Ricardo Raphael
Para la mayoría de los países latinoamericanos 2011 se anuncia prometedor, tanto como la década que, desde la próxima semana, también dará comienzo. Las expectativas son altas: mayor efectivo circulando, más crédito, variedad de productos a bajo precio, incremento en el valor de las materias primas, creciente demanda por los productos manufacturados en la región.
El pronóstico de los expertos llega tan lejos como decir que el número de pobres en América Latina tenderá a reducirse dramáticamente en los 10 años por venir.
La tendencia de bonanza que se mira en esta coordenada del globo comenzó desde hace ocho años. Entre 2002 y 2008, el crecimiento promedio en América Latina superó el 5% del PIB. Obviamente, 2009 fue un año desastroso para todo el orbe. La crisis mundial arrasó con muchas economías. Y, sin embargo, la mayoría latinoamericana sorteó venturosamente aquella catástrofe. Una vez que amainó la inestabilidad financiera, esas mismas naciones reemprendieron la ruta de su desarrollo.
Ha sido una gran ventaja para los países latinoamericanos que las materias primas producidas en nuestro continente anden tan codiciadas hoy. El cobre chileno, el café colombiano, los cárnicos de Argentina, los productos agroindustriales de Brasil, el petróleo de Venezuela y México han visto crecer su demanda importantemente.
Para convertirse en el gigante que está llamado a ser, China se ha vuelto un consumidor voraz de estos y otros productos latinoamericanos. Es en Asia donde los precios de estos bienes se están fijando al alza, y gracias a la demanda del otro lado del Pacífico es probable que las ganancias se mantengan constantemente ventajosas.
n síntoma del reciente florecer latinoamericano es la multiplicación de las transnacionales originalmente radicadas en este subcontinente: Lan Chile, Petrobras, América Móvil, Embraer o Cemex son de las unidades de negocio más rentables del mundo. Reciben el curioso nombre de translatinas; empresas que están ganando mercado en el subcontinente y más allá de sus mares.
Frente a este panorama tan prometedor hay una pésima noticia para los mexicanos: nuestro país está excluido de la gran profecía. En tanto los dos próximos lustros serán muy exitosos para el conjunto de América Latina, previsiblemente México se quedará en retaguardia, mirando con nostalgia otros tiempos que fueron mejores.
En comparación con el resto de los países latinoamericanos, las previsiones que los especialistas hacen para México apuntan muy por debajo. En promedio, durante 2010-2020 América Latina crecerá a una tasa de 7% anual, mientras que México apenas si rebasará el 3%.
Los síntomas de este crecimiento diferenciado ya se habían mostrado antes. La tasa para México fue menor entre 2002 y 2008 en relación con las otras economías latinoamericanas y la crisis económica de 2009 hizo que este país sí sufriera una pérdida muy grande de su riqueza: alrededor de un 8% de su PIB.
De entre todas las razones que sirven para explicar este fenómeno, acaso la más relevante tiene que ver con la concentración extrema que México ha hecho de sus exportaciones. Estados Unidos es el socio comercial que tiene más de 80% de nuestros intercambios. En consecuencia —ya mucho se ha dicho—, la economía mexicana sigue un ciclo económico idéntico al estadounidense.
En algún momento, mientras los brasileños, los argentinos, los chilenos o los peruanos comenzaron a llevar sus productos al otro lado del Pacífico, en México nos creímos la estúpida versión de que para nosotros era prácticamente imposible exportar a China.
Hoy ese país inunda nuestros mercados con sus productos, cuyo valor supera los 35 mil millones de dólares por año. Mientras tanto, México solo exporta 2 mil 500 millones anuales hacia China. Con respecto al resto de Asia, la circunstancia es peor. Exceptuando Japón, nuestro interés por explorar los mercados vietnamita, tailandés, malayo, indonesio, indio, en fin, es casi nulo.
De su lado, nuestras relaciones comerciales con Europa apenas si muestran una variación al alza. Otra gran diferencia con las economías latinoamericanas emergentes, principalmente Brasil, es que sí han logrado mejorar su respectiva balanza comercial con el viejo continente.
Sólo los intercambios entre México y el resto de América Latina se han incrementado en fechas recientes. Ello se debe, sobre todo, a los movimientos que las traslatinas América Móvil y Cemex desplegaron últimamente.
La lección que nos dejan los países vecinos del sur lleva por título: “voluntad por la diversificación.” Siempre que nuestro comercio exterior se halle tan concentrado, los mexicanos contaremos con muy poca libertad para asegurarnos un mejor destino. Estaremos condenados a navegar a partir de motores prestados y no desde nuestras propias capacidades.
