Pedro Miguel
Te
quejas amargamente, apreciado Servicio de Administración Tributaria
(SAT, para los amigos) porque cinco millones seiscientas mil personas
físicas (40 por ciento del total) no quieren pagar impuestos, lo que
los hace merecedores a ingresar en la categoría
causantes de riesgocon
niveles de peligrosidadalto, medio y bajo. En cuanto a causantes empresariales, de un total de un millón 316 mil, 227 mil son de
riesgo bajo, un millón 41 mil, de riesgo medio, y 47 mil 384, de riesgo alto. Eso quiere decir, nos cuentas, que millones de contribuyentes cautivos y de compañías se la pasan calculando la manera de omitir el pago de impuestos
mediante engaño o aprovechamiento de errores, declaraciones de ingresos menores a los realmente obtenidos y simulaciones de operaciones inexistentes. Y nos dices que la respuesta de la autoridad ha sido ejecutar órdenes de aprehensión por delitos fiscales como contrabando, defraudación y otros que le han costado a Hacienda poco más de 200 millones de pesos (La Jornada, 7/4/14, p. 29).
Hay que empezar diciendo, estimado SAT, que te equivocas
palmariamente: aquí y en China el 100 por ciento de los causantes odia
pagar impuestos; no por nada éstos se llaman como se llaman. Por eso
las declaraciones son siempre un juego entre la autoridad fiscal y el
particular, en el cual la primera trata de convencer al segundo de que
aplique literal y estrictamente el código y le entregue 100, el segundo
busca todos los resquicios posibles para dar 0, y todo queda en un 50.
En ese regateo, ambas partes ejercen un gran margen de discrecionalidad
porque todo mundo buscará meter un paquete de chicles como deducible
–rubro
gastos de viaje, por ejemplo–, sabiendo que no lo es y, en rigor jurídico, tal acción puede ser considerada evasión.
Lo que se ha dado en llamar
cultura fiscales en realidad, mi buen, la resignación social ante poderes establecidos y una tácita moderación de ambas partes en el rigor y la laxitud a la hora de leer los reglamentos. Esos acuerdos entre gobernantes y gobernados requieren, sin embargo, de que los primeros cumplan con una porción razonable de sus deberes legales, es decir, que cuenten con coartadas mínimas para exigir a la población que colabore en el mantenimiento de unas instituciones que de algo sirven a la colectividad.
El problema en México, querido SAT, es que al grueso de la población
el gobierno no le sirve para nada: no cumple con sus obligaciones
constitucionales de garantizar la educación universal y gratuita,
brindar servicios de salud (aunque tu jefe Peña Nieto presuma de que
120 por ciento de los mexicanos ya cuenta con ellos), dar seguridad
pública, hacer efectivo el derecho al trabajo, procurar e impartir
justicia digna de ese nombre, cuidar la soberanía nacional, legislar
con probidad y sentido de nación, proteger la planta productiva
(¿habrás oído hablar de una empresa que se llamaba Mexicana de
Aviación?), garantizar el derecho al libre tránsito. Y de promover la
cultura mejor ni hablamos.
Tal
vez no hayas pensado que la disposición ciudadana a pagar impuestos se
ve impactada en forma negativa por la desviación de fondos priístas
(aportados por todos los contribuyentes) para el pago de servicios
sexuales para solaz y esparcimiento de gerifaltes del tricolor. Lo
mismo ocurre con el gasto multimillonario en una propaganda mentirosa
sobre reducciones en los precios de la electricidad y el gas a cambio
de que el país se dejara robar su petróleo; con los cientos de miles de
millones de pesos que se han gastado el IFE y el tribunal electoral en
organizar y calificar elecciones sin limpieza, equidad, credibilidad ni
confiabilidad; con los impuestos que se irán a liquidar los 10 mil
millones de pesos que cuesta el nuevo avión presidencial (el más caro
del mundo, diez veces más que la aeronave presidencial brasileña y
cuatro veces más que el A330 empleado por el jefe de Estado de
Francia); con el ingreso mensual de 233 mil 216 pesos y 16 centavos que
se otorga mensualmente al sempiterno señor presidente de una comisión
oficial, Basilio González, para que año con año lleve a cabo la
abnegada tarea de agregarle dos pesos al salario mínimo; con los tres
mil 334 millones de pesos que le condonaste el año pasado a Televisa, y
que son 16 veces más de lo que te han costado las raterías fiscales de
los contribuyentes a los que metiste a la cárcel por defraudación.
Son sólo algunos ejemplos, pero admitamos que, salvo el último,
ningún otro es de tu incumbencia y que tú te limitas a cumplir órdenes
superiores. Por lo demás, nos haces el inmenso favor de mantener
gratuitos los trámites de pago de impuestos y el resto no es tu bronca.
Pienso que somos ingratos, que no te merecemos y que serías mucho más
feliz si vivieras en Finlandia.
Twitter: @Navegaciones
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