La Confederación Patronal de
la República Mexicana (Coparmex) afirmó ayer que la debilidad de la
inversión y el incremento de la inflación general –que, según
proyecciones podría llegar a 5.9 por ciento a finales del presente año–
constituyen factores críticos en el panorama económico nacional. El
organismo apremió al gobierno a redoblar el combate a la pobreza,
promover un desarrollo incluyente y mejorar la calidad de la educación.
El posicionamiento es significativo, no sólo porque se produce unos
días después de que los mandos de la política económica anunciaron
señales positivas en el desempeño de la economía, sino también porque,
paradójicamente, es una más de las advertencias patronales sobre la
inoperancia de un modelo de orientación claramente proempresarial que
tiende a concentrar la riqueza, multiplicar la pobreza y acentuar las
desigualdades.
Para ilustrar este aspecto, el domingo pasado la Comisión Económica
para América Latina y el Caribe (Cepal) señaló en su informe Panorama social de América Latina 2016,
que México es uno de los países más desiguales de la región: dos
tercios de los activos físicos y financieros están en manos de 10 por
ciento de las familias, en tanto, uno por ciento de la población
concentra la propiedad de un tercio de la riqueza nacional. El documento
afirma, asimismo, el agudo contraste entre un crecimiento económico
anual de 2.6 por ciento entre 2003 y 2014, y un incremento medio en
términos reales de 7.9 de la riqueza, lo que significa que en una década
ésta se duplicó. La desigualdad no sólo se presenta entre personas
físicas, sino también entre empresas, toda vez que 10 por ciento de
éstas concentra 93 por ciento de los activos físicos.
En este contexto, los señalamientos de la Coparmex reflejan
claramente que el afán de décadas de conducir la economía en beneficio
de los grandes capitales en detrimento de las necesidades del grueso de
la población ha terminado por resultar contraproducente, incluso para
las propias corporaciones, pues esa orientación no sólo ha degradado el
mercado interno, sino que se ha traducido también en un deterioro de la
calidad de la fuerza de trabajo, sometida a insuficiencias inocultables
en términos de ingresos, alimentación, educación, salud, servicios,
vivienda y seguridad, entre otros rubros.
Más preocupante aún es la apuesta del organismo cúpula empresarial de
alcanzar un mayor dinamismo económico con base en una negociación
exitosa del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Debe
recordarse que en ese proceso, México es la parte débil y vulnerable, y
que está expuesta a las temperamentales y agresivas
huidas hacia adelantecon que el acosado Donald Trump ha sobrellevado los primeros meses de su presidencia. Por ello, la renegociación del instrumento comercial es por demás incierta y resulta temerario, por decir lo menos, cifrar en ella las expectativas de reactivación económica mexicana, no sólo porque un mal resultado de las pláticas podría traducirse en un acentuado estancamiento, sino porque mientras más acuciante sea la necesidad nacional de una renegociación exitosa, mayor será el margen de los representantes estadunidenses para imponer términos ventajosos para su país y perjudiciales para el nuestro.
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