Gigantescas piedras de todas las formas posibles se distribuyen en la
vereda serpenteante por la que se llega a Juntas de Nejí, una de las
seis comunidades kumiai ubicadas en la esquina noroeste del estado de
Baja California. Por este vasto territorio, Lucero Alicia Islaba Meza,
integrante del Concejo Indígena de Gobierno, jugaba de niña a ser un
caballo y cabalgando cruzaba el territorio sagrado y desértico del
municipio de Tecate.
Son pocos los kumiai que persisten en su existencia. El censo del
Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) arrojó en 2010 la cifra
de únicamente 221 hablantes. Y sí, son pocos, pero “no están en peligro
de extinción”, aseguran ellos. Viven, como Lucero, distribuidos en
rancherías alejadas una de otra, de acuerdo al clan (familia) al que
pertenezcan y, aunque abandonados de las políticas públicas e invadidos
por transgresores, resisten a los embates contra su territorio y
cultura.
“Aquí nos criamos mis cuatro hermanos y yo. Por todo este lugar
corríamos y jugábamos en el arroyo”, recuerda Lucero. Y así, jugando a
ser caballo, una vez su hermano la lazó y la cortó con el chicote. En el
juego, como en la vida, los niños eran los vaqueros que lazaban a las
niñas, que eran las yeguas. Pero Lucero prefería ser caballo.
Delgada y con cara de niña, aunque tiene 27 años, Lucero decidió
aceptar el cargo de Concejala que la asamblea consensó. No fue fácil. Es
la primera vez que tiene un cargo de representación comunitaria y en
estos meses su vida ha dado un giro total. En los días de la entrevista
está regresando de Chiapas, a donde asistió al recibimiento que las
comunidades zapatistas hicieron en los cinco Caracoles al CIG y a su
vocera María de Jesús Patricio, mejor conocida como Marichuy.
El evento en el que participó Lucero en territorio zapatista fue la
asamblea nacional de trabajo entre el CIG y los pueblos que integran el
Congreso Nacional Indígena, celebrada en octubre de 2017 en San
Cristóbal de las Casas, y al posterior recorrido por el territorio
zapatista. La kumiai se dice sorprendida de los miles de zapatistas que
salieron a su paso. “Nunca los había visto juntos. Son a toda madre. Su
lucha es la mejor, les creo y le voy a seguir entrando”.
Inspirada en la lucha zapatista, desde su nombramiento como Concejala
trabaja junto a los colectivos de la Sexta Tijuana y Sexta San Diego,
vinculados a las iniciativas civiles de los rebeldes de Chiapas. Lo
mismo asiste a reuniones en Hermosillo, Sonora, donde se encontraron los
pueblos indígenas del norte ligados al CNI, que a San Diego,
California, donde también habita gente de su pueblo. A Baja California
Sur fue para explicar la propuesta del Concejo y elegir nuevas
concejalas y delegados, pues “se trata de abrir zonas”.
Lucero no es una “política tradicional” y por lo tanto no esconde sus
asombros ni sus quebrantos. Marichuy la inspira “porque es una forma de
demostrar que las mujeres podemos hacer algo más”, dice, al tiempo que
lamenta el machismo en sus comunidades, en las que “el hombre va al
frente”. Situación que, opina, “debe cambiar, pues el hombre y la mujer
deben ir juntos, nunca uno adelante del otro”.
La representante kumiai explica las diferencias entre la propuesta
del CIG, con la que caminan más de 40 pueblos, tribus y naciones
originarias del país, y los partidos políticos. Advierte que ellos, los
indígenas, como fórmula colegiada, no buscan el poder y que su paso por
el proceso electoral del 2018 es para que “los tomen en cuenta”. El
Concejo, explica, “no hará promesas ni dará camisetas, despensas,
dinero, nada. Está una ahí porque quiere. Y me parece muy bien, porque
los que prometen y prometen nunca cumplen. Yo, como Concejala, no
prometo, yo llevo información y si entre los compas podemos hacer algo
por la comunidad, lo vamos a hacer, pero no es una promesa”.
