4/12/2014

Una reflexión sobre la condición de la mujer en México y una redefinición de biopoder [1]




I
Debe haber otro modo que no se llame Safo,
ni Mesalina ni María Egipcia,
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.
Rosario Castellanos.

Que la sociedad capitalista sea una sociedad patriarcal es algo que distintos teóricos han establecido aunque sin suficiencia. Decir que la sociedad capitalista es una sociedad patriarcal me parece una imprecisión, e intentaré a lo largo de este breve escrito explicar este punto de vista. En cambio, me parece más adecuado admitir que el modo de producción y comercialización de esta sociedad es un modo patriarcal sin duda. 

Quizá Max Horkheimer y Theodor Adorno hayan señalado muy oportunamente lo segundo al describir el espíritu de época, previo al iluminismo, que hizo emerger con él al ideal ilustrado de la razón científico-técnica y, enseguida, al capitalismo: «Aunque ajeno a la matemática, Bacon supo captar bien el modo de pensar de la ciencia que vino tras él. El matrimonio feliz entre el entendimiento humano y la naturaleza de las cosas en que él pensaba es patriarcal: el intelecto que vence a la superstición debe mandar sobre la naturaleza desencantada. El saber, que es poder, no conoce límites, ni en la esclavización de la criatura, ni en la condescendencia con los amos del mundo. Del mismo modo que está a la disposición de los objetivos de la economía burguesa en la fábrica y en el campo de batalla, se halla también en los emprendedores sin distinción de origen» [2]. 

Ahora bien, deducir de esto que la sociedad capitalista es una sociedad patriarcal es minimizar me parece todas las otras variables concurrentes de dicho sistema, y equivale quizá también a desdeñar sus dinámicas, dinámicas no eximes de la actuación e influencia de la mujer. O en otras palabras, dinámicas en donde es la mujer quien al final puede elegir de qué modo y en qué forma se somete a dicha realidad o, incluso, si toma ventaja como sucede en algunos casos. Por supuesto, puede también detraerse de esta dinámica y renunciar a ser parte de esta relación de dominio; pero ello requeriría tal vez de ciertas condiciones ideales. Imaginemos, pues, por un momento, que nuestras condiciones ideales se materializan o que, aun sin materializarse, es posible de algún modo su realización. ¿Qué pasaría en semejantes circunstancias? Es decir, ¿qué pasaría si la mujer renunciara a ser parte de aquella relación de dominio y del juego social instituido? 

Pasarían dos cosas al menos:

1) Renunciaría así a su biopoder —el que le da su condición— y 

2) Justo por esa renuncia quedaría en una especie de intemperie social que la forzaría a vivir una marginalidad sin prerrogativas o, alternativamente, a erigir los preceptos fundantes de una nueva sociedad libre de ese dominio. (Pregunta: ¿Algún día viviremos libres de todos los dominios?).

Si regresamos a las condiciones ‘normales’ fuera de la idealización, creo que esto puede entenderse perfectamente desde el marxismo. Es decir, penetrar en el corazón de esta relación y verla entonces como es: a saber, no nada más como una relación a la que se ve sometida la mujer, sino como una relación con la que tuvo que aprender a comerciar a fuerza de necesitar sobrevivir. Y dado que vivimos en una sociedad que normalizó la relación heterosexual como canon social aceptado, es posible que si la mujer renuncia a la relación de poder referida, probablemente renuncie asimismo a una de sus orientaciones sexuales (si es heterosexual) y a su biopoder asociado, pero es probable también que pueda alternativamente dar rienda suelta a cualquiera otra orientación posible (si no es heterosexual). 

Así, la mujer se ve forzada a un doble «juego» social asaz sutil: en primer lugar, el juego visible y normalmente aceptado de la sociedad como es, en donde ella toma ventaja del biopoder que le da su condición si vive dentro de la norma y, en segundo, el juego menos visible de unos roles sexuales normalizados a los que, si renuncia, renuncia a su biopoder mientras el nuevo rol no se normalice. [3]

Biopoder aquí es, entonces, el comercio que aprendió a tener la mujer con el hombre —y con la sociedad que instituyó y suscribió junto a ese hombre— a partir de los atributos biológicos propios de su condición [4]. 

