Fotograma de la cinta de Felix van Groeningen
Alabama Monroe. Entre los pocos estrenos comerciales que vale la pena consignar esta semana figura El círculo roto (The broken circle breakdown), cinta belga de Felix van Groeningen (Steve & Sky, 2004; La vitalidad de los afectos,
2009), nominada al Óscar este año como mejor película en lengua
extranjera. Hablada en neerlandés, con ocasionales parlamentos en
inglés, la narrativa atractivamente dislocada (con saltos temporales
que agilizan el relato) refiere el romance de Didier/Monroe (Johan
Heldenbergh), cantante de música country, y Elise/Alabama (Veerle
Baetens), una excéntrica especialista en tatuajes. Ambos comparten la
pasión por la cultura popular estadunidense, aunque difieren
radicalmente en asuntos políticos y religiosos.
Didier es un ateo intransigente, creyente fervoroso en la teoría de
la evolución de Darwin, y fustigador de todo fundamentalismo que no sea
el propio; Elise, en cambio, es una espiritualista seducida por todas
las creencias, desde la cristiana hasta la hinduista. La relación
amorosa de estos dos personajes la muestra el cineasta y también
adaptador de la obra teatral homónima, como una notable conciliación de
los contrarios, hasta el momento decisivo en que con la muerte de
Maybelle, su hija única de seis años, se rompe el círculo de la armonía
doméstica y se produce el colapso al que alude el título original de la
película.
La historia no es particularmente novedosa. Duelos prolongados de
esta índole, que acercan a las parejas o las distancian
irremediablemente, han dado lugar a múltiples planteamientos
melodramáticos, desde aquel clásico sentimental La canción del recuerdo (Penny serenade, George Stevens, 1941), con Cary Grant e Irenne Dunne, hasta en un extremo opuesto la cinta francesa Declaración de guerra (La guerre est déclarée,
Valérie Donzelli, 2011). El realizador belga tiene en su favor varias
apuestas arriesgadas y atractivas. Primeramente, la de recrear un
llamativo microcosmos cultural alternativo en una ciudad de Gante gris
y desdibujada. La banda sonora a cargo de un pintoresco grupo de
músicos amigos amantes del country bluegrass y los atuendos vaqueros,
es además un notable contrapunto a una historia particularmente
deprimente.
Viene luego una narración a salto de mata, con sus
retrocesos y sus prolepsis ingeniosamente dosificados para mantener
vivo el interés del espectador y crear un clima de incertidumbre y de
suspenso. La fotografía tiene breves arrebatos de un lirismo en deuda
con el cine de Terrence Malick (To the wonder/Deberás amar,
2013), pero a diferencia de aquél, aquí se muestra bastante contenido.
El asunto más delicado, el cáncer linfático que amenaza la vida de la
niña Maybelle (Nell Cattrysse, formidable), es tratado de manera muy
sobria, sin escatimarle al espectador los detalles dramáticos del
asunto (punción lumbar, efectos de la quimioterapia, desconcierto
infantil ante la fatalidad incomprensible), pero sin agobiarlo tampoco
con tremendismos gráficos ni chantajes sentimentales.
La
tragedia infantil desencadena un drama conyugal ligado a las
dificultades que tiene la pareja para vivir el duelo. El alud de
recriminaciones mutuas, el recelo abierto y los rencores soterrados son
algunos de los elementos en el proceso de su desintegración anímica. El
director los maneja novedosamente al abrir el espectro emocional y
llevar el drama desde la esfera doméstica y privada hasta un ámbito de
interés público. Así se aborda el tema de la intolerancia religiosa que
obstaculiza la investigación con células madre, susceptible de salvar
vidas como la de Maybelle, y que el gobierno de George Bush endosa y
promueve fervorosamente en la época en que se sitúa la cinta.
Difícil
imaginar un planteamiento tan directo en el cine de ficción
hollywoodense. La relación de amor y odio que tiene el cantante de
country Didier con su mitológico país de sueños, refleja en parte las
complejidades de su relación amorosa con Elise, y también sus primeras
reservas ante una paternidad indeseada y luego su cariño intenso por la
niña enferma. El círculo roto problematiza y vuelve apasionantes
aquellos temas que por regla general el cine comercial se empeña en
dramatizar con exceso o en volver particularmente inocuos. Películas de
este tipo suelen durar muy poco tiempo en cartelera, pero sus vigorosas
resonancias los vuelven a la postre referencias ineludibles.
Twitter: @CarlosBonfil1
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