La Jornada
Desde luego, México no se salva de sufrir el embate. Más allá del frenesí golpeador de la reacción en todas sus expresiones –académica, periodística, empresarial, política y la abiertamente delictiva–, que pretende responsabilizar al gobierno de la Cuarta Transformación por los efectos de la pandemia e insiste en que casi cualquier otro país lo está haciendo mejor, con el estallido de infecciones de SARS-CoV2 no le ha ido bien a nadie y nuestro país no será la excepción.
Con independencia de nuestro saldo final de la pandemia, que será obligadamente trágico, como en todos los casos, al inicio de los contagios del coronavirus México contaba con una enorme ventaja comparativa en relación con otras naciones. Ahora bien: hasta donde vamos, entre los países más diezmados por el Covid-19 se encuentran algunos que venían de procesos de desmantelamiento de sus sistemas de salud pública, como España, Francia y Ecuador, o que carecen de tal sistema, como Estados Unidos.
En contraste, al inicio de la infección México llevaba más de un año enfocado en la reconstrucción del sistema de salud, devastado por cuatro décadas de políticas ruinosas, privatizadoras y de demolición del Estado. La recuperación de hospitales y centros de salud saqueados o abandonados, que ha sido uno de los frentes de trabajo en los que la 4T se ha empeñado más constancia y rigor, se traduce ahora en decenas de establecimientos que pueden ser utilizados si no para recibir a los pacientes más graves de Covid-19, sí al menos con centros hospitalarios en los que pueden atenderse otros padecimientos, con la finalidad de desahogar otras instituciones para que hagan frente a la emergencia.
Ciertamente, la crisis sanitaria encontró al Insabi en una fase muy temprana de organización y a las instituciones más veteranas, IMSS e Issste y los institutos de salud, en procesos aún no culminados de depuración de prácticas corruptas. Pero si el trabajo de reconstruir el sistema de salud pública no se hubiera emprendido desde el primero de julio de 2018, México estaría hoy viviendo una catástrofe indescriptible. Hay y seguirá habiendo fallas de funcionamiento y aplicación de las medidas de contingencia, sin duda, así como intereses mezquinos que persisten enquistados en el enorme aparato del sistema de salud, pero no basta con un puñado de anécdotas de falta de mascarillas para construir una situación de desastre como la que pretende instalar en la opinión pública el discurso de la reacción.
Por lo demás, no todo se reduce al frente sanitario. El fortalecimiento social, político y económico de la base de la pirámide social, que es uno de los pilares de la 4T, va a desempeñar también un papel de gran importancia en la atenuación de los efectos negativos de la pandemia. Un ejemplo de ello son los programas sociales, que dan a millones de familias la posibilidad de supervivencia económica en medio del frenazo de las actividades productivas, particularmente las pensiones para adultos mayores y las becas Benito Juárez para jóvenes. La existencia de esos programas hace posible que incontables personas puedan, no sin penurias, acatar la consignaquédate en casa
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Es cierto que tales programas distan mucho de cubrir a la totalidad de las personas en necesidad y que hay muchos trabajadores del sector informal, y micro y pequeños empresarios, que por diversas razones no quedaron registrados en el Censo para el Bienestar y que, por tanto, requieren de ayuda para sobrevivir en la circunstancia crítica. Si los gobiernos estatales y municipales, las organizaciones de la sociedad civil y la solidaridad social se enfocan en hacer su parte, nadie quedará desamparado.
Por otra parte, la 4T aspira también a regenerar mentalidades, a superar el modelo de vida egoísta, competitivo, consumista y productivista que el neoliberalismo inculcó a sectores de la población y a promover como paradigma civilizatorio la vida buena centrada en el bienestar común y colectivo. Ésta es posiblemente la tarea menos visible de la transformación en curso, pero también es una de sus mayores fortalezas de cara a la pandemia.
Cuando esto termine –que terminará– y cuando a los promotores del desastre sanitario y económico se les agote el combustible circunstancial de la enfermedad y la muerte, estaremos dolidos por las pérdidas y mareados por la interrupción de la vida cotidiana y nos asomaremos a un mundo desastrado para constatar que el año y medio de transformación nacional no ha pasado en vano.
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