4/15/2018

El vigilante

Carlos Bonfil

Fotograma de la cinta de Diego Ros

Sombras del mal. La rutina diaria de Salvador (Leonardo Alonso), guardia de seguridad en una construcción en las afueras de Ciudad de México, se ve de pronto perturbada por un acontecimiento misterioso. Al llegar a su trabajo para reemplazar a su colega Hugo (Ari Gallegos), velador en turno, se topa con la presencia de una patrulla policiaca que investiga la identidad de un cadáver infantil abandonado dentro de una camioneta cerca de la obra. A medida que avanza el interrogatorio del inexpresivo policía Serrano (Héctor Holten), y las declaraciones de los guardias se contradicen, el ambiente se vuelve más pesado y crece el recelo mutuo de los dos colegas. ¿Quién recuerda con mayor claridad la llegada de la camioneta? ¿Desde qué posición en los dos pisos de la torre de vigía se registró esa presencia extraña en el terreno solitario? ¿Qué personajes salieron del vehículo? De la claridad y coherencia en la declaración firmada por los dos testigos presenciales depende la suerte judicial de ambos, en especial la de Salvador, quien se involucra cada vez más en el asunto.

El vigilante, primer largometraje de Diego Ros, es una incursión novedosa en el cine negro, género que el cine mexicano suele abordar con resultados muy desiguales. Dado que en el país a menudo la realidad rebasa con mucho a la ficción, intentar reflejar en la pantalla las zonas turbias de una corrupción institucional que domina y campea impune en los tres poderes de la Federación, se vuelve una faena azarosa para cualquier director o guionista. Comúnmente se acude para ello a un señalamiento social (La 4a. compañía, 2016) o, con mayor frecuencia, a la parodia satírica (La ley de Herodes, 1999; El infierno, 2010), y muy pocas veces a un relato dramático que aluda, de manera contenida y sobria, al clima generalizado de degradación moral que suele acompañar esa corrupción. En un relato breve y muy oscuro, El vigilante sugiere la forma insidiosa en que un ser ordinario se ve cercado y avasallado por una fuerza corruptora, a la vez amenazante y sonriente, que consigue poner en jaque, en una sola noche, sus pocas y últimas certidumbres. Es notable el cateo informal de Chava con dos policías, uno de ellos todo un depósito de maldad a flor de piel (Noé Hernández, formidable), y también el intercambio de reclamos nerviosos entre los dos guardias. Chava, ese guardia de seguridad que ha perdido ya todo sosiego, asiste pasmado a una espiral de eventos (un extraño robo de mercancías en la bodega, un segundo crimen accidental, o quizás alevoso, y a lo lejos, una fiesta popular con fuegos de artificio, tal vez balas perdidas) que hacen de su noche una dura experiencia interminable.
La noche avanza. En ningún momento opta el director y guionista Diego Ros por recurrir a las fórmulas de un thrillerconvencional para crear una atmósfera de incertidumbre total y de suspenso. Lo suyo es concentrarse en un relato más abstracto y sugerente en el que prevalecen la ambigüedad y la intranquilidad existencial. A ese clima de zozobra contribuyen los cabos sueltos de la trama, los personajes secundarios un tanto desdibujados, los espacios desolados de la construcción (el sótano donde encuentran refugio o escondite lo mismo un niño extraviado que un indigente alcohólico o la torre de vigilancia que hace las veces de hotel de paso o el terreno baldío donde las ratas o los perros pueden devorar un cuerpo abandonado), y de modo muy especial, los dos protagonistas, Hugo y Chava, enfrascados en un sordo ajuste de cuentas donde la rivalidad, el recelo y el oportunismo de su compañero descontrola y deja desvalido a Salvador, un vigilante de sólidos principios morales. A medida que avanza la noche en ese sitio laboral convertido en territorio hostil, el peso de la corrupción y sus arreglos se vuelven apremiantes y opresivos. El talento combinado de Miguel Hernández (música), Galo Olivares (fotografía) y Federico Cantú (diseño artístico) aprovecha las locaciones claustrofóbicas como espacio escénico de un drama singular e inquietante. En unas pocas horas, Chava, el hombre disciplinado y recto, perdido al inicio del filme entre las multitudes urbanas, ha vivido en la soledad total el drama de todo ciudadano inerme ante una corrupción triunfante.
Se exhibe en la sala 7 de la Cineteca Nacional a las 14:30 y 16:40 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1

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