Carlos Bonfil
El penal y los perros. A finales de la década de los 70, durante el sexenio de José López Portillo, México vivía un clima político de corrupción e impunidad absolutas. Una muestra pintoresca y patética de esa situación fue el modo en que operaba la Penitenciería de Santa Martha Acatitla en la ciudad de México, mismo que describe con crudeza la cinta La 4a Compañía, primer largometraje de ficción de Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván Cervera. Los hechos que relata la cinta fueron verídicos. En el interior de dicho reclusorio las autoridades venales, vinculadas con el entonces jefe del Departamento de Policía y Tránsito capitalino, Arturo Durazo Moreno, apodado El Negro, se sirvieron de un equipo interno de futbol americano, Los Perros de Santa Martha, para crear un escuadrón delictivo conocido como La cuarta compañía. La combinación de los triunfos deportivos de este equipo sobre algunas ligas visitantes y el robo de automóviles en sus salidas nocturnas consentidas, así como ocasionales asaltos bancarios, habrían de procurar a estos reos de élite una libertad anticipada.
Con un estupendo trabajo de documentación y rescate de material de archivo, los realizadores logran recrear una atmósfera convincente de ese periodo de transición política que incluye también los primeros años del sexenio de Miguel de la Madrid, marcados por su retórica voluntad política de renovación moral. La estrategia narrativa de la directora y guionista Mitzi Vanessa Arreola consiste en centrar toda la historia en el duro aprendizaje de Zambrano (Adrián Ladrón), joven delincuente de poca monta de 23 años, que luego de una infancia difícil y un paso por centros de readaptación juvenil, llega finalmente a Santa Martha, condenado por un robo de auto, donde descubre que sus conceptos de camaradería y solidaridad entre pares tienen escaso o nulo valor en un ámbito donde imperan el oportunismo, la delación y la ley del más fuerte.
Con un tono que oscila entre la denuncia social y el tremendismo en sus escenas más gráficas, La 4a Compañía tiene sus referentes inmediatos, no tanto en el cine carcelario hollywoodense, como se ha mencionado, sino en un registro de la sordidez de reclusorios sobrepoblados e insalubres, microcosmos de la corrupción política del mundo exterior, que han retratado filmes latinoamericanos desde El apando (1976), de Felipe Cazals, hasta Carandiru (2003), del brasileño Héctor Babenco. Algunos clichés de las viejas narrativas convencionales siguen aquí presentes, ya sea en el médico homosexual Florecita (Darío T. Pie), que saca partido de la situación sometiendo a sus caprichos a los reos de su elección, o en el director del penal (Manuel Ojeda), al inicio implacable y duro, que paulatinamente va encariñándose con sus muchachos deportistas cuando éstos ven comprometido algún triunfo en la cancha de futbol, sin hablar de la saña inaudita con que se aplica el código de honor de Los Perros cuando Zambrano castiga, durante las visitas a los reos, un intento de abuso sexual infantil, a todas luces injustificable, pero presentado en tono sensacionalista de nota roja.
Dejando de lado esas gratuitas concesiones al género que curiosamente parecen hacer retroceder a La 4a Compañía a un estilo de filmar en México muy en boga precisamente en los años 70, lo que al final prevalece es el notable desempeño del equipo actoral (Adrián Ladrón, Andoni Gracia, Hernán Mendoza, Gabino Rodríguez) y la empresa laboriosa de haber rodado toda la cinta en el interior del propio penal de Santa Martha con participación activa de reclusos reales, lo que sugiere una continuidad elocuente entre las siniestras situaciones de hace cuatro décadas y los abusos autoritarios aún imperantes en varios reclusorios del país. Aunque la película advierte, según conviene, que los nombres son ficticios y que todo parecido con la realidad es una coincidencia, los mayores emblemas de esa trama de corrupción institucional sí aparecen claramente señalados, desde el rango más elevado hasta sus subalternos más voraces, y eso transforma, por fortuna, al rutinario drama carcelario en certero y oportuno señalamiento político de un clima de degradación social nada distante, todavía muy vivo.
Se exhibe en la Cineteca Nacional y salas comerciales.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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