Rebelión Normalista
Tanalís Padilla*
La Jornada
Después de los ataques
a los estudiantes de Ayotzinapa del 26 de septiembre de 2014 las
normales rurales quedaron en la mira. Quienes poco o nunca habían oído
hablar de estas instituciones descubrieron la historia que las ancla al
legado revolucionario, la oportunidad de educación que han brindado para
los pobres, y su tendencia a despertar la conciencia social de quienes
allí se forman. Al hondear en su pasado, se descubre también el largo
historial de agravios que han padecido, de su abandono presupuestal, a
su satanización en los medios de comunicación, a la represión de Estado.
En esta dialéctica se han formado los maestros rurales.
Desde su fundación a partir de las décadas de 1920 y 1930 las
normales rurales fueron diseñadas bajo una lógica tanto pragmática como
ideológica. Su razón práctica fue formar maestros para una nación donde
urgían profesores a la vez que daban a hijos de campesinos acceso a una
profesión que les permitiera superar su condición de pobreza.
En su proyecto ideológico, se enfatizó la educación como ejercicio
democrático –dentro y fuera del aula. Se desdeñaron los métodos
pedagógicos autoritarios, se promovió la participación de los alumnos en
el gobierno escolar y se adoptó un exhaustivo código disciplinario en
el cual tendría injerencia el alumnado. Como la idea era formar maestros
que fueran líderes sociales capaces de asesorar al pueblo en sus
derechos agrarios y laborales, era importante desechar tendencias
sumisas.
Las escuelas que empezaron con el respaldo del estado revolucionario,
especialmente durante la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940),
pronto fueron incómodas para un gobierno que prefería ciudadanos
sumisos. Pero, empeñados en defender su derecho a la educación, los
normalistas rurales han salido una y otra vez a las calles. Organizan
marchas, bloquean carreteras y se declaran en huelga. El gobierno
responde con policías y los medios de comunicación con calumnias que han
producido una leyenda negra sobre las normales rurales y sus
estudiantes.
Los relámpagos de resistencia que han brotado de las normales rurales
en tan sólo lo que va del siglo XXI son una reveladora muestra del
empeño juvenil por defender su derecho al estudio. También ponen de
manifiesto la tajante respuesta oficial.
Los siguientes casos son indicativos: en 2000 la toma
policiaca de la normal rural de El Mexe, Hidalgo para terminar con una
huelga; en 2003 la clausura de los dormitorios y servicios asistenciales
en la normal rural de Mactumactzá, Chiapas; en 2005 el cierre de El
Mexe; en 2007 la represión de normalistas de Ayotzinapa que tomaron
casetas en la Autopista del Sol; en 2010 la represión a las normalistas
de Cañada Honda que pretendían negociar su pliego petitorio ante el
Instituto de Educación de Aguascalientes; en 2011 la muerte de dos
estudiantes de Ayotzinapa cuando la policía los replegó en la carretera
México-Acapulco; en 2012 la represión a los normalistas de Tiripetío,
que pedían negociar con el gobernador sobre cambios curriculares; en
2014 la masiva operación contra alumnos de Ayotzinapa que dejó 3
normalistas muertos y 43 desaparecidos.
El más reciente agravio contra las normales rurales tuvo lugar
el pasado 2 de junio cuando las alumnas de Cañada Honda fueron
replegadas por la policía al bloquear la carretera 45 norte en
Aguascalientes. Las normalistas protestaban por la reducción de su
matrícula de 120 a 100 y la intención de convertir a su plantel en una
escuela mixta, sin tener esta institución las condiciones estructurales
para sostener la modalidad coeducativa.
La protesta ha sido respaldada por estudiantes de otras normales
rurales, se han solidarizado miembros del magisterio democrático, y
desde la misma comunidad de Cañada Honda los vecinos han brindado su
apoyo. Esta movilización ha prevenido la toma de la normal por las fuerzas policiacas.
Pero la amenaza sigue en pie porque las normalistas no mantienen el
carácter sumiso con que debieran comportarse los pobres, y eso no se les
perdona.
Mientras los funcionarios de gobierno hablan de su disponibilidad al
diálogo, la policía ronda las instalaciones de la normal y las fuerzas
antimotines llegan a la Plaza de Armas de Aguascalientes, donde las
normalistas realizan un plantón. El mensaje es muy claro: toleraremos
hasta cierto punto sus arrebatos juveniles, pero que quede bien claro
quién manda.
Mientras tanto los medios de comunicación proveen el contexto
narrativo para desprestigiar esta lucha estudiantil: que las alumnas se
oponen a la equidad de género; que son aconsejadas por normalistas de
otras instituciones; que por venir de otros estados, las alumnas de
Cañada quitan puestos que corresponden a estudiantes de Aguascalientes;
que sus excursiones al mar y tierra maya son evidencia de sus tendencias
burguesas; que por conflictivas las desaparecen.
¿Y qué de un gobierno que obliga a su juventud a recurrir a las
calles para ejercer un derecho que la revolución estableció como suyo?,
¿qué de una condición de género en donde México destaca por sus
feminicidios?, ¿qué de una distribución de riqueza que reduce becas
mientras asegura exorbitantes colegiaturas privadas para hijos de la
élite?, ¿qué del patrimonio natural y cultural que tan se ha vuelto el
dominio de la clase acomodada y los turistas extranjeros que es injuria
que los pobres se atrevan a conocerla?, ¿qué de un país que produce
fosas clandestinas con más eficiencia con la que produce escuelas?
Para oponerse a esta situación nacional, es más importante que nunca negarse a la sumisión.
*Profesora-Investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Autora del libro Después de Zapata: El movimiento jaramillista y los orígenes de la guerrilla en México (1940-1962) (Akal, 2015).
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