Y también, como parte de su misión dentro del CIG, recorre la región y
visibiliza las demandas de su pueblo. Sin duda, el agravio más profundo
es la invasión al territorio de las seis comunidades kumiai. En Juntas
de Nejí, por ejemplo, “hace 20 años un invasor llegó a usurpar estas
tierras y acaba de llegar uno nuevo que de la noche a la mañana levantó
un rancho. Argumenta que tiene papeles que acreditan que él es dueño,
pero no puede serlo porque necesita tener derecho agrario y para eso
debes ser indígena kumiai”.
El despojo de tierras no es nuevo. La comunidad de San José de la
Zorra, a la que se llega por un camino agreste, casi desértico, ha
protagonizado una serie de luchas por la recuperación de más de 15 mil
hectáreas que les fueron arrebatando pedazo a pedazo, en una escalada de
invasiones que no termina. Esta comunidad kumiai, habitada por
aproximadamente 160 personas, aún defiende tres mil hectáreas de bienes
comunales que, aunque no se los reconocen, todavía poseen entre los
municipios de Playa de Rosarito y Ensenada, en el Valle de Guadalupe.
Para llegar a San José de la Zorra se cruza la ruta del vino y poco a
poco aparecen entre el polvo las casas dispersas de un pueblo que se
niega a dejar de existir. El despojo tiene nombres y apellidos y, como
en cualquier rincón indígena de cualquier parte de México, es conocida
la maraña de complicidades entre los latifundistas y las autoridades
municipales, estatales y federales en turno. Los funcionarios van y
vienen, siempre con su buena tajada, pero son los caciques locales los
que realmente se quedan con todo, me dijo en 2006 María de los Ángeles
Carrillo Silva, una de las principales defensoras del territorio.
Gigantescos rehiletes entre las rocas
Para llegar a Tecate (“piedra partida” en kumiai) se atraviesa La
Rumorosa, esplendorosa sierra que a lo largo de la sinuosa carretera.
Piedras y vegetación otoñal recrean un paisaje dorado acariciado por el
viento. Y ahí, donde reposan pinturas rupestres de los antiguos kumiai,
de entre las rocas surgen hileras de torres con gigantes ventiladores
blancos. Son los aerogeneradores de energía eléctrica que conforman los
parques eólicos impuestos desde el 2015.
| Los aerogeneradores son parte de un ambicioso proyecto de la transnacional Sempra Energy para generar 155 megawatts de electricidad que será conectada a una subestación del lado norteamericano |
“Se trata de la primera parte de un ambicioso proyecto de la
transnacional Sempra Energy para generar 155 megawatts de electricidad
que será conectada a una subestación del lado norteamericano para
trasladar toda esa energía hasta la ciudad de San Diego. Pero es apenas
la primera de cuatro fases —de 47 aerogeneradores cada una— de
un proyecto que concluirá con 188 turbinas de ese tipo. Parten en la
zona sur del poblado, en el Ejido Aubanel Vallejo hay otro proyecto para
levantar más de 700 aerogeneradores. Y parece que es sólo el arranque
de inversiones multinacionales que apuntan hacia la Sierra de Juárez en
la parte de La Rumorosa. Del lado norteamericano hay al menos dos campos
eólicos, uno en la zona indígena kumiai —Kumeyaay, en inglés— y
otro en la parte de Ocotillo, aunque residentes de toda esa zona
encabezan una protesta contra la instalación de esos aparatos por las
repercusiones que representan —ambientales, de salud, contra la fauna local y la salud de quienes habitan en esa área de descanso— mientras
que del lado mexicano los riesgos parecen minimizarse”, se advierte en
un riguroso reportaje publicado en el semanario Zeta en febrero de 2015.
Una cordillera de montañas sagradas rodea la comunidad Juntas de
Nejí, chaparrales, encinales, cipreses y hasta pinos se encuentran
montaña adentro. Pero no hay agua. Y tampoco luz ni drenaje. De los
pequeños manantiales y pozos caseros se extrae lo poco del vital líquido
que se ocupa.
