Silvia Ribeiro*
Definitivamente, el futuro
de la alimentación no es lo que era. Al menos en lo que agricultura
industrial se refiere. Monsanto, el villano más conocido de la
agricultura transgénica, podría pronto desaparecer del escenario con ese
nombre, si se autoriza su compra por parte de Bayer –aunque sus
intenciones serán las mismas. Las fusiones Syngenta-ChemChina y
DuPont-Dow siguen también bajo escrutinio de las autoridades
antimonopolio en muchos países. Si se concretan, las tres empresas
resultantes controlarán 60 por ciento del mercado mundial de semillas
comerciales (incluido casi 100 por ciento de semillas transgénicas) y 71
por ciento de los agrotóxicos a nivel global, niveles de concentración
que superan ampliamente las reglas antimonopolio de cualquier país.
Estas megafusiones tendrán muchas repercusiones negativas a corto
plazo: aumento notable de precios de insumos agrícolas, más disminución
de innovación y de variedades a disposición del mercado, mayores
limitaciones al fitomejoramiento público y aumento de agrotóxicos en los
campos –y por tanto en alimentos– para poder seguir vendiendo semillas
transgénicas, aunque hayan provocado resistencia en decenas de plantas
invasoras y haya que subir dosis y agregar mezclas con agroquímicos aún
más tóxicos. Para esas empresas, su mayor negocio es vender veneno, o
sea que si no se lo impiden, éste será el curso de acción.
Estas fusiones tendrán también fuertes impactos sobre las economías
campesinas y de agricultores familiares, aunque éstos en su mayoría usan
sus propias semillas y pocos o ningún insumo químico, porque el poder
de presión de estas megaempresas frente a gobiernos e instancias
internacionales aumentará con su tamaño y por monopolizar los primeros
eslabones de la cadena agroalimentaria. Aumentarán la presión para
obtener leyes de propiedad intelectual más restrictivas; para restringir
o ilegalizar los intercambios de semillas entre campesinos –por ejemplo
con normas
fitosanitariasy obligación de usar semillas registradas–; para que los programas para el campo y los créditos agrícolas sean condicionados al uso de sus insumos y semillas patentadas; para que los gastos en infraestructura y otras políticas agrícolas beneficien a la agricultura industrial y desplacen a los campesinos.
Como si no fuera suficiente, hay otros factores muy preocupantes. La
ronda de fusiones no finalizará con esos movimientos, sino que apenas
empieza. Lo que está en juego a mediano plazo es quién controlará los
400 mil millones de dólares (mdd) de todos los insumos
agrícolas. Actualmente, el valor conjunto del mercado comercial global
de semillas y agrotóxicos es de 97 mil mdd. El resto, tres veces mayor,
está controlado por empresas de maquinaria y fertilizantes, que también
se están consolidando. Las cuatro empresas de maquinaria más grandes
(John Deere, CNH, AGCO, Kubota) ya controlan 54 por ciento de ese
sector.
El sector maquinaria ya no es de simples tractores: han
adquirido un alto grado de automatización, integrando GPS y sensores
agrícolas a sus máquinas, drones para riego y fumigación,
tractores no tripulados, así como un acúmulo masivo de datos satelitales
sobre suelos y clima. A su vez, Monsanto y compañía, las seis grandes
gigantes genéticas, también se han digitalizado y controlan una enorme base de datos genómicos de cultivos, microorganismos y plantas de agroecosistemas, además de otras bases de datos relacionados.
Ya existen entre ambos sectores contratos de colaboración y hasta
empresas compartidas para la venta de datos climáticos y seguros
agrícolas. Monsanto, por ejemplo, adquirió en 2012 la empresa Precision
Planting, de instrumentos y sistemas de monitoreo para
agricultura de precisión, desde siembra a riego y administración de agroquímicos. En 2013, compró The Climate Corporation, para registro y venta de datos climáticos. John Deere acordó en 2015 comprar Precision Planting a Monsanto, pero las oficinas antimonopolio de Estados Unidos y luego Brasil, objetaron la compra, por considerar que John Deere pasaría a controlar un porcentaje virtualmente monopólico del sector. Aunque finalmente la venta se canceló en 2017, es una muestra de la tendencia. Existen varias otras empresas de base digital-instrumental (Precision Hawk, Raven, Sentera, Agribotix) compartidas o en colaboración entre las trasnacionales de maquinaria agrícola con las de semillas-agrotóxicos. Ver al respecto el documento Software contra Hardware del grupo ETC (http://tinyurl.com/y9dnpano).
Todo indica que las grandes empresas de maquinaria se moverán para
comprar a los gigantes genéticos, luego de finalizada la primera ronda
de fusiones. Esta segunda ronda tiene el objetivo de imponer una
agricultura altamente automatizada, con muy pocos trabajadores, que
ofrecerá a los agricultores un paquete que no podrán rechazar: desde qué
semillas, insumos, maquinaria, datos genómicos y climáticos hasta qué
seguros tendrá que comprar, además de que buscarán que se condicionen
los créditos agrícolas a la adquisición de este nuevo paquete, así como
ahora ya se hace con semillas y agroquímicos.
Es fundamental entender y denunciar los impactos de las megafusiones
desde ya. Muchas organizaciones se han movilizado para protestar en
Estados Unidos, Europa, China y varios países de África y América
Latina, incluso ante las oficinas anti-monopolio, lo que al menos ha
retrasado su aprobación. De fondo se trata de impedir que los
agronegocios se apropien de todo el campo y la alimentación, también una
forma de proteger la producción campesina y agroecológica, la única
forma para poder comer sano y para la soberanía alimentaria.
*Investigadora del Grupo ETC
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