Aun cuando la demanda civil contra Ernesto Zedillo Ponce de León tenga tintes políticos, es un hecho que amerita ser llevado a sus últimas consecuencias. Debe quedar demostrada su culpabilidad en la comisión de un crimen de lesa humanidad, no obstante la petición de la Secretaría de Relaciones Exteriores de brindarle inmunidad en su carácter de ex presidente de México. Llama la atención que el gobierno federal panista haga tal muestra de apoyo, lo que confirma la gran deuda que tiene el partido blanquiazul con el sucesor de Carlos Salinas de Gortari, y asimismo el desprecio que tiene Felipe Calderón por los derechos humanos.
Así lo advierte Antonio Cerezo, del Comité Cerezo México, al puntualizar que la petición de México al gobierno de Washington, “es un acto consecuente con la política de falta de respeto a los derechos humanos que ha mantenido el gobierno mexicano en los diez o quince años recientes”. A su vez, la diputada Sofía Castro, del PRI, afirmó que “es vergonzoso que Ernesto Zedillo pretenda evadirse de un hecho que marcó la historia contemporánea del país. Está obligado a asumir su responsabilidad, no sólo como ex funcionario, sino como ciudadano y como hombre”. Por su parte, Mauricio Toledo, diputado del PRD, señaló que con su solicitud de inmunidad, Zedillo refleja su honda preocupación, porque sabe que fue responsable –como Presidente- del multihomicidio. Pero peor resulta la actitud asumida por el gobierno de Calderón”.
En efecto, lo que busca el actual inquilino de Los Pinos no es otra cosa que afianzar la cadena de complicidades que une a la clase política tecnocrática, con el fin de cubrirse las espaldas unos a otros, sean del PRI o del PAN. Cuentan con la posibilidad de mantenerse en el poder, para evitar que la justicia y la democracia comiencen a construirse en el país. En los comicios harán causa común para derrotar al abanderado del Movimiento Progresista, con el propósito de instaurar un régimen bipartidista que los ponga a salvo de riesgos sexenales. Sueñan con relevarse panistas y priístas, en una burda imitación del sistema político estadounidense. Calderón lo está patentizando con su vergonzosa actitud solidaria con Zedillo.
Con todo, es muy explicable tal comportamiento, toda vez que Zedillo abrió las puertas de la casa presidencial a los panistas, inaugurando una alternancia de mentirijillas, al gusto de la Casa Blanca. Sin embargo, al tratar de quedar bien con Zedillo, Calderón se gana la enemistad de Carlos Salinas, lo que puede acarrearle problemas diversos, teniendo en cuenta que Enrique Peña Nieto tiene una indeleble marca salinista de la que no puede zafarse. Se presenta de ese modo un conflicto de intereses de solución imposible, a menos que el gobierno de Washington participara -aprovechando la coyuntura-, en la contienda interna derechista en calidad de árbitro decidido a cobrar muy caros sus servicios.
Por lo pronto, para ambas fuerzas políticas reaccionarias lo importante es cerrarle el paso a Andrés Manuel López Obrador, pues saben que al iniciarse un proceso de cambios progresistas y democráticos, su poder iría menguando rápidamente. En sus irracionales ambiciones no conciben que algo así pueda ocurrir en México, no al menos mientras puedan impedirlo. Harán causa común priístas y panistas, mientras logran su objetivo de frenar al líder de la izquierda. Los más interesados en ello serán Salinas y Calderón, aunque éste se encuentra ante la disyuntiva de abandonar a Zedillo, pero el costo podría ser que luego tuviera que enfrentar un juicio similar y no contaría con el precedente de la inmunidad en calidad de ex mandatario.
La situación podría complicarse por su negativa a permitir que México avance hacia mejores niveles de vida política, económica y social, cuando es una realidad que cada vez será más difícil, para la sociedad en su conjunto, mantener condiciones de gobernabilidad y paz social, en un régimen opresivo como el que vivimos actualmente los mexicanos. Es preciso que acepten la necesidad imperiosa de aflojar las terribles tensiones de todo tipo que caracterizan a la sociedad nacional en estos días aciagos. No hacerlo sería una grave irresponsabilidad histórica, que tendría consecuencias muy dramáticas. Nadie saldría ganando.
La elite debe entender que continuar el proceso de involución social y económica es muy perjudicial, incluso para ella misma. Más que temer al cambio democrático y progresista, debería temer a las apocalípticas consecuencias de la hambruna y de la dictadura. No otra sería la salida a un proceso antidemocrático al alza. Es preciso que la oligarquía reflexione sobre la urgencia de parar la violencia, la inseguridad en las calles. No es cierto el país idílico que pinta la propaganda de Calderón. Es ya una olla de presión a punto de estallar. Estamos muy cerca de despertar al México bronco que se esfuerza por mantenerse dormido, porque una vez despierto se volvería incontrolable.
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