Leonardo García Tsao
Muchas veces lo único que se necesita es un gimmick. Y el cineasta John Kraskinski lo ha encontrado en el sile de un concepto sencillo, pero efectivo.
En su primera secuencia se establece el tono posapocalíptico. Se trata de un supermercado abandonencio. Me explico: Un lugar en silencio sólo parece una película de horror original porque dependado, donde unos personajes descalzos
saquean los productos deseados. Podría ser una escena de The Walking Dead, excepto
que no hay zombis caníbales. La familia de cinco –padre, madre y tres
hijos– abandonan el lugar; el más pequeño de los niños se lleva un
juguete de pilas y decide accionarlo a medio camino. Craso error.
Atraída por el ruido, una criatura fulminante surge de la nada y lo
aniquila.
Ese es todo el gimmick. Resulta que estamos en una realidad
catastrófica donde una invasión de temibles extraterrestres ha diezmado
la Tierra. Las criaturas son muy sensibles al ruido y eso ha obligado a
los protagonistas (en los créditos nos enteramos que es la familia
Abbott) a un silencio casi permanente. Entre ellos se comunican con el
lenguaje de señas, que aprendieron porque la hija mayor (Millicent
Simmonds) es sorda. La familia se ha adaptado a esa situación aterradora
estableciendo guías sencillas de supervivencia: básicamente no hacer
ruido alguno y mantenerse en los caminos.
El padre labora en una especie de taller donde trabaja en auriculares
para su hija. Unos periódicos pegados y unos apuntes en pizarras nos
dan un mínimo de información sobre lo que ha ocurrido. No sabremos más,
salvo que en cada nuevo ataque de las criaturas veremos más claramente
su morfología. Son una cruza ciega entre velociraptor y cangrejo, con
una cabeza que se desarma en gajos para revelar una dentadura de
tiranosaurio y un oído superdesarrollado.
Dado que la madre (Emily Blunt) está en un estado avanzado de
embarazo, es previsible que eso provocará complicaciones. En efecto, la
mejor secuencia de la película involucra los esfuerzos de la mujer por
no gritar –acción esencial del cine de horror– después de que ha pisado
un clavo y empieza a sentir los dolores del parto. En su tercer
largometraje como director (no conozco sus anteriores esfuerzos),
Krasinski demuestra haber aprendido las reglas del suspenso
cinematográfico y somete a su personaje –su esposa en la vida real– a la
tortura de parir chayotes sin poder desahogarse.
El guion del propio Krasinski en colaboración con Bryan Woods y
Scott Beck sufre de demasiado simplismo. La información sobre el origen
de la amenaza es muy escueta. El hecho de que los personajes
prácticamente no dialoguen entre ellos, los vuelve esquemáticos. Y la
sensibilidad misma de los monstruos parece arbitraria. ¿Por qué están
atentos sólo a los ruidos producidos por el hombre y no a los naturales?
(En una afortunada secuencia, padre e hijo podrán dar de gritos
catárticos junto al estruendo de una cascada.)
Un lugar en silencio no es otra cosa que una película de monstruos (creature feature, le
dicen los gringos). Pero la novedad de su premisa y una realización
eficaz le dan puntos extra a pesar de su naturaleza convencional. Ahora
bien, me encantaría poseer uno de esos alienígenas cada vez que pase el
carro que anuncia
tamales oaxaqueños calientitos, deliciosos, o el que ofrece comprar
refrigeradores, tambores y fierros viejos que vendaaan.
Un lugar en silencio
(A Quiet Place)
D: John Krasinski/ G: Bryan Woods, Scott Beck y John Krasinski,
basado en un argumento de Woods y Beck/ F. en C: Charlotte Brus
Christensen/ M: Marco Beltrami/Ed: Christopher Telefsen/ Con: Emily
Blunt, John Krasinski, Millicent Simmonds, Noah Jupe/ P: Platinum Dunes,
Sunday Night. EU, 2018.
Twitter: @walyder
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