Y estos atributos, como ya se dijo, han sido normalizados en el tiempo, como parte de un proceso sociohistórico más o menos conocido; es decir, aun si hombres y mujeres estuviéramos inevitablemente determinados por ciertas condicionantes biológicas, los roles sociales adjudicados a partir de dicha determinación a hombres y mujeres, no son ya producto solamente de dicha determinación biológica pues aunque los roles sociales puedan ser asimismo producto de otra determinación (histórica en este caso) y, por tanto, necesarios, hay también en esa otra determinación una libertad —la libertad de al menos revisar nuestros usos en el tiempo— y, por tanto, paulatinamente ir abandonando esos moldes probablemente ya añejos por inoperantes, o en contrapartida, la libertad de una normalización ad hoc a los usos y dogmas de la época, como ha ocurrido con el cristianismo y su negativa a admitir el homosexualismo como posibilidad biológica, por ejemplo. 

La sociedad por otra parte que describo —en la que no solamente hombres y mujeres comercian entre sí, sino las mujeres entre ellas por los hombres, y los hombres entre ellos por las mujeres— no es entonces ya una sociedad patriarcal a secas. 

Es una sociedad patriarcal-matriarcal en donde la mujer quizás por necesidad haya aprendido a jugar y someterse a un rol que vicia las relaciones de poder entre hombres y mujeres favoreciendo a quienes mejor comercien con su propio biopoder. Hay, por supuesto, en el origen de este comercio y en la institución de estos biopoderes una injusticia [5]. Es la misma injusticia que hay en la relación capitalista entre un empleador y su empleado, o en la relación feudal entre un señor y su siervo o, en fin, en cualquier otra relación de dominio cuya injusticia, cuyo desequilibrio, normalizó la historia.

Dicho esto, yo no sé si la mía sea una sociedad heteronormada. Pero estoy cierta de que es una sociedad muy matriarcalista. Un matriarcalismo que acepta y negocia con imposiciones patriarcalistas y que ha dado origen a fenómenos tan heteróclitos como la anorexia, el tráfico de mujeres, el fenómeno de la tuitstar en algún sentido, la top model, etcétera; fenómenos absolutamente prototípicos de tal dominio. Y así ha ocurrido que el castigo para la mujer que por alguna razón haya abdicado a estos negocios, o que haya dirigido su biopoder a otras ocupaciones —que no debe ser menor al castigo que reciban los hombres si renuncian al suyo—, no ha sido pequeño: desde pensarla malcogida, suponerla insensible, asexualizarla, sospecharla gay si no ríe, canonizarla, putearla, reencontrarla un buen día vuelta una anoréxica hundida en la neurosis, etcétera. ¿De qué son síntoma todos estos hechos? A modo de no sonar demasiado pesimista, diré que son por lo menos sintomáticos de una sociedad que todavía tiene mucho por aprender.

Quiero cerrar esta parte del escrito con esta pequeña disertación de Francesca Bergoglio a propósito de la poeta Sylvia Plath «…porque todas las fases de su historia pasan por las modificaciones de un cuerpo que la ancla sólidamente a la naturaleza, deduce nuestra cultura que todo aquello que es la mujer lo es por naturaleza: es débil por naturaleza, seductora por naturaleza, estúpida por naturaleza, y también pérfida y amoral por naturaleza. Lo que significaría que las mujeres fuertes, feas, privadas de atractivos, inteligentes, no maternales, agresivas, rigurosamente morales en el sentido social, son fenómenos contranatura».

II
La obligación de agradar. Ese sobreimpuesto a las mujeres que la
normalización paternalista nunca le exigió a ninguna masculinidad.
Gabriela Henderson

No han cambiado mucho las condiciones bajo las que podía pensar Sor Juana. De claustro. De celda. De juicio severo. De idiotez. De exigencia. No en México al menos. Discurría hace no muchos años en mi blog que el hecho de haber nacido mujer —es decir, el hecho de poseer un útero— no había determinado nada específicamente de mi existir y que lo mismo me había entregado con ardor a todas mis aficiones y a mi existencia en sí, que a mis desventuras, por complicadas que estas hubiesen sido, y que esto siempre había ocurrido con independencia de mi sexo y sin haber pretendido nunca atribuir a éste mis circunstancias. 