***
Antes de llegar a la ranchería que habita el clan de Lucero, en el
camino se observa “el rancho del invasor”. La Concejala explica que la
comunidad está viendo la forma de expulsarlo. ¿Qué hacer frente a las
invasiones masivas derivadas de la falta de reconocimiento, de la
imposición de ejidos y de las declaratorias de bienes nacionales en sus
tierras?, es lo que se debate en las asambleas de su pueblo.
De este lado del polígono viven tres familias en tres ranchos. “Aquí
todos somos parientes y pues no nos podemos casar entre nosotros. Si eso
pasara, la gente mira mal porque todos somos primos, tíos. Ahora los
jóvenes se conocen por las redes sociales, el Facebook, el Whatsapp o
saliendo del pueblo, porque dentro no puedes relacionarte”, comenta
Lucero, quien se casó “con uno de afuera” y se fue a vivir por cinco
años a Tijuana.
Los kumiai (que quiere decir gente de la sierra o gente que camina
por los linderos) “son igual o más discriminados que el resto de los
indígenas”, advierte Lucero Alicia. “Aquí a un indio lo matan trabajando
más de ocho horas diarias para pagarles una miseria. No saben los
mexicanos que si el indio no trabaja la tierra, el mexicano no come”. En
el norte del país suelen llamar “mexicano” a todo aquel que no es
indígena, se les considera fuereños o simplemente “blancos”.
Y a la discriminación hay que sumarle la explotación. “En la Baja Sur
a los jornaleros, también indígenas, muchos provenientes de Oaxaca, los
despiden injustamente, y cuando levantan una demanda no los toman en
cuenta, los ignoran. Hay una explotación inhumana, les pagan el sueldo
mínimo trabajando más de ocho horas diarias”.
La salvia sagrada y medicinal
El silencio del valle se ve interrumpido por el estruendo de las
motocicletas a campo traviesa. Son recorridos “turísticos” para la gente
que busca aventuras. Nadie pide permiso para atravesar estos caminos de
terracería, como no lo piden para sustraer las plantas medicinales que
crecen aquí por encima de las rocas, como la salvia, hierba con enormes
propiedades curativas que alivia problemas digestivos, dolor de
garganta, pérdida de memoria y depresión.
Unos días antes de nuestro encuentro de inicios de noviembre, la
familia de Lucero expulsó a un grupo de ladrones que se llevaba la
planta medicinal. “Las pisan, las maltratan, las arrancan y se las
llevan sin pedir permiso”, cuenta la Concejala. Los invasores se llevan
decenas de costales para vender la planta en Estados Unidos. Aquí,
además de curativa, es sagrada: la usan para ceremonias, limpias, para
acompañar a los difuntos y para bañarse. Lucero hereda el conocimiento
medicinal de su madre y muestra el sauco, que es bueno para bajar la
calentura, el canotillo, que limpia los riñones, y la valeriana, para
calmar los nervios.
Lucero Alicia se formó entre las piedras, respetándolas y buscando de
niña figuras imaginarias entre ellas. “Muchas piedras tienen
significados e historias. La que busques la encuentras en el cerro de
Peña Blanca. Más abajo, las piedras de El Álamo, donde nació mi mamá,
tienen más. También las hay en La Mina. Todas son consideradas parte de
la comunidad”.
| Los invasores se llevan decenas de costales para vender las plantas medicinales en Estados Unidos. Las pisan, las maltratan, las arrancan y se las llevan sin pedir permiso |
“Allá abajo hay una piedra con la historia de una señora que tenía
muchas nietas o hijas, quienes bajaban a lavar al río. La señora se
subía a una lomita a cuidarlas para que ningún vaquero se las robara.
Cuentan que la señora, de tanto que subía para vigilarlas, se convirtió
en piedra al ocultarse el sol. Y ahí se quedó”, narra Lucero, mientras
señala otra roca, gigante y lisa por todas sus partes, donde, dicen,
“una vez apareció en lo alto un tío y nadie se explicó cómo subió”. Lo
bajaron con un helicóptero.
Los kumiai suelen caminar descalzos por el territorio. A Lucero no le
gustaba ni le gusta cubrir sus pies, dice mientras señala figuras entre
las piedras: “Allá está un elefante” y “allá una víbora”, y adelante
“un caballo de perfil”. Descubrir figuras entre las rocas es el juego
preferido de los niños en esta región tan olvidada por todos.
