Carmen Boullosa
Me desconcierta que la lengua inglesa -con la que convivo a diario- no marque como femenino, masculino o neutro a los vocablos. Hacerlo, poner género a las palabras, permite un continuo jugueteo por el que se matrimonian el cielo con la tierra, la luna con el sol, la oscuridad con la luz, al día con la noche. Por esa característica gramatical, el mundo se vuelve una especie de boda perpetua, un acoplamiento; se concilia y confronta; se establece un mano a mano; se forma un organigrama genérico que tan pone en el costado femenino a la flojera y en el masculino al trabajo, como en el femenino a la constancia o la entereza.
En el acoplamiento por género gramatical, la herramienta (femenino) y el júbilo (masculino) se da la mano.Al femenino va a dar la avaricia; al masculino el dispendio o el derroche, el dinero, el monedero, el gasto, el ahorro. Al femenino, la pobreza, la necesidad y también la riqueza.Al masculino el miedo, al femenino la valentía. Permanencia al femenino. Capricho, al masculino.
La inteligencia, al femenino; el abuso, masculino. El rencor, masculino; la memoria, femenino. Femenino, la temperancia, masculino el terror.La cólera, frente al relajo. El mar frente a la tierra. El pesimismo frente a la risa. El azar frente a la coherencia. La rigidez frente al baile. La tristeza frente a la alegría. Si la violencia es en género femenino, como la ira, la intemperancia, la cólera y la guerra, también lo es la paciencia, la negociación, la coinciliación, la dulzura, la serenidad.
Si lo es la casa, también lo es la aventura.En masculino son el sol y el día. La noche, la luna, la oscuridad, en femenino, como la luz.La mesa (de pie, punto de reunión perfecto para la conciliación y el diálogo), frente al suelo (donde está marcado el camino). El tractor frente a la cama; la jornada laboral frente al descanso.La ilógica genérica de la lengua tiene algo de cocina, de territorio de reinvención. Si Aristóteles hubiera cocinado, como dijo nuestra poeta mayor, habría ensanchado su sabiduría.
La implacable lógica de la cocina enseña lecciones que no tienen que ver con el sentido común, devela los secretos del comportamiento de la materia y enseña cómo traicionar su inercia, alterarla más allá del camuflaje. Hacer el ingrediente maleable hasta el punto de su total transformación.En la cocina, la naturaleza forma esquina con lo imaginario. La cocina pertenece al barrio de la invención, como la lengua, pero habita en la ciudad de la realidad. El aceite puede dar dureza o suavizar texturas, hacer una costra o una emulsión. Batir puede levantar la espuma o disolver, fragilizar.
Por momentos, la lógica parece estar en otra parte.La división verbal de masculino y femenino en el lenguaje es regalo para abrir el espacio de juego. Nada es más dúctil que la lengua. La huida, en femenino, ancla frente a barco, la ciudad frente al viaje, o subir un ápice el ejercicio y poner a la nube frente al perro, a la perra frente al vapor. El masculino fuego frente a la femenina habitación, el viento frente a la estructura, o la movilidad frente al cimiento.
El género gramatical no es una cárcel, sino oportunidad de baile, de chanza, de recreación. Al ángel le pueden salir tetas en la lengua. Las palabras son mujeres barbadas.El incansable Ricardo Bada envió hace algún tiempo por correo electrónico una soneta, de José Aguilar Jurado:
“Por el machismo atávico, al soneto / jamás se le ha dejado ser soneta;/ pero hoy asume el reto este poeta/ (la reta he de decir, mejor que el reto). / La reta asumo, pues. Como poeto / en mi vido me he visto en tal aprieta; / aunque si estoy en esta vericueta, / habré de resolver el papeleto. / Que no digan de mí que soy machisto:/ rechazo tal injurio -¡ni de bromo!- / con estas bellas versas, mis retoñas. / Pondré toda la empeña como artisto / en extirpar las vicias del idiomo/ ¡y que nadie me venga ya con coñas!
