Después de tres décadas de
que la tecnocracia fascista nos viene prometiendo que los mexicanos
arribaríamos al primer mundo, motivo por el cual era necesario
adelgazar el Estado mediante políticas económicas restrictivas, ahora
resulta que estamos condenados a no esperar tiempos mejores, y que
nuestros hijos deberán sobrevivir en medio de una crisis permanente,
porque los recortes al gasto público serán por muchos años, como lo
aseguró Luis Videgaray. ¿No que las reformas estructurales eran la
fórmula mágica para tener tasas de crecimiento más altas, mayor
productividad y dejar atrás los problemas derivados de las políticas
públicas del pasado “populista”?
Llevamos tres décadas
escuchando que “vamos por el camino correcto para salir del
subdesarrollo”, y ahora la realidad se manifiesta con espeluznante
objetividad, aunque para el grupo en el poder queda el sobado recurso
de que “la culpa es de imponderables externos”, no de un modelo
económico que nos fue impuesto con el fin de facilitar el despojo de
nuestros recursos naturales y abaratar al máximo la mano de obra
mexicana, al cual debemos seguir atados porque así lo quieren los
grandes intereses trasnacionales que son los que verdaderamente mandan
en Los Pinos.
Según Videgaray, “el entorno
internacional que enfrenta hoy México sin lugar a dudas representa un
reto muy relevante, un reto en el cual se combinan variables de forma
desfavorable para nuestra economía”. Lo razonable en estas
circunstancias sería proceder en forma correcta, con medidas que nos
pongan a salvo de las “variables desfavorables” de carácter externo.
Con todo, esto es lo que no hará el “gobierno” de Enrique Peña Nieto,
porque lo tienen atado de manos los organismos financieros
internacionales y su misma vocación entreguista.
Sin embargo, seguirá hablando
de los extraordinarios logros de la política económica de su
“gobierno”, sin importar que Videgaray lo contradiga porque no le queda
de otra que aceptar lo inevitable. El fracaso del neoliberalismo es
inocultable, pero los organismos internacionales que lo promueven no
pueden aceptar que ya dio todo de sí y que mantenerlo vigente es
comparable a dejar abiertas las llaves del gas en una estufa. Así
seguiremos mientras los pueblos explotados por los grandes intereses
trasnacionales no se organicen para defender sus derechos y sus
recursos, como lo hizo Cuba durante medio siglo, y ahora empieza a
cosechar los frutos de una lucha terrible contra fuerzas inmensamente
superiores.
Para Videgaray no hay otra
solución que reducir el gasto público, medida que nos habrá de acarrear
males mayores. La verdadera salida a la crisis permanente en la que nos
sumieron los tecnócratas salinistas, está en hacer precisamente lo
contrario, no contratando más deuda internacional, ni emitiendo
billetes sin ton ni son e hipotecando nuestras riquezas, sino
optimizando el presupuesto con una finalidad productiva y social, lo
que contraviene sus objetivos de lucro y de especulación. Es un
comportamiento inhumano seguir frenando el crecimiento inercial del
país, como lo han venido haciendo, tan sólo para beneficiar a grupos
oligárquicos que han monopolizado los negocios más lucrativos, con
total apoyo de la alta burocracia.
No se entiende cómo es que
Videgaray afirma que no queda de otra que “apretarse el cinturón” (las
clases mayoritarias lo vienen haciendo desde tres décadas), cuando al
mismo tiempo asegura que México “tiene fortalezas” con las que no
cuentan la mayoría de países emergentes, como reservas internacionales
por más de 195 mil millones de dólares, sin contar los 75 mil millones
de dólares de la línea de crédito flexible del Fondo Monetario
Internacional (FMI), financiamiento oportuno a largo plazo y coberturas
petroleras que dan certidumbre a los inversionistas. ¿Qué necesidad hay
entonces de seguir ahorcando a los mexicanos?
La hay porque así lo ordena
la Casa Blanca en Washington, y para hacer obedecer a los gobiernos
entreguistas están los organismos financieros globales, como el FMI y
el Banco Mundial. Sin embargo, nada justifica seguir acabando con el
país, y lo más grave, despojar a las nuevas generaciones de mexicanos
de una vida digna y condenarlos a sobrevivir en condiciones
infrahumanas. Lo dicho: la derecha en el poder en México está decidida
a reducir al país al nivel de las naciones africanas, porque eso les
reporta la posibilidad de mantenerse en el poder: mientras más aumenten
los niveles de hambre y pobreza, más fácil será controlar a la población
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