Hugo Aboites*
Los momentos críticos de la
vida social aceleran con enorme fuerza los flujos, avenidas, ríos y
arroyos del conocimiento y, por supuesto de su componente inseparable,
la emoción. No hay un sólo momento clave, un punto de inflexión en la
historia de sociedades e instituciones, que carezca de fuertes
corrientes de conocimiento y emociones desbordadas. Las mismas que,
soliviantadas por acontecimientos naturales, sociales o políticos,
interactúan con gran fuerza, se potencian recíprocamente y transforman
su alrededor. Como el movimiento nacional que llevó al proceso electoral
de 2018 y a López Obrador a la Presidencia; en otra escala, el reciente
(y latente) movimiento estudiantil-feminista, y el largo y cruento
movimiento magisterial 2012-2018 que zarandeó buena parte de la
Constitución de Peña Nieto. En todos esos momentos, la emoción del
movimiento obliga a la naturaleza humana colectiva a una intensa
actividad: explosión de redes sociales, artículos, conferencias, foros,
reflexiones personales y en grupos; ensayos, pronunciamientos,
asambleas, movilizaciones y plantones, reflexiones, propuestas,
ocupación de escuelas y universidades. Son experiencias de
emoción-conocimiento que calan profundamente porque residen en la
subjetividad y espacio cognitivo que constituye a cada individuo y
grupo. Toda una generación transformó mucho del país e instituciones a
partir del 68, por ejemplo, e hizo surgir universidades y sus
organizaciones sindicales, una renovación educativa y un dinamismo
político aún vigente.
La pandemia no sólo es parte de la evolución de la naturaleza,
también de la sociedad y la educación y la cambia profundamente. La
obliga al confinamiento físico que individualiza y fragmenta, que borra
la organización mínima que da la escuela y la universidad, que fortalece
las estructuras de poder burocrático y modifica los equilibrios que se
constituyeron con el movimiento magisterial. La SEP ahora insiste en un
control único y directo sobre la maestra y maestro, que rinda cuentas
imposibles sobre avances de niñas y niños, ya sin la intermediación y la
participación de la comunidad de la escuela y de la organización
sindical. Que logre resultados de aprendizaje, a pesar de las
condiciones tan precarias de la enorme mayoría de estudiantes y sus
familias, ahora sin trabajo, sin acceso gratuito a Internet; en
condiciones mínimas de espacio y sin la participación directa del
maestro, como en el aula. Las autoridades del sistema escolar y de las
universidades, con eso también están definiendo cuál debe ser la función
de los centros de conocimiento en este periodo de fuertes presiones
contra el precariado de la nación. Y define que su tarea es dar paso a
la minimización y rampante trivialización del conocimiento y de la
emoción. El sistema escolar abdica de su responsabilidad ante la crisis,
y nada dice, por ejemplo, cuando en plena crisis de conocimiento el
Ejecutivo
devuelvea la iniciativa privada los espacios de tiempo que tenía en los medios de comunicación privados y que precisamente ahora serían valiosísimos para que el gobierno informara y desde la sociedad se intercambiaran conocimientos y se ventilaran las emociones sobre la tragedia que devela la crisis y sobre lo que hay que empezar a hacer para cambiar al futuro. Son espacios de una radio y televisión en crisis, pero aún muy valiosos socialmente porque son gratuitos, su tecnología de recepción existe ya en la enorme mayoría de los hogares (aparatos de radio y televisión), y permiten el conocimiento y reflexión colectiva-familiar e incluso vecinal, de ventana a ventana. Iniciativas que puede ser alimentadas por barrios, organizaciones y por el conocimiento y entusiasmo de maestros de todos los niveles.
A partir de la agenda educativa que impone la propia crisis: el
conocimiento del papel de los virus en la evolución de las especies
(humana incluida), el manejo y comprensión del instrumental estadístico y
su valor para conocer el presente y prever el futuro, las dimensiones
de los efectos sociales, económicos y políticos de la pandemia, la
revisión crítica de la actuación de los gobiernos extranjeros y el
propio, el contacto con las artes que muestran la emoción de estos
acontecimientos. Toda una nueva agenda del verdadero conocimiento, como
planteaba Freire, el que nace de la reflexión colectiva sobre la
realidad y busca transformarla, y de la que maestros y maestras no
pueden estar ausentes. Y aún es posible: el gobierno federal puede
aprovechar, si le da la emoción, el artículo 139, Ley General de
Educación, que establece que
los medios de comunicación masiva, en el desarrollo de sus actividades, contribuirán al logro de los fines de la educación previstos en el artículo 15 de la presente ley(donde se recogen los propósitos educativos del artículo tercero constitucional), y entonces abrirlos a las y los maestros y la sociedad. Emoción y conocimiento.
*UAM-Xochimilco
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