Analista político
El pronóstico de los expertos llega tan lejos como decir que el número de pobres en América Latina tenderá a reducirse dramáticamente en los 10 años por venir.
La tendencia de bonanza que se mira en esta coordenada del globo comenzó desde hace ocho años. Entre 2002 y 2008, el crecimiento promedio en América Latina superó el 5% del PIB. Obviamente, 2009 fue un año desastroso para todo el orbe. La crisis mundial arrasó con muchas economías. Y, sin embargo, la mayoría latinoamericana sorteó venturosamente aquella catástrofe. Una vez que amainó la inestabilidad financiera, esas mismas naciones reemprendieron la ruta de su desarrollo.
Ha sido una gran ventaja para los países latinoamericanos que las materias primas producidas en nuestro continente anden tan codiciadas hoy. El cobre chileno, el café colombiano, los cárnicos de Argentina, los productos agroindustriales de Brasil, el petróleo de Venezuela y México han visto crecer su demanda importantemente.
Para convertirse en el gigante que está llamado a ser, China se ha vuelto un consumidor voraz de estos y otros productos latinoamericanos. Es en Asia donde los precios de estos bienes se están fijando al alza, y gracias a la demanda del otro lado del Pacífico es probable que las ganancias se mantengan constantemente ventajosas.
n síntoma del reciente florecer latinoamericano es la multiplicación de las transnacionales originalmente radicadas en este subcontinente: Lan Chile, Petrobras, América Móvil, Embraer o Cemex son de las unidades de negocio más rentables del mundo. Reciben el curioso nombre de translatinas; empresas que están ganando mercado en el subcontinente y más allá de sus mares.
Frente a este panorama tan prometedor hay una pésima noticia para los mexicanos: nuestro país está excluido de la gran profecía. En tanto los dos próximos lustros serán muy exitosos para el conjunto de América Latina, previsiblemente México se quedará en retaguardia, mirando con nostalgia otros tiempos que fueron mejores.
En comparación con el resto de los países latinoamericanos, las previsiones que los especialistas hacen para México apuntan muy por debajo. En promedio, durante 2010-2020 América Latina crecerá a una tasa de 7% anual, mientras que México apenas si rebasará el 3%.
Los síntomas de este crecimiento diferenciado ya se habían mostrado antes. La tasa para México fue menor entre 2002 y 2008 en relación con las otras economías latinoamericanas y la crisis económica de 2009 hizo que este país sí sufriera una pérdida muy grande de su riqueza: alrededor de un 8% de su PIB.
De entre todas las razones que sirven para explicar este fenómeno, acaso la más relevante tiene que ver con la concentración extrema que México ha hecho de sus exportaciones. Estados Unidos es el socio comercial que tiene más de 80% de nuestros intercambios. En consecuencia —ya mucho se ha dicho—, la economía mexicana sigue un ciclo económico idéntico al estadounidense.
En algún momento, mientras los brasileños, los argentinos, los chilenos o los peruanos comenzaron a llevar sus productos al otro lado del Pacífico, en México nos creímos la estúpida versión de que para nosotros era prácticamente imposible exportar a China.
Hoy ese país inunda nuestros mercados con sus productos, cuyo valor supera los 35 mil millones de dólares por año. Mientras tanto, México solo exporta 2 mil 500 millones anuales hacia China. Con respecto al resto de Asia, la circunstancia es peor. Exceptuando Japón, nuestro interés por explorar los mercados vietnamita, tailandés, malayo, indonesio, indio, en fin, es casi nulo.
De su lado, nuestras relaciones comerciales con Europa apenas si muestran una variación al alza. Otra gran diferencia con las economías latinoamericanas emergentes, principalmente Brasil, es que sí han logrado mejorar su respectiva balanza comercial con el viejo continente.
Sólo los intercambios entre México y el resto de América Latina se han incrementado en fechas recientes. Ello se debe, sobre todo, a los movimientos que las traslatinas América Móvil y Cemex desplegaron últimamente.
La lección que nos dejan los países vecinos del sur lleva por título: “voluntad por la diversificación.” Siempre que nuestro comercio exterior se halle tan concentrado, los mexicanos contaremos con muy poca libertad para asegurarnos un mejor destino. Estaremos condenados a navegar a partir de motores prestados y no desde nuestras propias capacidades.
Analista político
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