”Como diría Rosario Castellanos de la Gioconda, “Y tú sonríes, misteriosamente / como es tu obligación. Pero yo te interpreto. / Esa sonrisa es burla. Burla de mí y de todos”.
En el acoplamiento por género gramatical, la herramienta (femenino) y el júbilo (masculino) se da la mano.Al femenino va a dar la avaricia; al masculino el dispendio o el derroche, el dinero, el monedero, el gasto, el ahorro. Al femenino, la pobreza, la necesidad y también la riqueza.Al masculino el miedo, al femenino la valentía. Permanencia al femenino. Capricho, al masculino.
La inteligencia, al femenino; el abuso, masculino. El rencor, masculino; la memoria, femenino. Femenino, la temperancia, masculino el terror.La cólera, frente al relajo. El mar frente a la tierra. El pesimismo frente a la risa. El azar frente a la coherencia. La rigidez frente al baile. La tristeza frente a la alegría. Si la violencia es en género femenino, como la ira, la intemperancia, la cólera y la guerra, también lo es la paciencia, la negociación, la coinciliación, la dulzura, la serenidad.
Si lo es la casa, también lo es la aventura.En masculino son el sol y el día. La noche, la luna, la oscuridad, en femenino, como la luz.La mesa (de pie, punto de reunión perfecto para la conciliación y el diálogo), frente al suelo (donde está marcado el camino). El tractor frente a la cama; la jornada laboral frente al descanso.La ilógica genérica de la lengua tiene algo de cocina, de territorio de reinvención. Si Aristóteles hubiera cocinado, como dijo nuestra poeta mayor, habría ensanchado su sabiduría.
La implacable lógica de la cocina enseña lecciones que no tienen que ver con el sentido común, devela los secretos del comportamiento de la materia y enseña cómo traicionar su inercia, alterarla más allá del camuflaje. Hacer el ingrediente maleable hasta el punto de su total transformación.En la cocina, la naturaleza forma esquina con lo imaginario. La cocina pertenece al barrio de la invención, como la lengua, pero habita en la ciudad de la realidad. El aceite puede dar dureza o suavizar texturas, hacer una costra o una emulsión. Batir puede levantar la espuma o disolver, fragilizar.
Por momentos, la lógica parece estar en otra parte.La división verbal de masculino y femenino en el lenguaje es regalo para abrir el espacio de juego. Nada es más dúctil que la lengua. La huida, en femenino, ancla frente a barco, la ciudad frente al viaje, o subir un ápice el ejercicio y poner a la nube frente al perro, a la perra frente al vapor. El masculino fuego frente a la femenina habitación, el viento frente a la estructura, o la movilidad frente al cimiento.
El género gramatical no es una cárcel, sino oportunidad de baile, de chanza, de recreación. Al ángel le pueden salir tetas en la lengua. Las palabras son mujeres barbadas.El incansable Ricardo Bada envió hace algún tiempo por correo electrónico una soneta, de José Aguilar Jurado:
“Por el machismo atávico, al soneto / jamás se le ha dejado ser soneta;/ pero hoy asume el reto este poeta/ (la reta he de decir, mejor que el reto). / La reta asumo, pues. Como poeto / en mi vido me he visto en tal aprieta; / aunque si estoy en esta vericueta, / habré de resolver el papeleto. / Que no digan de mí que soy machisto:/ rechazo tal injurio -¡ni de bromo!- / con estas bellas versas, mis retoñas. / Pondré toda la empeña como artisto / en extirpar las vicias del idiomo/ ¡y que nadie me venga ya con coñas!
”Como diría Rosario Castellanos de la Gioconda, “Y tú sonríes, misteriosamente / como es tu obligación. Pero yo te interpreto. / Esa sonrisa es burla. Burla de mí y de todos”.
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