Yolanda Meza, madre, luchadora social y guía espiritual de Lucero y de los kumiai
La historia de Lucero no se puede entender sin la historia de su
madre Yolanda Meza, quien pertenece a un clan de maestras y traductoras
del kumiai. Es defensora del territorio, activista, sanadora y guía
espiritual. A ellas y sus tres hermanas se debe en buena medida que la
lengua de su pueblo no se pierda. Tienen un proyecto denominado “Las
abuelas”, mediante el que enseñan tradiciones y lengua a los hijos y a
los nietos.
| Mi mamá me heredó el orgullo. Lo que soy se lo debo a ella. Ella lucha mucho por el territorio, defiende la cultura y de inmediato sale cuando se meten a invadir las tierras |
Fue Yolanda Meza la que en 2005 representó a los kumiai en el
Congreso Nacional Indígena. Fue ella también quien llevó a Lucero a
recibir al entonces subcomandante Marcos a San José de la Zorra, durante
el paso de La Otra Campaña por su territorio.
“Mi mamá me heredó el orgullo. Lo que soy se lo debo a ella. Ella
lucha mucho por el territorio, defiende la cultura y de inmediato sale
cuando se meten a invadir las tierras. La mayor parte de las cosas que
yo sé ella me las enseñó. Lucha por preservar la comunidad, las
costumbres, quiere que los hijos y los nietos vayan aprendiendo cómo es
la lucha por su comunidad, que aprendan a cuidar las plantas y a
reconocer a un invasor”, dice, orgullosa, la recién nombrada Concejala.
“Le voy siguiendo los pasos”, reconoce sin titubeos. “Le dije que
aceptaba el cargo en el CIG porque la vocera es una mujer, y las mujeres
debemos estar unidas para apoyarla”.
Yolanda cuida a sus nietos mientras transcurre la entrevista. Después
comparte la comida con el equipo de Desinformémonos. Los fotógrafos
Luis Jorge Gallegos y Miguel Tovar la retratan bajo el encino, árbol
también sagrado para este pueblo, cuyas bellotas alimentan a los kumiai y
ella nos muestra cómo se muelen en la piedra. De este lado ya casi no
tejen los cestos tradicionales de sauce y bejuco, pero ella y sus hijas
crean collares y aretes con semillas locales pintadas de colores.
Las mujeres kumiai tradicionalmente participan en los roles dentro de la comunidad
La historia personal de Lucero no es sólo la de los kumiai, sino la
de la de muchos de los indígenas del país. Estudió en Juntas de Nejí
hasta el quinto grado de primaria porque “luego la maestra se fue” y a
los alumnos los enviaron a Valle de Palmas, a 40 minutos en automóvil,
pero como su familia no tenía transporte, se fueron a vivir allá.
Terminó la primaria y hasta ahí se quedó. Actualmente estudia la
secundaria abierta, de hecho sólo le falta aprobar dos exámenes para
terminar.
A los 16 años Lucero se juntó con el papá de sus tres hijos, quienes
tienen hoy ocho, cinco y dos años de edad. Su entonces compañero
trabajaba en los establos de Tijuana y allá se la llevó a vivir. Durante
diez años vivió en la colonia Valle Redondo, en las afueras de una
ciudad fronteriza nada parecida a su comunidad. “Mucha gente en la
calle, accidentados, vagabundos pidiendo comida o dinero, mujeres en las
esquinas, balaceras”, todo eso pasaba en los rincones de Tijuana.
“Aquí uno duerme bien a gusto, allá no. De repente oyes que los
vecinos se pelearon o que pasó tal cosa. Aquí no hay humo, escuchas a
los pájaros. En la ciudad no, están los ruidos de los carros y ahora las
casas están una arriba, una abajo y a los lados. Son como pichoneras”,
describe Lucero.
| Cuando un hombre se separa o tiene hijos fuera del matrimonio, dice, “no lo critican, porque son machistas. Pero por que una mujer tenga hijos de dos o tres parejas diferentes, ya le dicen que es una puta” |
La hija de Yolanda se regresó a su comunidad una década después,
cuando se separó de su pareja, algo poco común y no aceptado por los
usos internos. “Me separé porque sinceramente se me dio la gana. Cuando
algo no funciona, no funciona”, dice esta joven mujer que desafió
costumbres. “Una vez que estás casada y te separas, dicen que es porque
quieres andar de loca. Así me pasó. Lo ven mal y más cuando tienes otra
pareja”. Ella tiene un nuevo compañero “y también lo ven mal, para
empezar además es más chico”.
