Si esta alianza se concreta sólo para enfrentar a Morena y Andrés Manuel López Obrador, el tráfico o proxenetismo político de los partidos sería la confirmación más clara de la realidad en la que se mantienen la mayoría de estos: que viven sólo para sí, para ampliar sus negocios y acrecentar su riqueza. O sea, ganar plusvalía y poder.
En los hechos no hay ninguna diferencia de fondo entre quienes que hasta ahora se han autodestapado como aspirantes a la candidatura presidencial: Graco Ramírez, Silvano Aureoles, Aurelio Nuño, José Narro, Ricardo Anaya, Margarita Zavala, Enrique Ochoa, Andrés Manuel López Obrador, Manuel Velasco, Rafael Moreno Valle, Miguel Ángel Mancera y los que se anoten en la lista, han vivido de la política toda su vida o una gran parte de ella sin gastar un solo peso que no sea del erario público.
Hasta ahora ninguno de los mencionados genera confianza plena en la ciudadana y aunque habrá algunos que tengan más simpatía en amplios sectores de la población, como López Obrador, nadie de quienes buscan la presidencia ha sentido la pérdida de algún ser querido por la violencia que sufre el país desde hace más de una década.
Ninguno de sus familiares ha sido secuestrado, levantado, ejecutado o desaparecido por los grupos criminales que controlan territorios en el país. Ni uno de ellos conoce la fragilidad del empleo.
Todo lo contrario, ellos y sus familias viven en la burbuja del poder político que los mantiene muy alejados de la realidad social. No padecen la incertidumbre de la seguridad, no son presa de la corrupción de autoridades, tampoco sufren el impacto del miedo de perder un empleo mal pagado ni las prisas de subirse al transporte por la noche. Ninguno de ellos tiene hijos que padezcan la mala calidad de la educación pública ni familias que sobrevivan a las inquietudes de un pésimo salario.
Es por esto que se les hace fácil hacer alianzas antagónicas, porque en realidad nada tiene que ver la ideología, son para beneficio propio, para mantenerse en espacios privilegiados de vida.
Para ellos, los partidos son meras franquicias que se pueden fusionar con tal de sacar las mejores ganancias. Ya no hay ideología que les impida coaligarse porque lo importante son los dividendos que genera si se unen a uno o a otro partido político o a los empresarios que tiene proyectos políticos que habrán de generar siempre mayores ganancias.
Es por eso que las alianzas se hacen con base en cálculos de utilidades particulares, en proyectos políticos que habrán de transformarse en grandes negocios como lo hicieron el PRI y el PAN en 1988 cuando Diego Fernández de Cevallos aprobó la quema de las boletas para que Carlos Salinas fuera ungido.
Hoy que empezamos a ver que sin pudor se habla de una alianza bizarra y aparentemente contradictoria entre PRI, PAN, PRD, PVEM, Movimiento Ciudadano y PANAL hacia el 2018, sin importar quien sea elegido como candidato, vemos que lo importante para ellos es mantener el proyecto económico y el poder político, con lo cual se comprueba que el eje de su conducta es ese proxenetismo político en el que da lo mismo ser de izquierda, derecha o centro, porque para el caso es lo mismo.