Quinto Poder
Por: Argentina Casanova*
Sin
importar desde qué postura se enuncie, incluyendo el pensamiento
feminista, todas y todos los sujetos, afrontamos la irresistible
tentación de asumir una suerte de superioridad moral y ética fundada en
el conocimiento occidental, bajo modelos formales de educación que
excluyen y menosprecian otros saberes y patriarcalmente se erigen como
propietarios de la razón y el juicio, dándonos otra fuente de separación
dicotómica, entre un superior y un inferior.
¿Qué o quién nos ha dicho que el conocimiento nos da potestad de
superioridad de facto? ¿En qué parte, en dónde se funda la humana
obsesión de la superioridad y el subyugamiento implícito en la conversa
cotidiana y, de tentación constante en el mundo académico y profesional?
Ser el/la mejor y defenderlo con argumentos desde el conocimiento se ha
vuelto el camino más llano hacia la humanidad hegemónica, patriarcal y
eso incluye hasta a las feministas.
En una revisión de conciencia encuentro que la superioridad moral y
ética que nos abruma en el intento de conversaciones actuales, radica no
solo en el afán de descalificar o “desmontar” a la otra y sus
argumentos, basándose en la lectura o “interpretación” más lúcida de
algún texto, no en su análisis crítico para la comprensión de la visión
del o la autora.
Podría ocuparme en reflexionar sobre los mecanismos de esta
superioridad moral y ética que se observan en la simple descalificación
del otro ya sea por mera suposición de que, desde la posición en la que
se encuentra quien habla, se posee un conocimiento que avala cualquier
comentario o visión, que –en forma indulgente- explica o intenta
explicar algo que cree ignora el otro, suposición absurda en algunas
ocasiones y en otras cierta, pero la intención es la misma “ilustrar”
con el conocimiento que da superioridad y confiere en automático razón
en cualquier discusión que se aproxime.
Y así construimos las relaciones en los espacios profesionales,
personales, en redes sociales, en el ámbito académico y profesional en
el que sorprende que aún se encuentre personas convencidas, desde el
narcisismo contemporáneo de la erudición que le permite descalificar o
descartar cualquier mecanismo que no sea el de él o ella misma.
¿Cuándo la humanidad se convirtió en el ente que desde una supuesta
luz de conocimiento y razón le lleva a mirar a un otro animalizado e
irracional, cuando la luz del conocimiento no atraviesa el camino de ese
otro que habita la caverna en la oscuridad voluntaria? ¿Es voluntaria?
¿Pero, esa oscuridad es llana o tiene matices? O lo que es aún más
complejo de preguntarnos ¿ese mundo de luz del conocimiento desde el que
se asume postura de juez/a en el púlpito de la sabiduría que otorga una
superioridad, que eleva y confiere el poder del saber o simplemente es
otro ámbito de posibilidad de la existencia que, en vez de dar poder, da
conciencia, o debiera darla incluso para observar que el único
argumento para defender una postura ideológica es: porque yo sí sé?
La superioridad moral y ética nos envuelve no solo en esta estética
violenta de la política que moldea vidas y pensamientos banales en la
sociedad mexicana, en la que todos creen tener argumentos para
descalificar al otro/a, literalmente liquidarlo como si de una guerra se
tratara en una discusión en la que los argumentos más socorridos es el
nivel educativo del otro, el nivel social-económico, el color de la
piel, el lugar donde vive, su lugar de origen ligado a las periferias
humanas y de pensamiento.
La conciencia de una supuesta superioridad moral y ética nos alcanza
para ponernos a pensar por qué está tan presente, que incluso desde una
discusión-reflexión feminista se imposta una posición de superioridad
basada en el conocimiento; desde una teórica feminista que se burle de
la intervención de una joven en un espacio en el que se supone se habla
de deconstrucción patriarcal en un acto de pleno ejercicio de poder
patriarcal.
La ética feminista nos plantea revisar cómo y desde dónde asumimos el
poder, la superioridad que -nadie nos dijo- estaba en cuántos libros
habíamos leído y cuántos pensamientos distintos al nuestro podíamos
desmontar descalificando la racionalidad ajena, en cuyo proceso medir la
formación académica del otro o la otra es solo una vía para subyugar
igual, idéntico que dentro de un ejercicio-modelo de poder patriarcal
falocéntrico en el que todos y todas nos estamos midiendo “a ver quién
la tiene más grande”, o lo que es lo mismo y en términos más filosóficos
probar la superioridad moral y ética desde el conocimiento.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Campeche, Cam.-
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