Para interpretar tiempos como los que corren, viene bien acudir a un par de premios Nobel: Albert Camus, que lo fue en literatura (1957) y Paul Krugman, en economía (2008).
En su novela La peste (1947), Camus abordó la desventura de una ciudad
(Orán) atacada por una plaga —peste bubónica— y las consecuencias del confinamiento de sus habitantes mientras la epidemia agotaba
su ciclo. Ese tiempo epidémico y sus efectos sobre la conducta y moral
de los confinados, pasan por el filtro de un observador participante
entregado a una lucha sin cuartel contra la peste: el médico Bernard Rieux y los juicios y acciones del círculo del que se rodea.
¿Qué sentido tiene la batalla contra ese gran sin sentido que es la
peste? El bacilo finalmente podrá ser arrinconado y obligado a
“permanecer durante decenios dormido” pero volverá a reaparecer. Para
Rieux, un hombre que no puede creer en ningún Dios que fuera el origen
de tan desmesurada tragedia, la peste siempre
significaría “una interminable derrota” pues en este campo todo triunfo
es provisional. Sin embargo, el sentido del esfuerzo y de la vida del
médico —sentido que adquirió de esa gran educadora que es un origen
social en la miseria— consiste precisamente en no caer sin batallar, en
empeñar energía y conocimiento en luchar a brazo partido por prolongar
la vida de cada uno de los miembros de la comunidad bajo asedio que, en
general “son más bien buenos que malos.”
Un personaje secundario, el periodista Rumbert, primero buscó escapar de
una ciudad que no consideraba suya por medios legales y luego ilegales
para unirse a la mujer que creía amar, pero finalmente opta por quedarse
y participar en la brega colectiva porque salvarse individualmente en
medio de la batalla le haría imposible alcanzar la felicidad que
buscaba: el sentimiento de vergüenza del que huye lo
impediría. Al reflexionar sobre la muerte de un amigo y colaborador,
Tarrou, justo cuando la peste ha concluido, el doctor Rieux encuentra
que de tiempo atrás su amigo había perdido la esperanza y que sólo “en
el servicio de los hombres” había encontrado paz. Pero, sin la peste su batallar había dejado de tener sentido.
Finalmente, una observación secundaria de Rieux sobre la prensa viene al
caso: mientras duró la lucha contra la peste, la prensa, siguiendo una
línea oficial, buscó no ahondar la alarma y desesperación de la
población. En el México del Covid-19 puede afirmarse que la situación es exactamente la contraria.
Pasemos ahora a Krugman. La tesis de este economista laureado y
batallador columnista del New York Times (07/04/2020), fue elaborada
para el caso norteamericano, pero fácilmente se puede adaptar al caso
mexicano. Simplificando, el argumento es el siguiente: el papel del
gobierno frente a la pandemia y frente a la crisis económica
mayúscula que ha provocado no debe ser enfrentar la situación como si
fuera la propia de una depresión más, al estilo de las de 1929 o 2008,
sino hacerlo de manera diferente pues se trata de otra cosa: de un parón
tan brutal como inesperado no de la economía sino de la vida normal de
la sociedad. Se trata de una catástrofe, como la vivida en el Orán de
Camus pero infinitamente mayor.
Partiendo de este supuesto, Krugman argumenta que la reacción
gubernamental debe ser acorde a la naturaleza del evento y su
intervención no debe corresponder a una política anticíclica que busque
primeramente revivir empresas. No, debe diseñarse para enfrentar las
consecuencias de la epidemia no al nivel de la empresa sino del
individuo que perdió su empleo por la “sana distancia”.
Desde luego, nos dice el Nobel, no se trata de rescatar empresas
mediante otra condonación de impuestos a la Trump, sino de poner en
marcha una “coronavirus economics” que permita salvar la situación
concreta e inmediata de una cuarta parte de los trabajadores
norteamericanos que de un día para otro vieron cortada sus fuentes de
ingresos. No se debe implementar un programa de ayuda universal sino uno
que remplace mientras dura la epidemia los ingresos de la parte más
débil de la fuerza de trabajo que Krugman calcula en uno de cada cuatro
norteamericanos. Es ese 25% de los trabajadores el que debe ser
auxiliado directamente y de inmediato.
La fórmula Krugman no es, en esencia, diferente de la que se ha
propuesto poner en práctica el gobierno mexicano: usar recursos siempre
escasos de un fisco anémico, para mantener en el tiempo de la peste el
ingreso mínimo de los que así subsisten, generalmente en la economía
informal. Es una forma de solidaridad enteramente compatible con la del
doctor Rieux, el de Camus.
Profesor emérito de El Colegio de México y miembro emérito del
Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT. Licenciado en relaciones
internacionales por el Centro de Estudios Internacionales de...
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