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Vinita Panicker, de 26 años, se considera “la mujer más desafortunada
del mundo”. Hace tres años, su esposo, que sospechaba que tenía un
amorío con su jefe en una empresa de programas informáticos en India, le
arrojó una botella de ácido clorhídrico al rostro mientras dormía.
Su bonito rostro de antaño hoy es una superficie desfigurada de piel
quemada y tensa, con la nariz, los labios y los párpados casi
completamente sin relieve. La sobreviviente sigue ciega de un ojo,
aunque gastó 10.000 dólares en 12 cirugías reconstructivas y dos
operaciones a la vista.
"Es mucho menos tangible pero la discriminación, de amigos, familiares y vecinos, duele más": Shirin Juwaley.
De ganar un salario de cinco cifras en dólares como profesional de la
informática, Panikker pasó a trabajar como cocinera en una organización
sin fines de lucro. “Mi vida dio un giro de 180 grados. De ser una
profesional exitosa, me convertí en una rechazada social sin recursos
propios ni familia”, dijo a IPS.
Los ataques con ácido causan estragos en la vida de miles de mujeres
jóvenes que rechazan propuestas de matrimonio, insinuaciones sexuales o
que se ven atrapadas en el fuego cruzado de las disputas domésticas.
En la sociedad patriarcal de India, los hombres que se sienten despreciados recurren al ácido como arma de represalia.
El ácido “daña y quema severamente el tejido de la piel, a menudo
dejando expuestos e incluso disolviendo los huesos”, explicó Rohit
Bhargava, dermatólogo del hospital Max, en Noida, un distrito suburbano
del norteño estado de Uttar Pradesh, donde se perpetraron 185 de los 309
ataques denunciados en 2014 en este país de más de 1.200 millones de
habitantes.
Algunas de “las consecuencias a largo plazo son la ceguera,
cicatrices permanentes en la cara y el cuerpo, discapacidad y
desfiguración física de por vida”, añadió el médico.
Pero algunas sobrevivientes aseguran que las cicatrices psicológicas
son las que más tardan en sanar. También hay ramificaciones sociales, ya
que los ataques suelen dejar a las víctimas discapacitadas en
diferentes niveles, lo que incrementa su dependencia de sus familiares,
incluso para las actividades cotidianas más básicas.
Shirin Juwaley, una víctima que puso en marcha la Fundación Palash
para promover la reintegración social y medios de vida alternativos de
las personas desfiguradas, afirma que la exclusión social es mucho más
dolorosa que los daños físicos. “Es mucho menos tangible pero la
discriminación, de amigos, familiares y vecinos, duele más”, dijo a IPS.
En 1998, el marido de Juwaley la roció con ácido después de que ella
le pidiera el divorcio. Aunque lo denunció varias veces a la policía, él
sigue libre.
En la actualidad, Juwaley viaja por el mundo dando conferencias
sobre el impacto social, económico y psicológico de las quemaduras de
ácido. Su organización también estudia la exclusión social de quienes
viven con sus cuerpos alterados.
El lento avance de los medios de disuasión legal
El Fondo Internacional de Sobrevivientes al Ácido
(ASTI), una organización humanitaria con sede en Londres, calcula que
cada año se producen unos 1.000 ataques con ácido en India. Pero, dada
la ausencia de estadísticas oficiales, otros activistas sostienen que la
cifra podría llegar a los 400 ataques por mes.
“El temor a las represalias impide que muchas mujeres denuncien su terrible experiencia”, señaló Ashish Shukla, coordinador de Paren los Ataques con Ácido, una organización independiente con sede en Nueva Delhi, que rehabilitó a más de 100 víctimas desde su fundación en 2013.
Estos ataques “son incluso peores que la violación ya que las
víctimas, que generalmente son mujeres, son sometidas a la humillación
diaria. La mayoría… son rechazadas y condenadas al ostracismo”, observó
Shukla.
El activista añade que la apatía oficial y del público provoca la
doble victimización de las sobrevivientes. “Se ven obligadas a
comparecer varias veces ante la justicia, relatar su trauma y visitar a
los médicos, mientras que deben lidiar con su tragedia personal por la
desfiguración física, la pérdida de empleo y la discriminación social”,
dijo.
Según la ley de Derecho Penal (Enmienda) de 2013, la condena para
quienes ataquen con ácido a otra persona implica un mínimo de 10 años de
prisión hasta la cadena perpetua.
La Corte Suprema de India dictaminó en julio de 2013 que todos los
estados deben regular la venta de sustancias como el ácido clorhídrico,
sulfúrico o nítrico, que suelen utilizar los atacantes, y que los
compradores deben presentar un documento con una fotografía que los
identifique, en el momento de la compra. Los vendedores, a su vez, deben
registrar el nombre y la dirección de cada cliente.
Sin embargo, la mayoría de los comerciantes con los que habló IPS
ignoraban la medida. “Es la primera vez que oigo hablar de este fallo”,
sostuvo Suresh Gupta, dueño de Gupta Stores, una pequeña tienda de
Noida.
Los activistas advierten que este horrendo tipo de violencia de
género no cesará hasta que el gobierno dificulte la adquisición de estos
materiales. Actualmente, las botellas de un litro de ácido se pueden
comprar sin receta médica por apenas 33 centavos de dólar.
A principios de mes, la Corte Suprema dispuso que los hospitales
privados deben tratar gratuitamente a los sobrevivientes de ataques de
ácido y que los estados deben tomar medidas contra los centros médicos
que no cumplan con la medida.
Los expertos recomiendan que India siga el ejemplo de sus vecinos
Pakistán y Bangladesh. En este último, los ataques con ácido bajaron de
492 casos en 2002 a 75 en 2014, según ASTI, luego de que el gobierno
incorporó la pena de muerte para este tipo de delitos.
Leyes más severas en Pakistán permitieron un aumento de 300 por ciento en el número de mujeres que denuncian los ataques.
India avanza más lentamente, aunque los gobiernos de los estados de
Haryana y Uttar Pradesh dieron un buen ejemplo al financiar la totalidad
del costo del tratamiento médico de algunos sobrevivientes.
Ritu Saa es un ejemplo. La joven de 20 años que debió abandonar sus
estudios tras un ataque con ácido perpetrado en 2012 por su primo es hoy
una mujer económicamente independiente. Trabaja en Cafe Sheroes’ Hangout, una iniciativa de Paren los Ataques con Ácido en la ciudad de Agra, en Uttar Pradesh, que emplea a varios sobrevivientes.
“La campaña y el gobierno me ayudaron mucho. Hoy, tengo un empleo, un
salario digno, buena comida, alojamiento y me mantengo por mí misma”,
comentó Saa.
Aunque la mayoría de las víctimas son mujeres, según los activistas
también crece el número de hombres atacados con ácido, ya que un tercio
de todos los casos denunciados por año se deben a riñas sobre la
propiedad o disputas financieras entre hombres.
Editado por Kanya D’Almeida / Traducido por Álvaro Queiruga
Crédito: Zofeen Ebrahim / IPS
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