7/18/2015

“Rescatada”, una pionera del feminismo socialista



Por: Rosa Solbes*
Cimacnoticias 




La monografía “María Cambrils. El despertar del feminismo socialista (1877-1939)”, editada por la Universidad de Valencia, reúne biografía, textos y contextos de una escritora tan valorada en su momento como olvidada después.
 
“Nos dolía su ausencia”. Así explican su empeño de tantos años Rosa Solbes, Ana Aguado y J. Miquel Almela.
 
La Asociación Clara Campoamor ya había reeditado a principios de los años 90 su libro “Feminismo Socialista”, prologado por la diputada sufragista.
 
Y también sorprende que en Bilbao se haya bautizado con su nombre un centro social mientras que en su tierra (Valencia) es una perfecta desconocida. Solo Pego, el pueblo de donde eran originarios sus padres y donde María Cambrils fallecería de diabetes, le ha dedicado una calle que todavía ni siquiera existe.
 
El problema es que la posguerra civil duró décadas, y en realidad el franquismo acaba de terminar ahora mismo para Cambrils. Hemos tardado mucho en localizar y exhumar aquella parcela de una “terra ignota” que han constituido aquellas triplemente “pecadoras”: mujeres, feministas y marxistas.
 
No es que nuestra protagonista no purgara ya en vida tanta falta, pero fue a partir de su muerte, en el año infausto de 1939, cuando se cerró con siete llaves su recuerdo y se le sepultó en una fosa sin nombre ni lápida.
 
La represión, el miedo, el agujero negro de la obligada amnesia colectiva se la acabó tragando… hasta ahora mismo, como probablemente hizo con sus papeles, sus fotografías, sus documentos…
 
María Cambrils Sendra (El Cabañal, Valencia, 1877-Pego, 1939) fue durante muchos años militante de hierro, articulista incansable, valerosa polemista y autora de una de las “biblias” de la liberación de la mujer: “Feminismo Socialista”, modesto volumen editado a sus expensas en Valencia, en 1925 y dedicado a Pablo Iglesias, al que consideraba “venerable maestro”.
 
Una famosa desconocida, según hicimos constar hace ya más de 20 años en un primer reportaje aproximativo, con tantas lagunas todavía.
 
Una mujer generosa y entusiasta que destinó la recaudación a financiar la imprenta de El Socialista y la nota introductoria a conminar: “Todo hombre que adquiera y lea este libro deberá facilitar su lectura a las mujeres de su familia y de sus amistades, pues con ello contribuirá a la difusión de los principios que conviene conozca la mujer en bien de las libertades ciudadanas”.
 
Cierto que algunas historiadoras especializadas en los estudios de género la habían incluido en sus trabajos, siempre en referencia al mencionado volumen, pero sin más datos sobre su vida o el resto de su obra, hasta hace poco ignorados u olvidados.
 
Como Mary Nash y la propia coautora de esta monografía, Ana Aguado. Y cierto también que al inicio de la transición hubo en Valencia un grupo de economistas socialistas capitaneado por Ernest Lluch, que adoptó su nombre a instancias de la que entonces era su esposa, Dolors Bramon, y con él firmó como seudónimo colectivo unos pocos artículos sobre la situación de las mujeres.
 
El Instituto de la Mujer, por su parte, estuvo paseando por toda la geografía una exposición sobre las “100 mujeres españolas que abrieron el camino a la igualdad”.
 
Interesante y divulgativa, pero con un triste panel dedicado a María Cambrils: la portada del libro, unas pocas líneas sobre el mismo, y el reconocimiento impotente de que “a pesar de la importancia de su trabajo, apenas sabemos algo de su vida, y no se conoce ninguna fotografía que la represente”.
 
Y fue en ese preciso instante cuando supimos que era preciso averiguar algo más, o al menos intentarlo. Con los archivos socialistas de los años 20 y 30 prácticamente desaparecidos, sólo podíamos consultar unos cuantos documentos supervivientes que procedían de agrupaciones socialistas de Valencia y Pego, custodiados por la Fundación Pablo Iglesias en Alcalá de Henares.
 
