Juan Carlos Ruiz Guadalajara*
En los primeros
meses posteriores a la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la
Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, ejecutada la noche del
26 de septiembre del 2014, esta benemérita institución fue sede de una
febril actividad por parte de estudiantes normalistas rurales del país,
de familiares de los desaparecidos y de muchas organizaciones civiles
que acudieron a dar soporte en la búsqueda de los estudiantes y en la
exigencia de justicia frente a los asesinatos de aquella noche atroz. En
medio de estos imperativos, la normal continuó sus actividades en un
ambiente de profunda desesperación al ver pasar los días sin una
intervención eficaz de las autoridades para recuperar a los futuros
maestros rurales. En este contexto surgió un poderoso destello de
humanidad y de esperanza: un grupo de niños de Tixtla, quienes acudían
regularmente a la ludoteca de la normal y que vivían con toda su crudeza
el desasosiego de los padres, solicitaron con insistencia a sus
maestras una clase especial sobre cómo hacer barcos de papel. Aprendida
la lección, los niños armaron una flota de 43 barcos que botaron en las
aguas del río más cercano, convencidos de que llegarían a los
normalistas desaparecidos para que en ellos pudieran emprender el
retorno a Ayotzinapa. Este episodio, verdadera ofrenda a la vida, es un
significativo mensaje para una sociedad mexicana que ha sido inoculada
con muerte y odio a fuerza de corrupción e impunidad. Mas no ha sido el
único.
A lo largo de los ya casi tres años de la histórica herida de
Ayotzinapa y de la irrenunciable búsqueda de la verdad, se han
presentado múltiples acciones ciudadanas de solidaridad y respeto hacia
los padres de los 43 desaparecidos y hacia los normalistas rurales. La
mayoría de esas expresiones no se conoce, a pesar de que merecen un
mínimo apunte que las proteja del olvido. Una de ellas, por ejemplo,
está representada por el plantón por los 43 que fue instalado en el
Paseo de la Reforma, frente a la Procuraduría General de la República
(PGR), inmediatamente después de los acontecimientos de Iguala.
Sostenido con la presencia y recursos de un grupo de ciudadanos libres
que ha entregado los recientes tres años de su vida a la causa de la
verdad y a la defensa del normalismo rural, el plantón es una de las
muestras más grandes de fraternidad y solidaridad que se puedan
encontrar en nuestro país, convirtiéndose en un acicate para la PGR y en
una embajada de los padres de los 43 que mantiene viva, en una de las
principales calles de México, la conciencia de la tragedia de Ayotzinapa
y de muchos otros crímenes sin resolver.
Otro episodio desconocido, no obstante su enorme valor humano,
sucedió el pasado mes de febrero en la Sierra Norte de Puebla, cuando en
respuesta a una invitación de la Unión de Cooperativas Tosepan
Titataniske arribó a Cuetzalan una caravana integrada por padres de los
43 normalistas desaparecidos, por normalistas de Ayotzinapa (Guerrero),
Tiripetío (Michoacán), Saucillo (Chihuahua), Amilcingo (Morelos) y
Teteles (Puebla), así como por miembros del plantón por los 43 y por
Cheryl Angel en representación de la tribu Lakota, de Estados Unidos. La
acción, coordinada entre Tosepan y OraWorldMandala (Programa de
Extensión Universitaria en México de la Gujarat Vidyapith, universidad
fundada por Mahatma Gandhi en 1920), además de buscar la hermandad entre
los normalistas rurales con los pueblos nahuas, tutunakus y mestizos
que integran las cooperativas de Tosepan, sentó las bases de un diálogo
dirigido a explorar programas de educación rural con el enfoque de la
no-violencia activa, del desarrollo de la autonomía, la
descentralización y la dignidad de los pueblos con base en el Programa
Constructivo de Mahatma Gandhi.
Esa hermandad entre normales rurales y pueblos de la Sierra
Norte nació, además, bajo el mejor de los augurios: la noche del viernes
17 de febrero, en un gesto poético, los miembros del pueblo masehual de
Tosepan recibieron a la caravana en San Miguel Tzinacapan, por haber
sido este histórico pueblo el sitio al cual llegó en 1927 el profesor
Raúl Isidro Burgos para extender su grandiosa y revolucionaria misión
educativa por la Sierra Norte de Puebla tres años antes de llegar a
Ayotzinapa, Guerrero. La huella de este incomparable maestro en la
memoria local fue tan profunda, que en 1945 las autoridades de
Tzinacapan iniciaron la construcción de su edificio escolar, al cual
bautizaron Edificio Maestro Raúl Isidro Burgos, hecho perpetuado en una
lápida de 1949. Sabedores del valor que tienen para la patria los
maestros rurales, los nahuas de Tzinacapan albergaron y alimentaron a
los miembros de la caravana, en un imborrable acto de amor para con los
normalistas y sus aliados.
Frente a la violencia que el poder promueve contra las normales
rurales, el único antídoto es la información, el diálogo, el
conocimiento y la no-violencia. Sólo de esta manera aquellos mexicanos
que en su ignorancia son movidos por el odio y la irracionalidad podrán
ver con nitidez el rostro verdadero de las y los normalistas rurales, un
rostro cargado de futuro, y sólo así podrán entender la magnitud de lo
que sucedió en Iguala: un crimen de lesa humanidad ejecutado por
autoridades de todos los niveles de gobierno, militares incluidos, en
complicidad con el crimen organizado que domina el territorio
guerrerense.
Dedicado a las compañeras normalistas de Cañada Honda, Aguascalientes.
*Investigador del Colegio de San Luis
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