Cuando un hombre se separa o tiene hijos fuera del matrimonio, dice,
“no lo critican, porque son machistas. Pero que una mujer tenga hijos de
dos o tres parejas diferentes, ya le dicen que es una puta. A él le
dicen que es bien chingón y a mí me da coraje. Muchas veces no saben por
qué una mujer tiene un hijo, la juzgan a lo pendejo sin saber qué le
pasó. Pudiste haber sido violada, cualquier otra cosa y quedar
embarazada, no por decisión. Pero así es la gente, tiene muchos
prejuicios”.
En el pueblo kumiai “tradicionalmente las mujeres sí participan en
los roles dentro de la comunidad”, explica. Y en su clan, más. Su tía
Aurora, hermana de Yolanda, fallecida hace apenas dos meses, también era
maestra de la lengua, defensora del territorio y protectora de la
tradición, e incluso colaboraba en instituciones antropológicas y
culturales de México y Estados Unidos. Hace dos años fue encarcelada,
acusada injustamente, como se comprobó, de haber robado cinco caballos a
Rubén Martínez Pérez, empresario y ganadero de Mexicali, en un intento
más por apropiarse de sus tierras. Estuvo presa tres meses, pero su
inocencia y la presión del pueblo kumiai de ambos lados de la frontera
lograron su libertad. Con la salud disminuida, Aurora sobrevivió dos
años más y en agosto pasado murió.
Lucero, como Yolanda y Aurora, rompe las reglas. “Voy por el mismo
camino y, si estoy rompiendo alguna regla, espero que sea por algo
bueno. Entre más me dicen que no puedo, mi orgullo no me lo permite y
demuestro que puedo más. Eso me enseña mi madre”.
Su familia está compuesta por sus padres, tres hijos, cuatro
hermanos, nueve sobrinos, dos cuñadas, un cuñado y su esposo, un joven
originario de Chiapas que trabaja en la pizca de salvia junto a la
familia. A diferencia de los saqueadores de la hierba sagrada, ellos
cuentan con el permiso de la autoridad y, lo más importante, “le piden
permiso a la planta para cortarla porque si no, se seca y ya no vuelve a
dar”.
Durante décadas se mantuvo Juntas de Nejí sin luz. Sigue sin haber
cableado, pero les acaban de poner una pequeña planta de energía. “Eso
está bien porque, en mi caso, mi bebé se enferma mucho y tengo que
nebulizarlo. Antes tenía que salir al valle, a donde hay luz. Sus hijos
corretean por el solar y juegan a lazar caballos de plástico tumbados en
la tierra. “Son el amor de mi vida”, suspira.
Hace muchos años, cuando vino el subcomandante Marcos, “me dije que
un día yo haría algo parecido, y mírenme dónde estoy. Quiero que nos
dejen de pisotear por ser indígenas y por ser mujeres. Ahora que estoy
involucrada en esta lucha, he visto que muchos nos apoyan porque es para
beneficio de la comunidad. No me ha tocado ver ni encontrarme con nadie
que me diga lo contrario”.
La leyenda cuenta que hace siglos el pino, el piñón y el encino
salieron de La Rumorosa y caminaron mucho, hasta que se cansó el piñón y
se quedó a vivir en la parte más alta de la sierra, mientras el pino y
el encino seguían su camino. Muy cerca del poblado de La Huerta se cansó
el pino y se quedó a dormir en Pino Bailador. El encino fue el único
que continuó y llegó a todas las tribus para darles la bellota para
preparar sus alimentos. Hoy Doña Yolanda y Lucero nos despiden con un
manjar de bellotas y una limpia con salvia, para liberar el camino.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario