No es algo circunstancial, de lo que nos enteramos por medio de las redes sociales, sino un modo de ser absolutamente natural de la elite que ve a la “prole” como un mal necesario. Miguel Sacal Smeke, como nos lo muestra el video que ha estado circulando en Internet, no estaba en estado inconveniente, sino en sus cinco sentidos para poner en su sitio a ese pobre empleado de las lujosas torres Altus, que osó desobedecer su orden terminante de que le cambiara la llanta ponchada de su costoso automóvil. Por más que le explicó que no podía abandonar el mostrador de la recepción, el grotesco individuo estaba empecinado en que lo obedeciera, pues para eso era un “pinche gato”, faltaba más.
Salió a flote, con bárbaros desplantes de energúmeno, el aristócrata que todos los conservadores a ultranza llevan dentro de su cabeza. No conciben que la “prole” los mire, mucho menos que quieran actuar con dignidad. Los pobres diablos asalariados están para bajar la cabeza y obedecer sin chistar, lástima que hayan pasado los tiempos en que, como en Chiapas, los indígenas estaban obligados a bajarse de las banquetas para ceder el paso a un “notable” del pueblo, y hasta cargarlos sobre su espalda como si fueran bestias de carga. Lástima, deben pensar muchos que quisieran que México regresara a esos “bellos” tiempos en que las cosas eran como debían ser.
Ese sueño de los “aristócratas” podría hacerse realidad, qué duda cabe, de posesionarse de Los Pinos el grupo oligárquico que patrocina a Enrique Peña Nieto. De ello nos dimos cuenta gracias a la actitud asumida por su hija y su esposa, por las críticas de que fue objeto luego de la demostración de su ignorancia. Los comentarios de ambas hicieron patente el modo de pensar y de actuar en la familia del abanderado priísta, quien creció y se formó en un ambiente “aristocrático”. Ni que decir tiene que los panistas son el emblema del comportamiento clasista, actitud que ha quedado plenamente demostrada en los casi doce años que tienen disfrutando del poder. Para ellos, el pueblo no es más que una masa sucia y molesta que hay que estar poniendo en su lugar constantemente.
De ahí que no sea creíble, mucho menos viable, el mentado Programa Nacional de Financiamiento a la Educación Superior. Es fácil imaginar la suerte que correrían los miserables “becarios”, en una universidad de elite donde serían vistos como lo que son, representantes del pueblo que lucha y trabaja sin descanso para sobrevivir a duras penas. Las humillaciones serían la regla, y ay de aquel que se atreviera a levantar la mirada para protestar. En realidad, más que un programa para “darle un componente de equidad a la educación universitaria de carácter particular”, como dijo Felipe Calderón, se trata de una maniobra especulativa que habrá de beneficiar a unos cuantos, con el aval de Nacional Financiera.
Tal situación, que nos retrotrae al siglo diecinueve, es el resultado de tres décadas de neoliberalismo excluyente, el cual canceló de manera acelerada los avances justicieros que se venían construyendo a duras penas desde el sexenio del Presidente Lázaro Cárdenas. Ahora nos damos cuenta que se había avanzado en la democratización de la vida social, debido a la necesidad de mantener un régimen corporativista que daba buenos resultados, en tanto que permitía una movilidad social que facilitaba las relaciones entre gobernantes y gobernados.
Por eso es fácil afirmar que un sexenio más con la derecha en el poder, ya sea Peña Nieto o Josefina Vázquez Mota quien despachara en Los Pinos, sería la consolidación de un Estado policíaco, instaurado con la finalidad de permitir el predominio de la elite aristocrática sobre el resto de la sociedad. En vez de trabajadores libres habría una gran masa de “esclavos” asalariados sin ningún derecho, como así lo habría de garantizar la reforma laboral ya aprobada y en plena vigencia. La UNAM y el IPN se convertirían en centros para preparar mano de obra de nivel medio que se necesitara conforme a las necesidades de las empresas, que serían dirigidas exclusivamente por los miembros de la elite.
En razón de lo anterior, no es una exageración decir que los resultados de la elección de julio serán determinantes para el futuro de los mexicanos. Son la última oportunidad para un cambio verdadero, que pueda realizarse de manera pacífica, como conviene a todos, incluida la aristocracia, con el fin de superar los graves rezagos que padecemos luego de tres décadas de involución social y económica. Sólo con representantes del pueblo liderando el Ejecutivo federal y el Congreso, será factible evitar que los Miguel Sacal Smekel que transitan por el país, se hagan de un poder que utilizarían de manera por demás autoritaria y deshumanizada.
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