Sin duda, esta visión no se ha modificado sustancialmente. Pero lo que sí se ha modificado, en contraste, es la pretensión de ser libre de toda determinación. Incluso ahora puedo determinarlo con mayor claridad: el hecho de haber podido establecer semejante aseveración es ya indicativo de una determinación de que soy también producto. Una determinación social. Por otra parte, quizá correlativa a esta determinación, haya emergido aquella otra primera determinación por medio de la cual me ensoñaba creyendo que mi condición de mujer no me determinaba en mis circunstancias. Bien, es probable que esto sea cierto, pues como varios teóricos decoloniales han expuesto, probablemente sea verdad que raza es clase en el capitalismo y que el sexo refuerza la membresía de clase; sin embargo, lo que intento problematizar con este pequeña reflexión, muy al margen de esa necesidad social ineludible de que la mujer también es víctima —aunque no más que el hombre, según creo—, clama por invitar a la mujer a concienciar acerca de su propio grado de participación en la construcción de una estructura social tan opresiva. 

Es decir, pienso que la sociedad patriarcal tiene en la connivencia de las mujeres uno de sus pilares fundamentales, pues a partir de su condición la mujer ha encontrado modo de comerciar con cierto éxito y relativa seguridad al interior de tal sociedad; y asimismo pienso que si la mujer tomase conciencia de esta circunstancia y del uso y ventajas de su biopoder sería entonces capaz de renunciar a los malos usos de ese biopoder —a condición de no abusar de él lógicamente— y, más concretamente, a un poder político fundado en unas supuestas dotes biológicas socialmente reconocidas cuyos usos en algunos casos son acervo incluso de los feminismos que más radicalmente se han alzado contra los arquetipos de una sociedad falocéntrica. O en otras palabras, mientras la mujer —y aun la más feminista de ellas— combata contra el uxoricidio, feminicidios, discriminación sexual, etcétera, pero al mismo tiempo se vea a sí misma sucumbir a los usos del cortejo cuando someten (¿y es posible sustraerse a ellos?), o a la imposición que la obliga a ser siempre afable con el varón, o a la guerra siempre soterrada donde se territorializan hombres y se los disputa, etcétera, entonces, todas sus reivindicaciones (o nuestras reivindicaciones) se convierten en fraseología vacua. 

En retórica. Y supongo en parte debido a ell0, no he podido prácticamente comulgar con ningún feminismo pues, o bien terminan culpabilizando de esta situación al hombre y polarizando, o bien victimizan a la mujer —lo cual en sí mismo es ya disminuirla—, o bien ejercen un discurso autocrítico limitado. Sin embargo, creo en general que los feminismos ostentan reivindicaciones justas y certeras pero que algunos de ellos fallan al emitir diagnósticos ciertos relativamente o de un cierto talante maniqueo. Y creo que si dejásemos de confrontar a hombres y mujeres y admitiésemos simplemente que se trata de un caso particular de un malestar más amplio y general —un problema de biopoderes y hegemonismos—, entonces podríamos tener oportunidad de unificar el problema, de conciliar en su resolución a quienes concierne y de abandonar así la vieja costumbre de ver antagonismos y polaridades irreductibles en donde tal vez no los haya.

Esta segunda sección del escrito quiero cerrarla con una anotación de un valiosísimo texto de José Carlos Mariátegui en donde él preludia muy certeramente por qué proceso debiera transitar la sociedad actual para liberar al dominio hombre-mujer de sus trabas más imposibles. Tiene el valor extra de haber sido escrito hace casi un siglo: 

«El tipo de mujer que produzca una civilización nueva tiene que ser sustancialmente distinto del que ha formado la civilización que ahora declina. En un artículo sobre la mujer y la política, he examinado así algunos aspectos de este tema: “a los trovadores y a los enamorados de la frivolidad femenina no les falta razón para inquietarse. 

El tipo de mujer creado por un siglo de refinamiento capitalista está condenado a la decadencia y al tramonto. Un literato italiano, Pitigrillo, clasifica a este tipo de mujer contemporánea como un tipo de mamífero de lujo. “Y bien, este mamífero de lujo se irá agotando poco a poco. A medida que el sistema colectivista reemplace al sistema individualista, decaerán el lujo y la elegancia femeninos. 

