 % de las mujeres no cuentan con identificación oficial para acceder a un trabajo formal o a programas de gobierno.
La vida después de las calles
Maribel y Karla son dos de las 15 mujeres cuyas familias se
encuentran acompañadas por El Caracol en un proceso de “vida
independiente”, que es el nombre que recibe el seguimiento que dan a
quienes han logrado salir de las calles.
Cada dos semanas, personal de El Caracol las visita en sus casas para
saber cómo se encuentran y si sus hijos continúan acudiendo a la
escuela, si tienen amigos en la comunidad y la manera en la que se
relacionan.
Enrique Hernández comenta que “esos son los indicadores que vemos que
van mejorando, aunque sigan en empleos informales, porque para nosotros
ya es un avance muy importante, y una prueba de todo el esfuerzo que
ellas hacen, el hecho de que hayan abandonado las calles”.
Aunque, reconoce, no es sencillo: las familias que acompañan en su
proceso de vida independiente han tenido que llegar a donde están con
sacrificios personales, pues debido a la falta de la regularización de
sus documentos oficiales no son candidatas para acceder a programas
sociales de apoyo para ellas o sus hijos.
Maribel dice que le gusta cantar y que continuará haciéndolo para
ganar dinero en el metro, pues aunque le gustaría tener un empleo
distinto, de esos que anuncian “en folletos que me dan en la calle”, no
tiene los estudios que solicitan para contratarla.
Con apoyo de su pareja, quien se dedica a vender dulces y pulseras en
el metro, saca a sus hijos adelante, y dice que “gracias a Dios” le
alcanza para lo necesario: comer y vestir a su familia.
Karla, por su parte, dice que sueña con “estar algún día con toda mi familia, con todos mis hijos y mi pareja”.
“Mi meta es recuperar a mi hija, y a los que tengo, darles lo mejor
de mi, mi esfuerzo, buscar un empleo estable y enseñarles valores para
que nunca se olviden que venimos de abajo”, expresa.
Para ella, lo importante es inculcarles a sus hijos que “así hayamos
avanzado y el día de mañana, Dios quiera, tengamos una casa propia y un
carro, jamás se les olvide que hay gente que no tiene nada”.
Esta publicación fue posible gracias al apoyo de Fundación Kellogg.
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