Carlos Bonfil
Christa Théret interpreta a Andrée, la modelo ninfa adolescente de
Pierre-Auguste Renoir, quien se casaría después con su hijo, Jean, y
sería su actriz fetiche durante su carrera cinematográfica
El
fauno y la doncella. Hay algo que recurrentemente decepciona en el
llamado cine francés de calidad. A medio camino entre el cine comercial
y la propuesta de autor, el cine de calidad confía demasiado en los
beneficios de una ornamentación visual a menudo sin mayor sustancia.
Tal es el caso de Renoir, la cinta más reciente del
realizador Gilles Bourdos, que partiendo de una idea muy interesante
(capturar los últimos cuatro años de la larga vida del pintor
Pierre-Auguste Renoir), opta por la ambición peregrina y arriesgada de
plasmar en la pantalla la esencia del impulso creador y la variedad
estilística del artista impresionista.
Pierre-Auguste Renoir bien pudo elegir vivir muy al margen de un conflicto bélico que en el año 1915 devastaba a Europa, pero a los guionistas de este esbozo biográfico no les habría estorbado enriquecer el relato, volverlo más ágil e interesante, precisando un poco más el contexto histórico. Elegir el formalismo y la mirada contemplativa era competir, con enorme desventaja, con empresas artísticas más meritorias en el cine contemporáneo (El sol del membrillo, del español Víctor Erice, o La bella latosa, del recién fallecido Jacques Rivette, por mencionar sólo dos ejemplos).
Centrarse, por otra parte, en el forzado triángulo amoroso entre un septuagenario aquejado de artritis degenerativa; su hijo Jean, de 30 años, herido de guerra y parcialmente lisiado, y la sensual latosa adolescente Andrée Heuschling, emblema de vitalidad y rebeldía, era elegir una narrativa de telefilm salaz y pintoresco, repleto de clichés, cuando lo importante era profundizar en la compleja personalidad del pintor y su nervioso presentimiento de la muerte.
Los
personajes aparecen así unidimensionales. El pintor anciano es
caprichoso y tiránico; su modelo, no es menos veleidosa en su
arrogancia juvenil de supuesto feminismo avant la lettre; mientras
el joven Jean Renoir, golpeado por la guerra, ostenta un perfil
taciturno y triste que nada deja vislumbrar del brío genial del futuro
realizador de La gran ilusión o de Las reglas del juego.
La intención de fidelidad a la posible vida real de los protagonistas
está ahí, a la vuelta de cada escena, y es indudable que Michel Bouquet
encarna de modo convincente al Renoir que cabe imaginar en su plácido
retiro crepuscular, rodeado de mujeres solícitas, modelos sensuales y
una naturaleza deslumbrante. Los otros dos actores (Christa Théret,
Vincent Rottiers), sin embargo, no están de modo alguno a la altura del
veterano protagonista.
Un año después de la muerte de Renoir padre, en 1919, Andrée, su modelo ninfa adolescente, se casaría con el futuro cineasta Jean Renoir y sería, a partir de 1924, su actriz fetiche en las primeras seis de sus nueve realizaciones silentes bajo el nombre artístico de Catherine Hessling. Cualquier espectador que la haya visto en Naná o en La pequeña vendedora de cerillas, adverti- rá la dimensión del miscast de Christa Théret, belleza convencional de sensualidad afanosa.
Hay indudablemente en el Renoir de Gilles Bourdos un elogio del arte y también el de una vacilante pasión amorosa vivida en medio de la enfermedad, el dolor físico y la amargura. Sin embargo, el primer elogio es demasiado respetuoso y poco imaginativo, apenas el impulso de ilustrar decorosamente algo de la grandeza artística presentida; en el segundo elogio, la aproximación es más intensa en buena medida, cabe insistir, debido a la interpretación de Michel Bouquet como un Renoir físicamente derrotado y espiritualmente ennoblecido.
En cuanto a Renoir hijo, quien sería el realizador más prolífico y estimulante del cine francés clásico, sólo cabe esperar que ninguna biografía fílmica, del propio Bourdos o de cualquier otro artesano del cine francés de calidad, venga en un futuro próximo a rendirle un homenaje parecido, tan superficial como bien intencionado.
Twitter: @CarlosBonfil1
Un año después de la muerte de Renoir padre, en 1919, Andrée, su modelo ninfa adolescente, se casaría con el futuro cineasta Jean Renoir y sería, a partir de 1924, su actriz fetiche en las primeras seis de sus nueve realizaciones silentes bajo el nombre artístico de Catherine Hessling. Cualquier espectador que la haya visto en Naná o en La pequeña vendedora de cerillas, adverti- rá la dimensión del miscast de Christa Théret, belleza convencional de sensualidad afanosa.
Hay indudablemente en el Renoir de Gilles Bourdos un elogio del arte y también el de una vacilante pasión amorosa vivida en medio de la enfermedad, el dolor físico y la amargura. Sin embargo, el primer elogio es demasiado respetuoso y poco imaginativo, apenas el impulso de ilustrar decorosamente algo de la grandeza artística presentida; en el segundo elogio, la aproximación es más intensa en buena medida, cabe insistir, debido a la interpretación de Michel Bouquet como un Renoir físicamente derrotado y espiritualmente ennoblecido.
En cuanto a Renoir hijo, quien sería el realizador más prolífico y estimulante del cine francés clásico, sólo cabe esperar que ninguna biografía fílmica, del propio Bourdos o de cualquier otro artesano del cine francés de calidad, venga en un futuro próximo a rendirle un homenaje parecido, tan superficial como bien intencionado.
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