La humanidad perderá algunos mamíferos de lujo; pero ganará muchas mujeres. Los trajes de la mujer del futuro serán menos caros y suntuosos; pero la condición de esa mujer será más digna. Y el eje de la vida femenina se desplazará de lo individual a lo social. La moda no consistirá ya en la imitación de una moderna Mme. Pompadour ataviada por Paquín. Consistirá, acaso, en la imitación de una Mme. Kollontay. Una mujer, en suma, costará menos, pero valdrá más». [6]

III
Como en otras ocasiones, los organismos feministas “oficiales” como el ridículo Ministerio de Igualdad no van —no quieren ir— al fondo del asunto. Se crea una ley de igualdad que obliga a repartir, por ejemplo, las listas electorales entre hombres y mujeres imponiendo así un igualitarismo ficticio en el ficticio escaparate de los parlamentos, como si éstos fueran el reflejo de la sociedad. ¿Por qué no, para empezar, una en la que se prohíba que una mujer gane menos dinero que un hombre por desempeñar el mismo puesto de trabajo?
Dizdira Zalakain [7]

Quiero en esta última sección presentar una especie de dossier monográfico breve adonde se describen las razones del castigo social al que algunas mujeres mexicanas han sido sometidas no ya por ser miembros infractores de la sociedad, sino por ser miembros mujeres de ella y haber infringido justamente la convención social esperada respecto a su rol (el de la mujer).

Yakiri Rubio. Se supone que Yakiri entra a un hotel con dos hermanos al bajar del metro en la colonia Doctores, que dentro del hotel es objeto de vejaciones sexuales y que, por accidente, el último hermano se clava un cuchillo en el cuello mientras forcejean pues ella intentaba defenderse. Entonces el hermano muere. De un lado se arguye que la forzaron a entrar allí y del otro que ella entró por voluntad propia. Pero pareciera que ese entrar por voluntad propia significara el boleto a un territorio neutral libre de leyes y regulaciones y como si cada vez que la mujer ejerciese su voluntad sexual —y su deseo— no debiese entonces esperar más que peligros, más que castigos o, quizá, confiarse a la buena fortuna. ¿Por qué la entrada voluntaria al hotel debiese ser un agravante del caso, me pregunto? El proceso penal de Yakiri Rubio es ejemplar de los prejuicios sexuales de un país en donde la mujer se halla normalmente en indefensión si atenta contra esos prejuicios. 

Si para la autoridad y para el caso no es claro que Yakiri se defendía de una agresión, si para la autoridad Yakiri no sintió peligrar su vida de forma que ello la llevó a actuar en consecuencia, entonces, que lo establezcan. Pero que no arguyan que no hay suficientes elementos como para calificarlo de un homicidio incidental, adonde se obró en legítima defensa. O Yakiri estaba defendiendo su vida y en esa defensa se fue la vida del atacante; o entonces no estaba siendo atacada y ella tuvo otro móvil para actuar así. Es muy simple. Que Yakiri sea mujer es irrelevante en el caso. Debiera serlo. [9]

María Luz Salcedo Palacios. El caso de María Luz es absolutamente aberrante. Una mujer que estuvo a punto de ser molida a golpes por su atacante tras haberse negado a sostener relaciones sexuales con él. Incluso ella y su atacante compartieron la misma habitación de hospital pues él en su huida impactó su auto y allí mismo la amenazó nuevamente mientras se lo atendía. Esta mujer cuenta que, de no haber implorado indulgencia a su golpeador —apelando al recuerdo de la madre y hermana de él— y aprovechar esto para defenderse y huir, entonces quizá habría muerto. Desde el principio se estableció perfectamente la identidad del atacante pero a la fecha sigue libre y no está del todo esclarecido por qué [8]. Todo esto ocurrió en el estado mexicano de Guanajuato, adonde ha gobernado por años la ultraderecha más arcaica y reaccionaria del país.

