No hace falta avanzar mucho río arriba para divisar a las primeras mujeres que se integraron al programa de empleo temporal que se abrió ante la emergencia en la cuenca del río Sonora.
El envenenamiento del agua por un derrame de ácido sulfúrico de la Mina Buenavista de Cananea al río Sonora y Bacanuchi, a principios de agosto pasado, trastocó la vida de quienes vivían tranquilas en actividades domésticas y comerciales, principalmente elaborando productos típicos que ofrecían a visitantes y enviaban a Hermosillo –capital del estado–, entre otras ciudades de la entidad.
Jamoncillo, pan, tortillas y chiltepín (especie de chile) son algunos de los alimentos que ellas producen y recolectan para venderlos, siendo la principal actividad productiva en la que participan.
A 79 kilómetros de Hermosillo, en Ures, ex capital del estado, muchas son las mujeres, en su mayoría amas de casa, que decidieron inscribirse en el programa temporal cortando maleza y limpiando parques públicos.
Ante el derrame de ácido sulfúrico y otros químicos en el río Sonora, ellas tuvieron que cambiar los utensilios de cocina, sus charolas donde hornean el pan y comales donde cuecen las tortillas de harina, por azadones, picos y palas.
Ataviadas con gorras, lentes oscuros y paliacates en el cuello pasan las horas bajo el rayo del sol que calienta a más de 40 grados centígrados, arrancando el zacate y hierba que ha crecido por las lluvias.
Enfrente, el local de la Cruz Roja es un centro de distribución de agua purificada. A un lado, una gasolinería y una tienda de conveniencia les niegan el uso del baño público porque no hay agua.
Igual que en las casas, el vital líquido está restringido: dos garrafones de 19 litros de agua purificada para cada familia y seis garrafones para quienes tienen negocio de venta de comida.
La otra agua, la del sanitario, o aquella que se usa para lavar el automóvil, refrescar el frigorífico o trapear, está saliendo de un pozo.
Es el pozo “de la colonia”, ubicado frente a una iglesia cristiana, enseguida de casas habitación y siempre rodeado de pipas con el logo del Grupo México, que esperan cargar agua para irla a distribuir a los diversos sectores de Ures, y otras para conducirla hacia Mazocahui (30 kilómetros al norte) y Baviácora (21.6 kilómetros más).
Y es que las mujeres afectadas dicen que según las autoridades, los pozos de Ures no están contaminados, aunque muestran cierta desconfianza. Esto es porque el pozo de la colonia está muy cerca del río, que, aunque seco en ese tramo, les han instruido que no se acerquen a él.
Por su parte, los municipios de Baviácora, San Felipe de Jesús, Aconchi, Arizpe, Banámichi, y Huépac, sí han sido avisados de que sus pozos fueron contaminados por lo que dependen del agua de la localidad de Ures.
En un recorrido, Cimacnoticias observó que Grupo México se ha adueñado del río, de la ciudad, de las operaciones de emergencia, hasta de los depósitos de basura.
Y que Ures, Mazocahui y Baviácora parecen “pueblos fantasma”. Las mujeres se quejan del excesivo trabajo. Han vuelto a cargar cubetas de agua como sus abuelas. Pero hoy no las traen del río sino de las pipas.
Duermen mal pues deben estar pendientes de las dos horas en que llega el agua por la llave, algunas veces durante la madrugada, pues es con la que llenan la lavadora.
El panorama es desolador: nadie compra nada, los productos se van quedando, pues nadie quiere comer ni beber nada que no sea embotellado o empaquetado de origen y traído en esa forma.
Todas las mujeres dicen que el gobernador Guillermo Padrés Elías “habló muy bonito” cuando fue, pero que la única ayuda que han recibido es el agua y una despensa.
Sin embargo, coinciden en que la afectación no se soluciona sólo con garrafones de agua, y que temen que eso sea sólo en las primeras semanas y no tienen la garantía de que seguirán contando con el líquido.
