Además del deterioro
por las condiciones de explotación extrema que ya de por sí sufre la
diversidad de seres vivos que habitan sobre la tierra, la clase política
pretende poner a la venta esta inconmensurable riqueza de la que
nuestro país es privilegiado.
En octubre de 2016 la senadora Ninfa Salinas presentó una iniciativa
de Ley General de Biodiversidad (LGB), elaborada de prisa y con graves
fallas, incluso a nivel de su constitucionalidad, que refleja los
intereses del grupo empresarial al que pertenece.
El objeto de esa regulación es supuestamente
establecer las facultades de los distintos órdenes de gobierno. Es decir, disposiciones de carácter administrativo para aprovechar legalmente la biodiversidad.
Se señala que se busca
garantizar el derecho a un medio ambiente sanoy, como parte de los fines, se establece
regular en beneficio social la conservación, restauración y aprovechamiento sustentable de los elementos naturales que componen la biodiversidad. También se busca supuestamente lograr
la participación justa y equitativa en (sic) los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos genéticos y del conocimiento tradicional asociado, admitiendo que
los recursos genéticos están en posesión de comunidades indígenas.
De esta manera, con un discurso conservacionista y pretendidamente de
protección a la naturaleza y a los pueblos indígenas, se busca despojar
a éstos de una diversidad biológica que se ha generado en un largo
proceso que implica el conocimiento de quienes por siglos han convivido
con ella, conservándola, transformándola y haciéndola útil para la
humanidad.
Como se sabe cada una de las especies está ligada a un cúmulo de conocimientos que esta ley considera como
conocimiento asociado, pues la ciencia occidental necesita de ellos para acceder a los llamados recursos genéticos. Será difícil que un investigador o empresa sepa dónde encontrar y cómo obtener los beneficios de una especie si los pueblos que las han usado por años no se lo explican.
En suma, la biodiversidad es un complejo entramado en el que se
conjunta la naturaleza, el conocimiento, las condiciones ambientales y
las necesidades humanas específicas. Elementos culturales éstos que nos
llevan a definirla con mayor claridad como diversidad biocultural, pues
en realidad la biodiversidad no existe sin las personas que la crean,
recrean, conservan, disfrutan y comparten.
Por el contrario, la LGB busca diseccionar la biodiversidad dentro de
una concepción que consiste en ir aislando los recursos genéticos que
son susceptibles de uso y apropiación por quienes detentan la
tecnología. Generalmente las grandes empresas, pues de acuerdo con la
Comisión Económica para América Latina y El Caribe (Cepal) 90 por ciento
de las patentes del mundo pertenecen a enormes corporaciones. En la
exposición de motivos la senadora Salinas plantea que
el término de biodiversidad deja de tener una dimensión de país, para pasar a un ámbito internacional y político, lo cual sorprende, porque, como en el caso del petróleo y la energía, dejaremos que otros exploten, administren y aprovechen como un negocio privado una riqueza que pertenece a todos los mexicanos. La Constitución señala en el artículo 27 que los recursos naturales son de la nación. En este sentido, la LGB, que fue aprobada el 15 de diciembre pasado, mientras se discutía en el Senado la polémica Ley de Seguridad Interior, pretende regular
elementos naturalesestablecidos en el 27 constitucional, lo cual la lleva a ser justamente inconstitucional.
Pretende, en cambio, fundamentarse en el artículo 73 XXIX-G de
la Constitución, el cual da facultades al Congreso de la Unión para
legislar en materia de protección al ambiente y preservación ecológica,
pero no en materia indígena y menos en recursos naturales. La LGB es, en
definitiva, una norma de distribución de competencias, pero no de
reconocimiento de derechos. Viola en este sentido los derechos humanos
de los mexicanos, pues la biodiversidad es estratégica para el
desarrollo nacional, la seguridad alimentaria y la salud de la sociedad,
que goza de sus beneficios como de un derecho humano básico.
Pasa por alto además los derechos de los pueblos indígenas previstos
en el artículo 2 de la Constitución. Como también se sabe, el contenido
de éste fue producto de una larga lucha del movimiento zapatista por el
reconocimiento en 1994 de los derechos de los pueblos indígenas. Y uno
de los pendientes de los Acuerdos de San Andrés fue precisamente el de
la propiedad sobre los recursos naturales que se asientan en sus
territorios.
Recordemos que más de 50 por ciento del territorio del país está en
manos de ejidos y comunidades. El debate, pues, sigue en el aire. Sin
embargo, y como una nueva traición a las comunidades indígenas, se
pretende emitir esta regulación poniendo en peligro su integridad, y
apropiándose violentamente de sus conocimientos.
Lejos de dar claridad, deja sin ninguna definición a quienes son los
sujetos de derecho, con lo cual se crearán graves conflictos y se abrirá
la puerta a la rapiña de grandes empresas, que, sobra decirlo, están
ávidas de esta riqueza.
Hablamos de miles de millones de dólares que las industrias
biotecnológica, farmacéutica y cosmética, entre otras, buscan generar
apropiándose de la biodiversidad. Organizaciones indígenas, campesinas,
defensoras de derechos humanos, sociales y académicas hemos denunciado
los graves riesgos de esta normatividad, y hemos llamado a impedir que
se apruebe. Quienes nos oponemos a ella conocemos el mandato que la
humanidad debe atender: el cuidado del planeta y de todo ser vivo que
habite en él. No todo lo que existe en la Tierra nos pertenece y es
susceptible de mercantilizarse.
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