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Cuando hay que mover un objeto que resulta muy pesado, ¿qué es lo
primero que se piensa? Pedir ayuda a otra persona, ahí está la
diferencia. Lo mismo puede aplicarse a los movimientos sociales que
luchan por transformar la realidad.
En un contexto de crisis económica, ecológica y de derechos humanos
sin precedentes, los actores sociales no pueden mantenerse aislados, más
bien deben unirse y utilizar su fuerza colectiva para superar los
desafíos.
El último Foro Social Mundial (FSM), realizado del 24 al 28 de marzo
en Túnez, mostró que “Otro mundo es posible” si se trabaja de forma
colectiva para atender las causas estructurales de la desigualdad.
Eso fue lo que llevó a la Asociación para los Derechos de las Mujeres en el Desarrollo (AWID, en inglés) a comprometerse a trabajar con ActionAid, Civicus, Greenpeace y Oxfam.
Unos 70.000 activistas se reunieron en Túnez y participaron de varios
talleres sobre modelos económicos alternativos, entre ellos,
“Imaginaciones feministas para una economía justa”, organizado por AWID.
Ese hecho, junto a las protestas contra la reducción de los espacios
para el disenso y los reclamos de justicia social son fundamentales en
un mundo donde las crisis económica, ecológica y de derechos humanos
están interconectadas y yendo de mal en peor.
La de Túnez fue la 13 edición
del Foro Social Mundial y resultó un recordatorio y un llamado a la
acción, pues el poder de la gente es el que cambiará al mundo.
Transformar la realidad, en especial en lo que respecta a los
derechos de las mujeres y la justicia de género, significa reconocer y
dar visibilidad a las interconexiones entre diversos asuntos.
En los últimos 20 años se lograron notables avances en los derechos
de las mujeres y en la justicia de género, pero todavía queda mucho por
hacer.
En el centro de la actual crisis global, hay una enorme desigualdad
económica devenida en el orden establecido. Unos 1.200 millones de
personas pobres son responsables de tan solo uno por ciento del consumo
mundial, mientras el millón más rico concentra 72 por ciento del mismo.
Ni la población mundial ni el planeta pueden sostener el grado de
consumo del Norte rico; ecosistemas enteros desaparecen y pueblos y
comunidades son desplazados.
No solo aumentan los desafíos, sino que se profundizan. Muchas
mujeres y niñas y personas trans e intersexuales siguen sufriendo
múltiples y cruzadas formas de discriminación, así como distintas
vulnerabilidades a lo largo de su vida.
Entre ellas se destaca el desproporcionado impacto de la pobreza, el
fundamentalismo religioso y la violencia contra las mujeres, las
crecientes redes criminales y el mayor poder de las corporaciones
trasnacionales sobre tierras y territorios, además de la profundización
de los conflictos y la militarización, la generalizada violencia de
género y la destrucción ambiental.
Las mujeres han sido las cuidadoras del ambiente y productoras de
alimentos durante siglos y ahora están al frente de la defensa del
hábitat ante el avance de la destrucción y la extracción de recursos
perpetradas por las corporaciones.
La violencia contra las mujeres que defienden la tierra
se desarrolla con impunidad, justo cuando las mujeres y las niñas
también concentran la atención de varios actores corporativos
filantrópicos como motores del desarrollo.
La mayoría de los compromisos gubernamentales e institucionales para
atender las desigualdades han sido débiles. La movilización de la gente y
una ciudadanía activa son fundamentales en todas las regiones del
mundo, pues cuanto más se movilizan y defienden sus derechos, más
cierran el espacio político y ciudadano las élites gobernantes.
La declaración política de la 59 sesión de la Comisión sobre la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW59), realizada del 9 al 20 de marzo, no es más que el último ejemplo de eso.
La Declaración de Beijing,
de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, fue el acontecimiento más
progresista en materia de derechos femeninos en su momento y fue el
resultado de 30.000 activistas de todo el mundo presionando a los
representantes de los 189 gobiernos participantes.
Pero 20 años después, organizaciones de mujeres fueron excluidas de
las negociaciones de la CSW59 dejando un documento débil que no avanza
lo suficiente hacia el tipo de transformación necesaria para realmente
logar las promesas de Beijing.
Las fuerzas de justicia, libertad e igualdad se desplazan
incansablemente. Urge la necesidad de fortalecer nuestra voz y poder
colectivo para ampliar nuestros análisis compartidos y construir agendas
interconectadas para la acción.
El FSM sirve exactamente para eso, y en la edición de este año, hubo
una diversidad de activistas feministas que debatieron sobre las causas
sistémicas de las desigualdades globales de forma intersectorial,
vinculando las nuevas relaciones con la tierra y el uso de esta con el
patriarcado, la soberanía alimentaria, la descolonización y el poder
corporativo.
Esas interrelaciones hacen parecer que la lucha es enorme, pero también permite la solidaridad entre los movimientos.
Como red global de organizaciones, movimientos y activistas
feministas y defensoras de los derechos de las mujeres, AWID trabaja
desde hace 30 años para transformar las estructuras dominantes de poder y
de toma de decisiones y promover los derechos humanos, la justicia de
género y la sostenibilidad ambiental. En todo lo que hacemos, la
colaboración es central.
Creo firmemente que no podremos logar una transformación
significativa a menos que nos unamos en toda nuestra diversidad. Para
AWID, unirse a la lucha por la sostenibilidad ambiental, una economía
justa y los derechos humanos, es otro paso en una larga trayectoria de
trabajo con y para otros movimientos
Juntos podemos tomar medidas más audaces, alentarnos a dar un paso
más y apoyarnos en nuestro poder colectivo y nuestro conocimiento
combinado para amplificar nuestras voces. Trabajar juntos es la única
forma de revertir la desigualdad y de lograr un mundo justo y
sostenible.
Editado por Kanya D’Almeida / Traducido por Verónica Firme
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