Carlos Bonfil
La tierra de las ánimas errantes.
En abril de 2012, el norte de Malí fue ocupado militarmente por
fanáticos jihadistas, quienes en su delirante interpretación de la sharia
islamista impusieron durante casi un año una estela de prohibiciones
absurdas a la población local. Prohibición de fumar y de escuchar
música, de jugar futbol o de vagar por las calles; y en especial, para
las mujeres, obligación de cubrirse con guantes los brazos y las
piernas con calcetas.
Un episodio brutal (la lapidación de una pareja acusada de
adulterio), motivó al cineasta de origen mauritano Abderrahmane Sisako (Bamako, 2006) a elaborar en Timbuktu
(2014) una crónica de la vida cotidiana en un pequeño poblado bajo la
ocupación, exponiendo con detalle los estragos del fundamentalismo
religioso. El dominio de los extremistas en Malí fue relativamente
breve, pero sus patrones de conducta siguen aún presentes, y en franca
expansión en otros países africanos y en Medio Oriente, particularmente
en Irak, donde hasta el momento controlan una parte sustancial del
territorio.
El realizador describe el delirio ideológico de ese fundamentalismo
apartándose de las retóricas reiterativas de la denuncia. Prefiere
exponer, con mayor contundencia, el ridículo y el absurdo de las
medidas represoras implementadas por las fuerzas ocupantes; la doble
moral de combatientes que desprecian el cuerpo femenino al tiempo que
lo procuran con avidez, y que se interesan en el futbol y en la música
mientras los prohíben de modo tajante, o que pretenden profesar una fe
islámica, haciendo que los demás observen de modo estricto sus
preceptos más severos, eximiéndose ellos mismos de practicar las
virtudes de tolerancia de la ley coránica.
Para los radicales islamistas importa, ante todo, resguardar y
afianzar el control patriarcal sobre las mujeres, y es este elemento el
que Timbuktu señala con mayor fuerza. Se guarda el cineasta,
sin embargo, de hacer del jihadista intolerante una especie alejada por
completo del resto de la humanidad, un estrafalario ser de excepción,
un inclemente fanático adicto a la crueldad y a la violencia. Lo
perturbador en la cinta es el modo en que Sisako exhibe el carácter
ordinario de las conductas arbitrarias en quienes detentan el poder y
no pueden ser llamados a rendir cuentas, y de los pobladores o
ciudadanos que, en menor o mayor medida, comulgan con esa mentalidad
depredadora.
“El
jihadista –considera el cineasta–, es un ser también frágil, y la
fragilidad es un elemento capaz de hacer que cualquier persona caiga
por completo en el horror” (The New York Times, 23 de enero, 2015). Una suerte de
banalidad del malque convierte a fanáticos con poder en bufones peligrosos susceptibles de ganar adeptos.
Los jihadistas en Timbuktu instalan por la fuerza y los
castigos inclementes (latigazos, lapidaciones, encierros) un orden
moral que ellos mismos no comprenden cabalmente ni comparten con
sinceridad. La resistencia de algunos habitantes del poblado cobra
formas inesperadas de desafío abierto o silencioso (en especial por
parte de mujeres), de recriminación ineludible por boca de imams islámicos (
¿Dónde ha quedado Dios en todo esto?), o de protesta sorda, en una secuencia magistral, donde niños jugando clandestinamente un partido de futbol sin pelota, imitan los tiros y los pases, y luego levantan y agitan los brazos al advertir una mirada censora.
A su paso, los extremistas islámicos destruyen todo aquello que
escapa a su comprensión –los objetos de arte, el patrimonio histórico,
la armonía familiar, la libertad de las mujeres, incluso las muestras
de calidez afectiva–, y en ello se emparentan a los jemeres rojos cuyos
excesos en Camboya describió muy bien Rithy Pahn en La tierra de las ánimas errantes (2000) o en La imagen ausente (2013).
Las pinceladas de humor en Timbuktu –humorismo inteligente
frente al humor involuntario de los fundamentalistas–, la ausencia de
maniqueísmo para señalar conductas radicales que pueden y suelen
permear en amplios sectores sociales, y la convicción, pese a todo, de
que la resistencia moral y sus variadísimas formas expresivas pueden, a
la larga, triunfar sobre la estupidez extremista, hacen de esta cinta
de Abderrahmane Sisako un alegato poético de actualidad incontestable.
Se exhibe en la Cineteca Nacional, Cine Tonalá y Cinemanía.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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