1/09/2012

Muladar posmoderno



Ricardo Raphael

Nada como la basura para constatar que la ciudad de México es una glorieta donde convergen los caminos del primero y el tercer mundo. Corren por las colonias más céntricas las rojiblancas ecobicis y uno se emparenta con Barcelona o París. Sin embargo, puesta para tumbar al más engreído, siempre hay una montaña de basura sobre el camellón, a un lado de la majestuosa palmera o a los pies de una vieja casona muy catalogada por su avanzada edad.

Acaso de tanto convivir con la inmundicia, nuestra vista y olfato se han atrofiado, o quizá sea que inclusive a los desperdicios más desagradables se acostumbra uno; el hecho es que resulta necesario salir de la ciudad para tomar conciencia sobre el muladar en el que vivimos, por ello es que después de cada vacación la ciudad nos parece más sucia.

Hay, claro está, geografías peores que otras. No es lo mismo andar fuera del metro Tacubaya, del mercado de Mixcoac o por la retaguardia del Palacio Nacional que hacerlo en avenida Palmas, Prolongación Paseo de la Reforma o en la colonia Interlomas. Ni duda cabe que la ciudad de México tiene hijos predilectos, ni que el servicio de limpia de la urbe se encarga cotidianamente de subrayar los privilegios.

Que no nos reclamen a los chilangos por padecer algo de esquizofrenia cuando, en efecto, tenemos puesto un ojo en la posmodernidad y otro en la Edad Media; cuando, montados en un vehículo subimos al segundo piso del Periférico para luego regresar a nuestra realidad abundante en ratas, olores y muy diversa contaminación.

En casa podemos jugar a ser responsables: un tambo grande para desechos inorgánicos, otro pequeño para restos de comida, cáscaras de plátano y pan a medio mordisquear; pero luego, ya en la calle, hace acto de presencia un horrendo mastodonte despintado, con una mandíbula chimuela sobre su espalda, que no tiene por virtud continuar el divorcio entre los distintos tipos de basura. Lo que en la intimidad de la cocina se dividió, vuelve a mezclarse impúdicamente en ese transporte cuya existencia útil con seguridad caducó dos décadas atrás.

Suelen subir en la cascada bestia hombres vestidos de naranja cuya salud tendrá como desembocadura una enfermedad letal. Sin equipo sanitario que les proteja, saltan cual monos africanos sobre el techo, cabina y entraña del contenedor rodante.

Es fácil seguirle el rastro a uno de estos camiones; como en el cuento de los hermanos Grimm, todos van dejando migajas (y otros desperdicios mucho peores) por donde transcurren. Además, con igual frecuencia van saturados porque el mecanismo dispuesto para comprimir el muladar está averiado.

Más insoportable que su aspecto es la hora en que acostumbran recoger su colación multicolor. La mala leche de quienes supervisan el itinerario de estos vehículos podría inaugurar un récord Guiness: justo cuando más tráfico hay en el DF, cuando todo mundo trae prisa, cuando la calle es estrechísima, aparece esa mole para imponerse en toda su fealdad.

Pero el drama de la basura en la ciudad de México no termina en su recolección. Cerrado el Bordo Poniente —después de una larguísima batalla entre el gobierno federal y el capitalino sobre el preciso dato de su saturación—, los chilangos nos vinimos a enterar el fin de año de que ya no hay dónde descansen en paz nuestros sagrados desperdicios; no lo hay, al menos, legalmente. Por ello crecen los tiraderos clandestinos: barrancos, cañadas, antiguos ríos y otras travesuras de la orografía del valle del Anáhuac se convierten en criaderos de fauna amenazadora.

Horrorizado escuché ayer al gobernador de Hidalgo, José Francisco Olvera Ruíz, decir que no nos prestará ni un metro cuadrado de su territorio para recibir tales desechos (¿cuánto a que si se le ofrece construir en su entidad un aeropuerto internacional la opinión de este funcionario sería distinta?).

Probablemente nadie ha calculado el magnífico negocio que son los basureros. En esas ciudades, como Barcelona o París, que tanto admiramos, las empresas de reciclamiento son millonarias. Contra lo que podría suponerse y parafraseando el refrán: la mugre de unos significa la fortuna de los otros.

El problema de la basura en el DF deriva de una ausencia rotunda de planeación y luego de inversión. Llegó la hora de revisar la prioridades: ¿para qué tanto segundo piso estando el suelo hecho un chiquero? ¡Qué tal si el gobierno de Marcelo Ebrard nos ofrece, a manera de despedida, un servicio de basura y limpia decente! A tiempo, todavía está.

Analista político

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