Detrás de la Noticia
Ricardo Rocha
Prometí hablar de Eduardo Galeano pero no me siento forzado a ello. Menos aún por mezclarlo con un tema tan aparentemente distante como Apatzingán. Y es que en realidad están intrínsecamente conectados.
A ver: al descubrirnos Las venas abiertas de América Latina, no sólo nos planteó el mapa de la explotación que viene del norte, sino los horrores que somos capaces de hacernos a nosotros mismos. Yo lo vi y lo escuché por vez primera en aquellos eventos formidables que organizaba el gran Gabo, con la convocatoria de “El nuevo periodismo latinoamericano” en la bellísima Cartagena de Indias, Colombia. A pesar de que ya había leído su clásico, me volvió a conmover desde el primer instante y por supuesto me declaré “galeanista”. Después tuve la oportunidad de entrevistarlo en la ciudad de México a propósito de la aparición de su libro Espejos, una historia casi universal. De esa conversación rescato algunas frases memorables: son trágicos los gobiernos que sacrifican a la sociedad en nombre de la justicia y los que sacrifican la justicia en nombre de la libertad; hemos divorciado la razón, del corazón; las razones, de las emociones; América Latina es nuestra fuente principal de fiesta y de penas. Es ahí donde conecté con un país latinoamericano llamado México, donde hay una pequeña ciudad llamada Apatzingán.
Del reportaje presentado por Proceso con la investigación de la reportera Laura Castellanos y los testimonios en audio y video se desprende lo siguiente:
1.— Que las fuerzas federales que irrumpieron la madrugada del 6 de enero de este año en la Plaza de Apatzingán tenían instrucciones de matar a los manifestantes en plantón frente al Palacio Municipal.
2.— Éstos eran rurales que habían estado al servicio del G-250, grupo creado por el ex comisionado Alfredo Castillo, para capturar a Servando Gómez La Tuta y comandado por Nicolás Sierra El Gordo Coruco. Éste, junto con cuatro de sus siete temidos hermanos conocidos como Los Viagra, fue contratado por Castillo, que luego rompería con ellos.
3.— Hay una desproporción absoluta entre cincuenta y cien atacados y tal vez cien o doscientos atacantes. Pero la disparidad mayor se da entre las armas largas y de alta velocidad de los federales y un máximo de seis pistolas y los palos que blandía la mayoría de los agredidos. Tampoco está claro por qué El Gordo Coruco les ordenó que fueran prácticamente desarmados.
4.— La furia federal no parece improvisada ni espontánea, menos aún provocada. A los gritos-órdenes de “mátenlos como perros”, se suman ráfagas indiscriminadas contra manifestantes y civiles y ejecuciones con tiros de gracia. En conclusión: traían instrucciones precisas.
Por tanto, las interrogantes son obligadas: ¿Quién les ordenó a las Fuerzas Federales que aniquilaran a los manifestantes de Apatzingán? ¿Es creíble que esos federales se manden solos? ¿Es creíble que nadie en el gobierno federal supiese nada de cómo se dieron los hechos? ¿Por qué hasta ahora, luego del reportaje, la Secretaría de Gobernación dice que va a investigar qué pasó realmente? Y la pregunta más estremecedora: ¿Tlatlaya, Iguala y Apatzingán prueban que tenemos soldados, policías y federales asesinos?
Periodista.
ddn_rocha@hotmail.com
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