MUJERES CON AZADÓN
Flor Martínez Pacheco, originaria de Ures, es una de las mujeres que aprendió a usar el azadón. Su esposo se dedica a comercializar jamoncillo, queso, verdolagas, y bledos, pero ante la contaminación del río la gente de Hermosillo, principal consumidora, ha dejado de comprarlos.
Por medio de la Secretaría de Desarrollo Social estatal (Sedesol) fue que las reclutaron para emplearse temporalmente en las labores de limpieza con un salario de 804 pesos semanales. Al principio les ofrecieron trabajo por 14 días, pero luego les avisaron que estarían una semana más.
A diferencia de su esposo que trabajaba cuatro días a la semana, con un ingreso de más de mil pesos diarios, ella aporta poco más de 100 pesos diarios trabajando desde las 6 a las 11:30 de la mañana.
Ante la perspectiva de las autoridades de que en tres meses y una semana pasará la emergencia, Flor está preocupada, pues no sabe qué va a pasar, ya que el dueño de la mina Buenavista –el Grupo México– no se ha hecho responsable de los perjuicios a las y los pobladores de las comunidades.
Irma Arriola produce pan, “coyotas” (especie de empanadas) y tortillas de harina de trigo, pero está muy afectada en su economía. “Estamos batallando por el agua para lavar”, pues a veces la pipas les dan y otras veces no, explica.
El agua de garrafón aunque medida, no les ha faltado, pero sí la otra. Como ama de casa siente la carencia de agua para lavar trastes, cocinar y para preparar los productos que vende.
La desconfianza de la gente a la que ofrece sus panes es una nueva sombra que la persigue. Antes que nada, le preguntan con qué agua los preparó.
La pala y el rastrillo no eran herramientas que ella hubiese utilizado antes, pero ha tenido que familiarizarse pues dejó de trabajar en lo suyo para buscar la manutención de su hijo, quien pronto entrará a la preparatoria.
Otra de las ahora trabajadoras de la pala y el azadón, que prefiere reservar su nombre, opina que las mujeres siempre sufren más ante una crisis de esta naturaleza.
Es muy pesado el trabajo en el empleo temporal y todavía deben llegar a su casa a corretear a las pipas, cargar las cubetas de agua y “de pilón” buscar el agua para beber.
Al principio estaba muy bien todo, pues les daban el agua casa por casa, pero después de tres semanas son ellas quienes deben ir a solicitarla en los centros de distribución. Además les limitan a un garrafón por familia y eso no suficiente, pues sólo alcanza para beber y no para preparar los alimentos, dice.
El apoyo ha ido disminuyendo cada vez más y es menos el agua de las pipas, denuncia. La economía se vino a pique porque muchas actividades no se pueden realizar.
Un ejemplo –expone– es su esposo que trabaja como ayudante de albañil, y en muchas partes no pueden trabajar porque no hay agua para las mezclas.
Ella hacía empanaditas y tortillas por pedido, pero eso quedó suspendido ante la emergencia. El trabajo temporal es muy cansado y todavía deben llegar a cargar agua para las necesidades domésticas.
Considera que las autoridades ya no están dando ni la información correcta: les dijeron que los pozos no estaban contaminados y sí lo estaban. “No sé por qué no dicen la verdad, así nos cuidaríamos más”, critica.
Los moscos son una presencia que amenaza con convertirse en plaga. Crece el temor ante una posible epidemia de dengue, pues en todas las casas hay agua acumulada en baldes, tambos y todo tipo de recipientes, muchos sin tapa, y sólo una vez se ha fumigado desde que empezó la crisis.
Para Silvia Montoya Molina, comerciante en Ures, la afectación es severa. Con una ubicación privilegiada, frente a la plaza principal, su restaurante hoy luce vacío, igual que la plaza que sábado y domingos solía estar llena de familias que iban a pasear y consumir los alimentos y golosinas que en los negocios aledaños están en venta.
