MÉXICO,
D.F. (apro).- En la cabeza de Enrique Peña Nieto el país va camino a la
modernización –lo mismo pensó Carlos Salinas hace veinte años– con las
reformas que aprobaron los legisladores de su partido y el PAN y que,
según él, beneficiará a todos, aunque lo más claro es que lo hará
únicamente para el sector más rico de México que ya empezó a ver en sus
bolsillos los resultados con nuevos canales de televisión, contratos
petroleros y la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México.
Quienes tienen memoria histórica de la política mexicana han
empezado a comparar el peñismo con el periodo de Miguel Alemán Valdés,
quien gobernó con y para los empresarios nacionales y extranjeros sin
ninguna oposición social ni de partidos ajenos al PRI. Y al parecer eso
es lo que está sucediendo.
Ver a Peña Nieto
entrando a Palacio Nacional, saludando a los suyos con gestos y
ademanes que parecen sacados del pasado, en medio de aplausos y vivas
de quienes lo acompañan desde el gobierno o el Poder Legislativo,
parece una imagen remota de cuando los presidentes priistas tenían un
poder ominoso. Pero nada más actual que el ritual de poder que vimos el
martes en ese edificio histórico.
El Palacio Nacional fue un set de televisión con maquetas armadas
para darle más realce al evento. Se trató de una imagen trabajada de
antemano para dar la apariencia de grandeza de un personaje que cumple
todas las características de un actor de telenovela. El edificio fue
acondicionado y cercado para que no hubiera más público que los
invitados a participar en la representación.
Afuera no hubo marchas ni manifestaciones de los movimientos
sociales y partidistas de izquierda porque sus representantes aceptaron
las negociaciones de no organizar protestas a cambio de puestos
legislativos o de posibles gubernaturas, como la de Michoacán para el
perredista Silvano Aureoles.
La única manifestación
fue la de los exbraceros y sus familiares pidiendo a Peña Nieto que
cumpla su promesa de campaña de pagarles lo que les corresponde por ley
luego de haber trabajado en Estados Unidos con contratos que se
hicieron con el gobierno mexicano hace 60 años. Pero no representaban
ninguna amenaza porque eran pocos y muchos de ellos eran de avanzada
edad, con poca o escasa fuerza para saltar el escudo de policías que
los detuvo en la Alameda Central, a varios kilómetros de Palacio
Nacional.
El acto presidencial fue la reafirmación ominosa del priismo de Peña
Nieto, ese que no se caracteriza por su cultura ni su educación, sino
por la soberbia y la arrogancia en el uso del poder, como se expresó al
convertir en un gigantesco estacionamiento la Plaza de la Constitución.
El evento del Segundo Informe de Peña Nieto fue un mensaje claro del
regreso del PRI ejerciendo todo su poder de control político por sobre
los partidos de oposición a quienes ha domesticado con prebendas, de
control de medios con quienes ha hecho grandes negocios, de control
social al inhibir las grandes manifestaciones al cooptar a muchos de
los líderes sociales o simplemente dejarlos que expresen sus críticas
en las redes sociales haciéndoles creer que en esa realidad virtual si
lograran el cambio que en la realidad no pueden.
Pero más que un estilo alemanista, lo que Peña Nieto mostró el
martes en Palacio Nacional fue el estilo de gobernar del grupo del
Estado de México, un estilo que se caracteriza por tener una forma más
despótica, brutal, cerrada, cínica, corrupta y de control absoluto del
poder que veremos expresarse en los próximos meses cuando se den los
primeros cambios del equipo de gobierno rumbo a las elecciones
intermedias del 2015.
Twitter: @GilOlmos
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