Feminicidios de Ciudad Juárez. Me parece una referencia ya gastada. Pero esta percepción mía apenas da cuenta del grado de normalización de la violencia ejercida contra la mujer en México. Básicamente este caso nos habitúa a una idea siniestra: allí donde haya debilidad de algún tipo por un lado (debilidad de un cuerpo femenino, por ejemplo) y ventaja por el otro (de no sabe quién o quiénes), habrá un ejercicio desmedido de poder y habrá violencia. Se trata de un ejemplo paradigmático del abuso de biopoderes.

La historia y la prensa mexicanas están plagadas de este tipo de relatos.

Epílogo

Si bien son ejemplares los casos de todas las mujeres cuyo comportamiento significó romper con el paradigma normativo del patriarcalismo-matriarcalismo, mujeres a quienes normalmente se las llamó feministas, no puedo evitar formularme muy íntimamente la siguiente pregunta (pues creo compartir parte de las razones de su aparente ruptura). A saber, ¿de veras buscaron deliberadamente romper un canon social de normalización de lo femenino (y de lo masculino por extensión)? ¿No será más bien que nunca se sometieron de facto a ese canon y que cuando tocó interpretárselas en sus vidas —ya de por sí singulares— apareció su conducta “anómala” y “disruptiva”? ¿No será que la verdadera libertad de la mujer consiste en no aceptar ninguna diferenciación? ¿Ni siquiera la del feminismo?

 Quizá si pensamos nuestros condicionantes biológicos no como determinantes ontológicos exclusivamente sino como posibilidades de acción podríamos entonces zanjar con mejores recursos este conflicto. Pero aun desde esta perspectiva normativa y política, el problema del feminismo y de lo llamado «femenino» es también aquí el de una forma particular de un problema más complejo: el problema de la tradición, de cómo subsumimos esa tradición y de cómo se actualiza después en nuestros usos.

Pienso con este texto en todas esas mujeres que, feministas o no, su pensamiento significó —y sus vidas— la ruptura de un canon social determinado pero quienes a pesar de la estigmatización y la marginalidad que ello suponía decidieron, no obstante, no renunciar ni a su vida ni a su pensamiento. Más que parecerme feministas excepcionales, me parecen mujeres excepcionales, es decir, humanos excepcionales.

Dedicado a Luna Flores, presa política del gobierno de Miguel Ángel Mancera y a Alberta Cariño a cuatro años de su impune asesinato.

Notas
[1] De esta reflexión dejo fuera a los pueblos originarios de América y de otras latitudes pues allí operan otros modos de relación entre las mujeres y sus hombres.
[2] Aquí cabe pensar en el nacimiento de nuevas formas de biopoder.
[3] Se refieren aquí a Bacon como al pensador del Renacimiento que supo mejor delinear el impulso motriz de la naciente sociedad burguesa —madre de la ulterior sociedad capitalista—, impulso al que comúnmente llamamos razón instrumental; es decir, no ya el saber por el saber mismo sino el saber por el poder a ultranza. Cf. Adorno, Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración, Ed. Akal. Madrid, 2007.
[4] El término «biopoder» lo he tomado prestado de Michel Foucault. Sin embargo, debo decir que no he tenido todavía oportunidad de leer el texto de Foucault adonde él define precisamente este concepto. No dudaría, no obstante, que exista coincidencia entre la definición de Faucault y la mía pues he encontrado el término en diversas lecturas que lo refieren y definen tácitamente. Es decir, he deducido por contexto su significado.
[5] Esta no es una injusticia inherente a la existencia o metafísica. Es una injusticia que existe solamente como producto de unos ciertos estándares éticos bajo los cuales se puede valorar el mundo.
[6] Pude tener acceso a este texto gracias a un filósofo a quien sigo desde mi cuenta Twitter y quien tiene muy originales reflexiones sobre éste y otros temas. Cf. Mariátegui José Carlos, Las reivindicaciones feministas. Marxists Internet Archive, marzo de 2008.
[7] En Feminismos de Cosmopolitan Por Dizdira Zalakain. La Cocina de Dizdira: dizdira.blogspot.com . 15 de Julio, 2009.
[8] Cuando terminaba de redactar el texto leía una nota de Pulso Ciudadano adonde se informa que al parecer ser ya se emitió la detención del atacante. Ver Agresor de Lucero será procesado por secuestro e intento de Violación con fecha 12 de marzo de 2014.
[9] En zonafranca.mx se lee una crónica detallada de este caso. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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