Como comerciante, Silvia explica que su ingreso ha bajado a menos de la mitad. Su principal clientela es la gente de Hermosillo, pero ha dejado de ir. Considera que si bien Grupo México es el que provocó la afectación, también el gobierno es responsable por no vigilar ni hacer cumplir la ley.
Afectada psicológica y físicamente, Magdalena Trujillo Félix, maestra de preescolar con 18 años de servicio, ahora debe cargar cubetas, garrafones y esperar que lleguen las pipas.
Como maestra, comenta que tiene que poner el ejemplo de higiene y para lograrlo tiene que trabajar más. Por su calle no pasan las pipas, pues sólo existen oficinas de gobierno y los repartidores piensan que no hay casas por ahí. Por ello tiene que “corretearlos”.
Es muy seria la situación y no deberían iniciar todavía las clases, advierte Magdalena. Las clases ya se habían suspendido y se reanudaron cuando se dijo que Ures ya tenía agua, lo cual no es cierto, asegura. Les han hablado de un mes de plazo mientras abren otro pozo, pero nada es seguro.
EL ESTIGMA
La emergencia sucedió en el peor de los momentos; en verano, cuando los pueblos del río reciben una de las mayores derramas de turismo que gusta de acampar y pasear en las aguas antes cristalinas y tranquilas del caudal, mientras comen los productos locales.
Todo eso está paralizado pues nadie quiere visitar la rivera del río, rechazan la carne y las tortillas. Los chiltepines se van quedando en las bolsitas en las que estaban listos para que los viajeros los compraran en las paradas que suelen realizar para adquirirlos.
Una de las mujeres que más lamenta la contaminación del río Sonora es María Luisa Ugue, doña Licha, pues ella nació y siempre ha vivido en Mazocahui.
El río es parte de su vida desde que era niña. A sus 74 años no recuerda haber visto una afectación similar. Dice que del río traían el agua para tomar, se bañaban y ahí también lavaban tallando la ropa en piedras.
A doña Licha le da mucha tristeza ver lo que se perdió con la contaminación del río, pues es parte inherente del pueblo. Para ella el río “se murió”, pues ha escuchado que tardará años en limpiarse. “Se acabó todo”, afirma.
En Baviácora, Cimacnoticias platicó con Luz Mercedes Apodaca Corrales, cuyo rostro quemado por el agua del río dio la vuelta al mundo hace unos días.
Sus quemaduras por químicos por enjuagarse el rostro sin saber de la contaminación, están ahora cubiertas de una gruesa capa de medicamento en forma de pasta blanca que debe cambiar tres veces al día.
Un dermatólogo y dos patólogos la han revisado y tomado muestras. Esta semana tendrá resultados de varios estudios y sabrá con exactitud el impacto de los daños.
A Luz Mercedes le brotan lágrimas cuando narra cómo hay periodistas que han puesto en duda que su reacción en la cara haya sido motivada por el agua del río. Describe el ardor, dolor y las ampollas de gran tamaño que aparecieron en su cara, produciendo no sólo dolor en la piel, sino afectaciones en sus oídos y ojos.
La crisis en los pueblos colindantes al río Sonora es severa; es una verdadera emergencia, pues ni siquiera hay un estimado del tiempo que tardará la limpieza del río.
Las mujeres entrevistadas comentan que unos dicen que tardará meses, otros llegan a mencionar de 10 a 15 años para que vuelva a estar limpio.
Sin embargo, ni el sector salud ni las otras dependencias han emitido una alerta por la magnitud de lo ocurrido. El río está envenenado y la población empieza a desesperarse, pues si sigue la paralización económica pronto habrá un desplazamiento forzado masivo ante lo que algunos se lamentan diciendo “nos mataron al río”.
Imagen retomada del perfil de Facebook MujerSonora
Por: Silvia Núñez Esquer, corresponsal
Cimacnoticias | Hermosillo.-
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