DESDE LA LUNA DE VALENCIA
Especial
Por: Teresa Mollá Castells*
Hace unos días recordamos que ha transcurrido un año desde el secuestro de las más de 250 niñas nigerianas a manos del salvaje grupo terrorista Boko Haram.
Seguramente no serán las únicas secuestradas pero este caso, quizás por ser el grupo más numeroso, dio la vuelta al mundo con reacciones bien variadas, pero hasta el momento nada se sabe de las niñas secuestradas.
El líder de este grupo terrorista llegó a afirmar que las niñas no deberían estudiar, sino servir como esposas a sus maridos. Eso piensan de las mujeres y niñas estos salvajes.
Además amenazó (y se supone que cumplió) con venderlas como esclavas sexuales. Y también llegan noticias de que las estuvieron casando con los terroristas integrantes de grupo para que tuvieran “sus necesidades” cubiertas. La única función a las que las relegan es a cubrir “sus necesidades”. Terrible.
En los últimos meses los grandes medios de comunicación han hecho eco de la destrucción bárbara de obras de arte milenarias por parte del Estado Islámico (EI) en ciudades como Mosul o Nimrud. Que es una salvajada lo que hacen no cabe ninguna duda.
Pero mucho peor es la salvajada de lo que están haciendo con sus mujeres y niñas a las que, como en Nigeria, someten a estado de esclavitud y, de nuevo, con el fin de “cubrir sus necesidades”. Sin más consideración que esa.
Mucho se habló de los talibanes en su momento y de las agresiones que perpetraban contra los derechos de las mujeres, pero ahora, por no se sabe qué ocultos intereses, los derechos de esas mujeres y niñas de Irak importan un poco menos, y para los grandes medios de comunicación es mucho más importante la destrucción del patrimonio cultural que la vida de muchas, muchísimas mujeres.
Así de asqueroso y de doloroso es el momento. Y sobre todo si se confirman las informaciones de medios de comunicación alternativos que afirman que los dirigentes del EI imponen la mutilación genital a todas las mujeres y niñas. De verdad que se me acaban los calificativos.
De todo el mundo es conocida la explotación sexual a que se someten a las niñas del sudeste asiático a quienes sus padres venden para dar de comer a la familia y, sobre todo, a los varones de la familia.
Son niñas sometidas a condiciones de esclavitud y obligadas a vender sus cuerpos para, de nuevo, “cubrir las necesidades” del floreciente turismo sexual de varones de países ricos que buscan “nuevas y exóticas formas de placer sexual”. Y quizás también un nuevo tipo de sumisión que ya no ofrecemos las mujeres occidentales.
De las mujeres y niñas del África subsahariana y de sus condiciones de vida en los innumerables conflictos bélicos que azotan esa zona del mundo, no me atrevo ni a imaginar lo que pueden estar viviendo. O la situación de las viudas pobres de la India. O las niñas de las zonas pobres del gran gigante chino. Y así de tantas otras mujeres que pueblan el mundo que hoy conocemos.
La perfecta unión entre capitalismo más o menos desarrollado, patriarcado y radicalismos religiosos conlleva implícitamente la sujeción y subordinación de las mujeres y sus vidas y haciendas a los varones.
Y aunque hoy en día el Estado español sea considerado un Estado moderno, no podemos olvidarnos que nuestras madres no podían abrir una cuenta corriente sin el permiso de sus maridos, por ejemplo. Y de eso hace apenas 40 o 50 años.
La evolución en este sentido en el Estado español ha sido mucha y esto es innegable. Pero sobretodo lo fue gracias al ingreso en la Unión Europea (UE), cuya legislación en materia de igualdad de derechos y oportunidades era bastante más avanzada que la existente aquí.
Nosotras hemos sido capaces de tejer redes de solidaridad, de conocimientos, de luchas variadas para denunciar la persistente desigualdad entre mujeres y hombres y el tejido resultante es la conciencia más o menos colectiva de que si nos tocan a una nos tocan a todas.
De alguna manera hemos desarrollado un sistema de resistencia y denuncia permanente ante el patriarcado que combatimos con palabras y con actos. Hemos construido una voz propia tanto a nivel personal como, en los momentos importantes, colectiva y en algunos momentos unísona.
Esas redes nos dan soporte en momentos de flaqueza y nos insuflan la fuerza y energía necesarias cuando las perdemos. Nuestra incipiente sororidad nos permite apoyarnos en los momentos duros o complicados. En definitiva, nos permite ser esa voz que denuncia la situación de tantas mujeres que no la tienen.
Pero es aquí donde saltan mis alarmas, puesto que aparece la pregunta que da título a esta reflexión de hoy: ¿Dónde están sus voces? ¿Dónde se escuchan las voces de las niñas y mujeres de Irak, Nigeria, sudeste asiático o del África subsahariana? ¿Quién las defiende de esa barbarie que se ceba en ellas si ni siquiera se les permite existir con dignidad? ¿Quién las consuela en sus momentos de dolor y/o soledad absoluta?
El pasado sábado por la tarde hubo manifestaciones en muchas ciudades en contra del acuerdo comercial que se está negociando entre EU y la UE, porque seguramente será otra manifestación más del capitalismo más salvaje norteamericano que acabará redundando en una nueva pérdida de derechos sociales y laborales de las clases trabajadoras en favor de las grandes multinacionales.
Los derechos de las mujeres trabajadoras también se verán afectados en mayor medida que los de los hombres. Las mujeres de los diferentes movimientos feministas, sindicales, sociales, culturales, etcétera, salimos a las calles y nos reencontramos entre nosotras, nos reconocimos y nos reforzamos ante esta nueva agresión capitalista. Y gritamos juntas. Gritamos con nuestras voces diversas, con matices, pero gritamos.
¿Dónde están sus voces? ¿Quién grita por ellas? Hace días que me ronda esta pregunta. Y toda esta reflexión no pretende en absoluto resultar etnocéntrica. Al contrario, pretende poner sobre la mesa las diferentes situaciones que vivimos las mujeres en demasiadas ocasiones originadas tan sólo por nuestro lugar de nacimiento.
Me produce mucho dolor y desolación tan sólo imaginar la profunda soledad en la que pueden vivir estas mujeres y niñas. Me siento impotente y abrumada por esos pensamientos.
Y precisamente por eso comparto mis sensaciones y esta reflexión desde la seguridad de que mi pregunta será compartida por otras mujeres de las redes que hemos ido tejiendo, y aunque el consuelo sea imposible, al menos sé que también despertarán compasión en otros corazones.
Me siento afortunada por tener voz, por no sentirme sola ni en los peores momentos, por tener un cierto grado de libertad para actuar y opinar, y precisamente por eso me siento muy agradecida a la vida.
Y también, precisamente por eso, hoy reclamo un instante de reflexión para pensar qué podemos hacer por todas aquellas a quienes les han arrebatado la voz y la libertad como mujeres y como seres libres, y se les ha condenado a vidas que seguramente no querían vivir.
*Corresponsal en España. Periodista de Ontiyent.
Cimacnoticias | España.-
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