De aquí había partido en los años 90 cierta hipótesis que explicaría el misterio sobre la persona: María Cambrils podría ser el seudónimo utilizado por un hombre para otorgar mayor credibilidad a sus escritos sobre feminismo.
 
La ambigüedad de alguna de las escasas anotaciones manuscritas halladas así parecía sugerirlo, pero la profesora Aguado pronto la desmontó: no es posible que Clara Campoamor se prestara a tal engaño, y su texto respira admiración por una mujer de clase obrera que se atrevió a superar sus limitaciones sin dejar de ponerse siempre del lado de sus compañeras.
 
En el prólogo escribe sobre la socialista la diputada radical: “Cree en la mujer porque cree en sí misma… este libro es algo más que un ‘un ariete contra la opresión masculina y las mentiras convencionales’ porque no sólo ataca, sino que llama a la lucha y conforta en ella. Dice a las mujeres que no deben confortarse envanecidas con la concesión del voto…”.
 
No sería arriesgado pensar que Cambrils y Campoamor ni siquiera se llegaran a conocer personalmente, y desde luego nunca formaron parte del mismo partido, aunque sus coincidencias fueron muchas en el terreno del feminismo, y su respeto mutuo incuestionable.
 
Aquí hay que destacar que la radicalidad y el apasionamiento con que María defendía sus tesis nunca le inspiró sectarismo alguno, ni le impidió reconocer los méritos de tantas figuras destacadas que trabajaban en campos bien distintos y mantenían ideologías diversas.
 
Todo lo contrario, en algunos de sus artículos realiza auténticos catálogos de mujeres que consideraba habían sido o eran importantes para el progreso de la Humanidad.
 
Volviendo a las indagaciones y localizados ya unos cuantos artículos de María en la colección de El Socialista de los años 20 (en aquel momento aún no digitalizada), había que intentar cuanto antes reunir testimonios orales, hablar con quienes la hubieran conocido.
 
Cierto suelto en el órgano del PSOE ofreció una pista valiosa al indicar que nuestra mujer y su compañero habían trasladado su residencia desde Valencia a Pego por motivos de salud. Y desde esta localidad de La Marina se incorporaba con entusiasmo a la investigación el archivero municipal, Joan Miquel Almela.
 
Así, los recuerdos nítidos de un veterano guardia de asalto se unen a los de un viejo anarquista valenciano, que nos había asegurado un año antes que asistió a conferencias de María en el Ateneo.
 
La descripción de la persona coincide, y también se corresponde con el posterior hallazgo de un único retrato, hasta entonces sepultado probablemente por el miedo, en el fondo de una mesilla de noche de la familia.
 
Almela, infatigable en su trabajo de campo, escarba en actas municipales y otras fuentes documentales y consigue acta de defunción y testamento. De la historia local y comarcal rescata la destacada actuación pública del compañero de María, inserta en los muchos avatares con que se desarrolló la última parte de la II República.
 
Y también certifica su trágico final, ya que José Alarcón Herrero, nacido en Jumilla en 1872, no pudo embarcar en el puerto de Alicante y fue preso, torturado y finalmente fusilado en abril de 1940.
 
Registros y censos nos han guiado, aunque de forma sincopada, al intentar reconstruir la peripecia vital de esta mujer que llegaría a formar parte de la élite intelectual obrera a través de un proceso de aprendizaje absolutamente autodidacta.
 
Hija de obrero y de madre analfabeta, emigrados desde Pego a Valencia, llegó a ser durante los años 20 prácticamente la única columnista habitual de El Socialista, firmando artículos que se insertaban junto a los del mismo Pablo Iglesias, Julian Besterio, Andrés Saborit, Indalecio Prieto o Largo Caballero.
 
También colaboró con otras cabeceras de prensa obrera y republicana como El Pueblo; El Obrero, de Elche; Revista Popular; El Obrero Balear; El Popular; El Mundo Obrero; La Voz del Trabajo… Y han sido sus propias colaboraciones las que han aportado indicios ciertamente sorprendentes.
 
