Una casilla electoral en la CDMX. Foto: Benjamin Flores |
La forma que asume tal sociedad y en la que su fin se concreta en la
historia, depende de la voluntad e inteligencia humanas. Tal forma va
encarnando en valores intelectuales, morales y materiales hechos
cultura, cuerpo y alma nacionales. La nación se va edificando como
empresa común abierta al mundo, como “plebiscito cotidiano”.
Cuando se abandona la empresa común y se sustituye por una obra ajena
al fin propio de la nación, ésta entra en crisis y es devorada por el
poder. Se gestan entonces: desorden, injusticia, pobreza, corrupción,
violencia, confusión y malestar. El deseo inteligente, el entusiasmo de
pueblo y autoridad por construir y fomentar el ambiente propicio para
respirar libertad, justicia, seguridad y paz, sufre una mutación. La
autoridad deviene en fuerza y la gestión del bien social, en lucha
descarnada por el poder como finalidad única, como fetiche de tribu.
El poder se traduce en botín y deja de ser medio para realizar la
tarea común. México atraviesa tal crisis política. Hay divorcio entre el
fin inmanente de la sociedad y los intereses del poder. Durante la
crisis, la confusión impera. Surgen hoy en plena campaña electoral por
la presidencia, paradojas de gran calibre, dignas de ser resaltadas a la
luz de Chesterton, el genio de la paradoja y de la ironía demoledora.
Los de Morena se acercan al régimen con promesas de olvido; hablan de
justicia y democracia y se juntan con zedillistas, calderonistas y con
neoliberales que no ven con malos ojos la siniestra Ley de Seguridad
Interior (ver su programa de gobierno), ni la reforma energética, según
su vocero económico; declaran no desear la reelección y olvidan que
“explicación no pedida, acusación manifiesta”; sostienen la ideología de
género y se unen al PES que la reprueba.
Los del Frente (PAN, MC y PRD) se alejan del régimen con advertencias
de justicia; se acercan a herederos de Colosio, pero se aferran a
personajes de infausta memoria; se unen con adversarios teóricos de la
política neoliberal, pero muchos de ellos en la práctica defienden
políticas neoliberales; vía el PAN atacan a la ideología de género y se
juntan con el PRD que la defiende; sufren ellos el asedio del sistema
con escándalo, en violación de la presunción de inocencia, quedando
algunas cosas por aclararse.
Los del oficialismo de siempre, alejados del pueblo y de la cultura
nacional; cercanos al calderonismo y a su política fallida de seguridad;
defensores del neoliberalismo que ha empobrecido al país, y promotores
de la Ley de Seguridad Interior; impulsores de la ideología de género,
pero con un candidato en la Ciudad de México que discrepa de ella; citan
a Colosio y propinan gasolinazos, elevan la deuda pública al infinito y
cargan con graves señalamientos de desvíos millonarios por la Auditoría
Superior de la Federación. Y varios de los llamados independientes,
presuntamente recabando miles de firmas falsas, y despidiendo uno de
ellos a sus auxiliares sin rubor, como lo reseña Proceso.
Es obvio que tales hechos y que los personajes cercanos a los
candidatos, son anuncio del derrotero que se seguirá en caso de triunfo.
Hay devotos de los partidos que se obstinan en no ver la realidad o que
la subordinan a una especie de fanatismo que injuria a los que piensan
distinto. Debiera prevalecer no el devoto ni el adulador de oficio, sino
el ciudadano reflexivo, libre del canto de las sirenas con crédito
infinito, según el ojo de Moliére en el Tartufo.
Habrá que romper las amarras de la crisis para que ésta desparezca en
el porvenir. La tarea es de largo plazo como dice Marichuy. Está en las
manos de la juventud el que se vayan rompiendo en un nuevo comenzar de
la Suave Patria “muerta e ida”, emulando la expresión del poema de
Yeats, “Septiembre 1913” de la Irlanda convulsa, la del “delirio de los
bravos”, y no en las manos soberbias de aquellos que luchan por el poder
mismo, sin percibir que la “soberbia precede a la ruina”.
La democracia es definida por el consentimiento de la mayoría a la
hora de votar y no antes. Los debates serios son las herramientas para
que el pueblo forme su criterio acerca del mal menor en esta ocasión, y
reflexione su voto. La juventud en una buena lid definirá la elección
para que salga triunfador el que sencillamente tenga más votos libres,
guste o no a algunos. La democracia real implica riesgos; si falla, en
la elección siguiente se esmerará para enmendar, y así sucesivamente
hasta “que todo haya cambiado, radicalmente cambiado y una terrible
belleza haya nacido”: una república de municipios libres, con salarios
dignos para el ciudadano y con la riqueza distribuida en equidad para
felicidad del pueblo.
(Dedico este artículo al valiente periodista Álvaro Delgado, mi admirado amigo).
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