(apro).- Que el candidato ubicado en tercer lugar
forme parte de un complot para desbancar al que va en segundo sitio, sin
duda es comprensible. El problema reside en los métodos aplicados. En
México se vale usar el aparato de justicia para combatir a los
adversarios más odiados o más estorbosos, aunque esa conducta siempre
haya sido ilegal. Sin embargo, aquí, como en cualquier otra parte, esa
es una forma infame y condenable de actuación.
Lo que resulta del todo impráctico es que el aspirante priista, José
Antonio Meade, diga que es preciso separar la procuración de justicia
del poder político. ¿Por qué lo dice? Parece una ironía, pues no podría
considerarse una crítica de la manipulación que ha hecho Enrique Peña de
la PGR, la cual siempre ha sido defendida por el priismo. Además, ¿para
qué proponer a estas alturas una reforma declarativa que ya ha sido
introducida en la Carta Magna?
El episodio del fiscal carnal, cuando Peña quiso dejar a uno
de sus amigos en la próxima Fiscalía General de la República, está aún
fresco en el registro político nacional. Como consecuencia, el país no
tiene procurador ni fiscal anticorrupción. La procuración de justicia se
encuentra en un desastre mayor que antes de la reciente reforma de la
Carta Magna para otorgarle expresa independencia orgánica.
Meade ha hecho su pronunciamiento, de por sí desfasado, precisamente
en el momento en que el gobierno está usando como ariete propagandista
–quizá también penal– a la Procuraduría, aprovechando el pueril error
cometido por el abanderado del PAN de ir a decirse inocente, sin que
nadie lo citara, a aquella guarida del poder político que es la PGR.
Si el gobierno busca en verdad que su candidato avance al segundo
lugar debería hacerse a un lado de la lucha electoral, dejarlo solo,
porque con su injerencia lo único que logra es despojarlo más aún de
credibilidad. Esto tendría que incluir lo más difícil: cancelar el flujo
de dinero hacia el PRI para la compra de votos. Sin embargo, es de
suponerse que lo dicho por Enrique Peña sobre este tema sólo abarca los dimes y los diretes,
pero no los recursos para la coacción y compra de los tan necesarios
sufragios. El PRI no funciona sin mucho dinero. Meade no es excepcional,
se sabe, pues ya fue titular de la Secretaría de Desarrollo Social, la
cual opera como central del clientelismo electoral ilícito.
Quien se ha tirado al piso al ser acosado por la PGR es el aspirante
panista, Ricardo Anaya. Sin embargo, de pronto, él olvidó que en 2005 su
propio partido, en alianza con el PRI (PRIAN, se dice), organizó desde
Los Pinos, Gobernación y la PGR el desafuero de López Obrador, con el
propósito de someter a éste a proceso penal e inhabilitarlo como
candidato. Que Vicente Fox, los suyos y sus ansiosos aliados hubieran
tenido que echarse atrás, sólo fue producto de la afortunada combinación
de tres elementos: una movilización popular de protesta como no se
había visto, la decisión de AMLO de no exhibir fianza e ir a la cárcel y
el sencillo acuerdo de un juez para regresar el defectuoso expediente a
la PGR. El PAN usó con fines políticos a la Procuraduría, tal como lo
había hecho el PRI y, antes de éste, los generales cuando gobernaban el
país.
En el cincuentenario del movimiento estudiantil de 1968, no sólo hay
que condenar la violencia sangrienta sino también aquella que consiste
en el uso del aparato de justicia para encarcelar a los críticos y
opositores del régimen. Antes y después de ese año, muchos movimientos
(telegrafistas, telefonistas, maestros, ferrocarrileros, médicos,
campesinos, universitarios, entre otros) fueron perseguidos con el uso
de la PGR. Bajo instrucciones presidenciales verbales se emitían órdenes
para encarcelar, las cuales a menudo se cumplían. El PAN nunca protestó
porque no se le aplicaba esa perversa utilización de la justicia. Las
cosas han cambiado pero sólo en su grado mas no en su sistema.
No obstante que la Constitución ya define expresamente a la
procuración de justicia como un órgano público autónomo (ya lo era
aunque sólo en la norma), es preciso hacer otras reformas, en especial,
romper el punto nodal de la trama con un presidente de la República que
respete la independencia del Ministerio Público y obligue por vías
políticas a los 32 gobernadores a hacer lo mismo. De otra manera no
habrá muchos avances.
Esto se puede entender mejor si se analiza la génesis del problema.
Desde 1917, cuando el MP fue elevado de rango, la entonces nueva PGR no
formó parte integrante de la Administración Pública, según el artículo
90 de la Constitución, sino que era formalmente una entidad
independiente. Sin embargo, el problema mayor de la reforma propuesta
por Venustiano Carranza y aprobada por el Constituyente de Querétaro fue
que se confirió al presidente de la República la facultad de designar y
remover libremente al procurador. Al abolirse la Secretaría de Justicia
en aquel mismo Constituyente, el renovado impulso presidencialista
condujo a dejar las cosas en mal estado porque surgió un Ministerio
Público con enorme poder, pues en lo sucesivo los jueces ya no pudieron
hacer investigaciones, las cuales se reservaron al vigoroso procurador,
puesto y depuesto por el Señor Presidente. Si a esto agregamos la
existencia de jueces de consigna, tal como siguen abundando, el país se
metió, al respecto, en una peor situación. El Estado de Derecho se
convirtió en una referencia más que en una realidad y se cocinó un
inmenso caldo de cultivo de la corrupción. Así hemos seguido durante 100
años. Es mucho.
¿Hasta cuándo?
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