María Cambrils nunca pretendió “contar su vida” en tales escritos, pero algunas pistas se le acababan deslizando entre las argumentaciones contra el “feminismo catequista”.
 
Azote de prejuicios religiosos y de “el hermetismo confesional”, resulta que ella, descaradamente anticlerical, recuerda su “vida conventual” y maneja textos religiosos con una solvencia pasmosa, dejando siempre bien claro que a su entender nada quedaba del espíritu compasivo del viejo cristianismo defensor de los más débiles, de la esencia ideal que formuló “El Crucificado”.
 
Sus códigos morales son la Biblia y las Cartas de Santa Teresa de Jesús. Pero también “El Capital” de Marx. Todo lo cual nos lleva a concluir que la escritora feminista pudo haber sido monja durante una temporada, tras enviudar muy joven de José Martínez Dols, sin que hayamos podido localizar tiempo y lugar, ni mucho menos los vericuetos que la llevaron a emparejarse después con un antiguo anarquista murciano mudado en socialista radical.
 
Sí cuenta, en cambio, que lecturas y charlas con una vecina en Valencia le abrieron los ojos hacia la doctrina de la redención proletaria y el papel que las mujeres habían de tener en ella.
 
Muy inspirada por Bebel, escribe: “Las mujeres obreras españolas no podemos olvidar que la única fuerza política de solvencia moral francamente defensora del feminismo es el socialismo”.
 
Tras insistir en la necesaria vinculación entre feminismo y socialismo, planta cara a la misoginia obrera, defiende el voto de las mujeres, y reprocha a muchos compañeros que nunca se hayan preocupado por la igualdad, por la formación de sus parejas e hijas, y que no luchen por el derecho al sufragio: “La mujer moderna aspira a coparticipar del derecho, no a imponerse, como sostienen caprichosamente los enemigos del feminismo. No queremos piedad sino justicia”.
 
Además del voto femenino y del papel de la Iglesia, temas recurrentes en sus artículos son la enseñanza, la maternidad, la investigación de la paternidad, el “feudalismo agrícola”, el antifeminismo disfrazado, el divorcio, los avances y los problemas de las mujeres en otros lugares del mundo, y la organización femenina.
 
Maneja un léxico sumamente personal y una prosa no exenta de sentido del humor, pero muy contundente, sin miedo a la confrontación dialéctica sean sus contrincantes hombres o mujeres, “consagrados” o desconocidos.
 
Unas son “sabias de cíngulo y de pan comer”, otros “clerocatequistas” o “gansos de pluma estilográfica”. Marañón es “pigmeo y liliputiense” y el doctor Bartual, defensor de “ese enorme sofisma de la craneología comparada” merece una tunda verbal por sus conferencias sobre la inferioridad del cerebro femenino: “Cree el eminente laringólogo –creencia que consideramos producto de un desconocimiento absoluto de la realidad económica– que la razón de las desigualdades civiles entre los sexos tiene su pie forzado en diferencias establecidas por la naturaleza”.
 
Nuestra autora representó un punto de inflexión clave en la formulación de los planteamientos igualitarios y feministas en el seno del socialismo del primer tercio del siglo XX en España, y es por ello por lo que la Universidad de Valencia aceptó editar la monografía.
 
Se reúnen en ella más de un centenar de artículos publicados entre 1924 y 1934, una reedición del libro “Feminismo Socialista”, una aproximación biográfica, un análisis histórico y otros materiales documentales.
 
Y un prólogo de Carmen Alborch, en el que muestra su extrañeza por el olvido en torno a esta importante figura: “Cuanto más sabemos, más nos indignan estas ausencias, los silencios. Y más nos afianzamos en la idea de que es necesario hacer historia, memoria, tener memoria política.
 
“Incluir a las mujeres como sujetos de la historia, desvelar y publicitar en los espacios educativos y de divulgación, utilizando las redes y las nuevas tecnologías, también el patrimonio en femenino. Porque es patrimonio de la humanidad y como tal hay que conocerlo, reconocerlo, y conservarlo”.
 
*Este artículo fue retomado de la página de Pikara Magazine.

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